La imagen resulta familiar. Un deportista sufre un calambre muscular. Se tumba y un compañero procede a estirar el músculo contracturado. El calambre cede.
Los músculos, eso parece, expresan su estrés metabólico, su fatiga, contrayéndose en un espasmo, aunque no tenga mucho sentido. Lo lógico sería que un músculo al borde de sus posibilidades dejara de contraerse y así evitar su autodestrucción.
No hay que fiarse de las apariencias, precipitarse a sacar conclusiones ni creer a pies juntillas lo que se dice.
– El calor, la humedad, la deshidratación, el esfuerzo…
Realmente el músculo es un mandado. Se limita a contraerse y relajarse cuando se le ordena, es decir, cuando llegan impulsos nerviosos por las neuronas que regulan su actividad.
Al músculo no le sucede nada en un calambre. El lío se monta en las neuronas que regulan la contracción. Hay un exceso de órdenes: “contráete” y un defecto de “relájate”.
Al “estirar” recuperamos la actividad de las neuronas que dicen “relájate” y el calambre cede.