La nocividad es la propiedad que tienen algunos estados físicoquímicos y agentes biológicos de generar daño en los tejidos.
Un clavo en el zapato, un caldito demasiado caliente, un cubo de hielo, un ácido o un álcali, un germen, son estados y agentes nocivos externos que deben evitarse.
Si no es así, generan daño (necrosis). El organismo lo detecta y repara, con los recursos inflamatorios. Una vez reparado el daño la respuesta inflamatoria se apaga, y la zona, tras un período variable, está lista para la actividad.
El organismo dispone de recursos para detectar los agentes potencialmente nocivos y, por supuesto, el daño, cuando se produce. La nocicepción define esa capacidad. Engloba tanto la detección del daño consumado como la detección de los agentes nocivos.
En mi opinión el término “nocicepción” no diferencia los estados de daño consumado de los de daño potencial. No es lo mismo haberse quemado (daño consumado) que coger (y soltar rápidamente) un objeto demasiado caliente, evitando la quemadura.
Por ello propongo, sin éxito, diferenciar la necrocepción (detección de daño consumado) de la nocicepción (detección de agentes y estados físicoquímicos nocivos).
Los ciudadanos conocen la nocividad externa y tratan de evitarla, pero desconocen lo que es nocivo para el interior. Es un espacio opaco, incierto, que sólo los profesionales conocen y gestionan.
El organismo dispone de recursos nociceptivos y necroceptivos, que detectan tanto estados físico-químicos y agentes biológicos potencialmente nocivos como, por supuesto, el daño consumado (necrocepción), cuando aquellos no han podido ser detectados y evitados.
El dolor se proyecta en la conciencia cuando el organismo actúa como si hubiera daño o peligro de daño. A veces existe daño consumado o estrés (amenaza de daño) y otras, por más que se rastree la zona dolorida no hay ninguna evidencia que justifique la evaluación de daño.
Estados de alarma justificados e injustificados.
El dolor siempre es real, porque el estado de alarma del organismo también lo es.
La labor del profesional se centra en detectar el daño interno consumado (infarto de miocardio) o potencial (angina coronaria). La historia clínica, la exploración y la utilización de medios complementarios permite hoy día detectar ambos estados.
El problema surge cuando hay síntomas, pero no daño ni amenaza.
– Es todo normal.
– A mí me duele.
– Tome ibuprofeno.
No tiene sentido. No hay daño ni, por supuesto, inflamación. No hay nada que haya que hacer en los tejidos ni en las neuronas que sensan (detectan) la nocividad. La terapia manual (física, farmacológica, quirúrgica) no tiene sentido.
– El dolor, en su caso, en ausencia de daño o estrés físico-químico, indica que el organismo se encuentra en modo alerta-protección injustificado. Falsa alarma. Es como una respuesta alérgica, pero por parte de los circuitos neuronales, no de las redes inmunes.
En la respuesta alérgica los tejidos corren peligro (por la propìa respuesta) y está justificado bloquearla.
En el equivalente neuronal la respuesta de alerta-protección mortifica e invalida al individuo. Da al traste con sus planes, pero no incluye la activación de recursos inflamatorios y no es peligrosa.
Teóricamente podría bloquearse, pero los intentos no son exitosos si se descuenta el impacto placebo (activación de creencias).
Los alimentos, si no contienen gérmenes o tóxicos, no son nocivos, pero pueden ser a largo plazo más o menos saludables.
El estrés psicoemocional no es nocivo pero tampoco es saludable y facilita por generalización la activación injustificada de estados de alerta-protección.
Los cambios de tiempo, el dormir poco y mal no son nocivos. No dañan-inflaman ni activan los sensores de nocividad potencial.
En ausencia de daño consumado-potencial hay un exceso de atribución de nocividad a múltiples estados físicoquímicos y psicológicos inocuos, inofensivos.
Duele por esto y por lo otro; puede que tenga “inflamación de bajo grado”, “sensibilización central”.
La nocicepción, se dice, está descontrolada, aberrante… o tiene usted contracturas, roces, pinzamientos,
Túmbese y relájese.
Tome este calmante.
Habrá que operar.
No tengo claro cómo podemos actuar contra la nocividad potencial interna, a corto plazo.
El objetivo no es minimizar el dolor, sino la nocividad. Si esta no existe, lo que procede es modificar los factores evaluativo-motivacionales que lo generan.
No es una terapia (“educación terapéutica en Neurociencia”), sino una obligación.
Primum non nocebere
Know pain, no pain.
Qué bueno leerte, Arturo. El gran problema aquí siempre es “dolor en ausencia de daño consumado o potencial”. Porque, aunque dices que “ La historia clínica, la exploración y la utilización de medios complementarios permite hoy día detectar ambos estados.” si te refieres a tu ejemplo en patología cardiaca, sí, hay pruebas objetivas que permiten descartar o detectar una angina de pecho o un infarto de miocardio. Pero no es así en patología músculo esquelética. ¿Cuándo podemos afirmar que estamos en presencia de un dolor en ausencia de daño consumado o potencial? Hoy, no podemos. Entonces, ¿cuándo podemos considerar la tesis de dolor en ausencia de daño consumado o potencial? Ese es el quid del asunto. Gracias.
Hola, Vicente. Me alegra saber que sigues por ahí. La incertidumbre siempre estará ahí. Nuestra obligación es minimizarla. Para ello está el conocimiento y el acompañamiento al paciente. Podemos cometer el error de dar por sentado que no hay nada cuando hay o el contrario: negar la posibilidad de que no haya nada tisular y descuidar el aspecto evaluativo-motivacional