La supervivencia es incierta. Estamos inmersos en un entorno potencialmente peligroso. Somos vulnerables.
Nos lesionamos. Enfermamos. Nos desnutrimos, deshidratamos o intoxicamos, enfriamos o sufrimos golpes de calor.
Hay que protegerse. Conocer las caras ocultas del peligro. Detectar las amenazas; evitarlas, antes de que sea tarde.
El objetivo de sobrevivir, en un entorno insano, con un organismo delicado exige renunciar a la vida normal, confiada. El abrumador catálogo de normas de prevención es incompatible con un día a día aceptable.
No sólo se trata de proteger la integridad física. Hay que mantener, además, el tipo del YO, la autoestima propia y de los otros. No deprimirse ni angustiarse. Cargarse las pilas en positivo y aparentar normalidad, temple.
¿Realmente es así?
¿No estaremos sobrevalorando el peligro, la vulnerabilidad, e infravalorando la capacidad de adaptación del organismo humano?