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Dolor agudo y obtuso

A los expertos les gusta clasificar, ordenar las materias objeto de su estudio según criterios cuantificables. Un criterio que se presta a ello es el tiempo (cronos).

El dolor, según pasa el cronómetro, se clasifica en agudo (inferior a tres meses) y crónico (superior a tres meses).

Aplicando el criterio de utilidad, el dolor puede estar en el apartado de lo útil (protege) o lo inútil (sólo mortifica e invalida sin ofrecer nada a cambio).

Por la respuesta a la terapia, el dolor admite también la clasificación: dolor soluble o insoluble.

El dolor agudo sería un dolor con fecha de caducidad, útil y soluble a las terapias.

El crónico no tendría caducidad, no aportaría nada y sería insoluble.

Podríamos clasificar con los mismos criterios el hambre.

Hambre aguda: la que aparece si uno no tiene qué comer. Sería un síntoma útil, con fecha de caducidad y soluble. Bastaría con conseguir comida.

Hambre crónica: perjudicial, sin fecha de caducidad e insoluble. No hay forma de controlar las ganas de comer lo que se ponga a tiro.

Los expertos bendicen el dolor agudo: nos avisa de que algo va mal y protege la zona doliente mientras se repara. Es un dolor útil. No se entiende bien la obsesión por eliminarlo. Según se repara el daño, el dolor se desvanece, en unos tejidos antes que en otros. Con los fármacos podemos controlarlo aceptablemente. Los opiáceos cumplen con la expectativa.

Al cabo de tres meses, todo se tuerce: el dolor, que tan buenos servicios prestó en un principio, se queda enredado en alguna mala entraña, no haciendo mas que molestar, y no hay modo de librarse de él. Las terapias para el agudo no sirven de nada cuando el tiempo (cronos) lo ha hecho crónico.

¿Qué hace que el dolor agudo, útil, perecedero y soluble, se vuelva perjudicial, obstinado e insoluble?

No se sabe bien, confiesan los expertos. Los tejidos ya han curado, pero el «sistema dolor» ha quedado tocado por el mal de la sensibilización. Algo así como un estrés postraumático, un duelo mal resuelto, una herida emocional que no ha restañado.

Lo «emocional» impone su ley sobre los tejidos. El individuo, su catastrofismo, sus incertidumbres, su hipervigilancia, su falta de confianza en la buena reparación del daño causado a los tejidos, hacen que el cerebro emocional, límbico, mantenga ese dolor por cuestiones que ya no tienen nada que ver con el estado de la herida, ya curada.

No comparto en absoluto lo que se dice sobre el dolor, sea agudo o crónico

El dolor es un contenido de la conciencia que expresa un estado evaluativo-motivacional

Si duele, es porque el organismo está en modo alerta-protección. Si lo hace a consecuencia de un daño reciente, el estado de alerta-protección está justificado. Resulta útil. El individuo debe implicarse en ese estado, confinar la zona y esperar a que el tejido recupere las garantías debidas. Si lo que prima es librarse del dolor, podremos bloquear los mensajes de la zona en obras, con antinflamatorios y opiáceos (también son antinflamatorios). Puede que retrasemos y pongamos en peligro el proceso de reparación, pero eso del dolor es intolerable y hay que ser un tanto obtuso para padecer dolor agudo, pudiendo librarse de él.

Cuando el daño se ha reparado y ya no pinta nada el estado de alerta-protección, no tiene sentido mantenerlo. El organismo debería iniciar la desescalada y promover al individuo para que cumpla con sus obligaciones y devociones. Tres meses son más que suficientes para sentirse seguro.

¿Por qué no se levanta el estado de alerta-protección?

El organismo no hace más que dejarse llevar por la información disponible, la que ha acumulado hasta ese momento.

Si el dolor (estado de alerta-protección) sigue, es porque la información vigente así lo aconseja.

Hay algo obtuso en el dolor crónico, un empecinamiento en mantener el estado de alerta.

El dolor ya cronificado no informa sobre el estado de los tejidos, sino del miedo del organismo a que el individuo lo vuelva a dañar si se le restaura la libertad.

El dolor sigue siendo útil para controlar el miedo, la incertidumbre.

Si el individuo se mueve, el dolor salta. El «sistema dolor» interpreta que ese dolor corrobora el temor previo. El individuo se vuelve cómplice inocente: duele, luego hay algo que no funciona donde duele. Los fármacos ya no quitan el dolor. Ni siquiera los opiáceos. La convicción de que algo sigue dañado se refuerza. Los expertos aseguran que los tejidos están aptos para el buen uso, pero que los circuitos del «sistema dolor» han quedado averiados y ya nada se puede hacer, después de haber hecho todo lo que estaba en sus manos y que tan buenos servicios prestó cuando todo era agudo, útil, perecedero y soluble.

El dolor crónico es un dolor que expresa una información obtusa, incapaz de comprender y aceptar que no hay motivo para mantener el estado de alerta-protección, el miedo a la libertad.

El dolor agudo es como una navaja que se abre al activar el resorte. Cuando ya no hay motivo para usarla, la navaja debe cerrarse, volver a su enclaustramiento. No se trata de despuntarla, volverla roma, obtusa. Se envaina la espada y se mantiene afilada por si vuelve a necesitarse.

Lo obtuso se combate con agudeza, inteligencia, conocimiento, una consideración correcta de costes, riesgos e incertidumbres.

El dolor obtuso sólo certifica el estado obtuso evaluativo-motivacional.

Eso es lo que hay que trabajar.

Información, convicción de tejido apto y necesitado de actividad.

Know pain, no pain.

Hambre aguda: comida, y no un balón hinchado en el estómago para quitar el hambre.

Hambre crónica: no hacer caso a los requerimientos obtusos del organismo y vaciar el frigorífico.

¿Dolor crónico? Ya ha perdido demasiado tiempo (más de tres meses, dicen).

No permita que su sistema neuroinmune siga en clave obtusa. Al menos, inténtelo.

¿Quién informa, asesora al sistema neuroinmune para comportarse de ese modo obtuso?

¿Los expertos, quizás?

Ya estamos en la segunda fase. No se quede en la fase cero. No se deje intimidar por su organismo.

Sensatez, prudencia. Líbrese del miedo injustificado. Reviva.


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