Los seres vivos son sistemas complejos autoorganizados, capaces de adaptarse a las condiciones del entorno para sobrevivir. Para ello sus tejidos, estructurados como órganos y sistemas, modifican sus propiedades. Son plásticos.
El estímulo que activa esas respuestas adaptativas es la carga físicoquímica. Los huesos, articulaciones, tendones, ligamentos, necesitan carga mecánica para adquirir condiciones de resistencia. El aparato circulatorio, esfuerzo.
A medida que el organismo se somete a las cargas de la actividad sus tejidos adquieren capacidad adaptativa, amplían su banda de tolerancia. Aprenden. Son más resilientes. Mejoran la probabilidad de sobrevivir en entornos complicados.
El sistema neuroinmune no es una excepción. Necesita una carga de incertidumbre para codificar lo que es positivo o negativo para el organismo. Distinguir entre lo amenazante y lo interesante. Un entorno aséptico fragiliza. Obliga a vivir en una burbuja. Sucede lo mismo con la inactividad.
Sólo en las situaciones de daño consumado se justifica la baja mientras el sistema neuroinmune protege el proceso de reparación. Tan pronto como se pueda el organismo debe reanudar el modo activo, asumiendo las cargas tisulares.
La dinámica de exposición a las cargas también se aplica a la interacción social. Podemos refugiarnos en nichos seguros y minimizar la incertidumbre de las relaciones ajenas a esos nichos, pero ello nos hace más frágiles, menos “plásticos”.
El organismo mueve (emociona) al individuo según evalúa los pros y contras de su conducta. La condición actual de nuestro entorno, con la garantía de alimento y cobijo, permite recurrir al modo “enfermedad” o “peligro de daño” en contextos inofensivos. Hay un exceso de prohibición de conductas, un exceso de síntomas no justificados.
Los expertos agrupan esos síntomas en etiquetas varias, aconsejan diversas estrategias evitativas y ofrecen terapias para eliminarlos, sin considerar el transfondo evaluativo y adaptativo.
El organismo se fragiliza con esa política de banda estrecha. Se adapta al modo amenaza aun cuando no la haya. La incertidumbre se minimiza con la evitación generalizada. Los tejidos pierden la oportunidad de entrenar con la carga y hacerse resistentes, plásticos.
No sólo las neuronas son plásticas. No dejan de ser células y están sometidas a las mismas reglas que las demás.
Una vida saludable es una vida con carga mecánica, metabólica, afectiva, laboral, social. Hay límites, pero la banda de tolerancia debe ampliarse. La política de banda estrecha fragiliza.
El juego es el escenario ideal para estirar la banda de tolerancia de los tejidos.
Hay que hacer ejercicio vital, cognitivo, emocional, conductual, no sólo muscular.
¡Hala! A jugar.