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Lo posible y lo probable

Todos los 22 de Diciembre tengo la misma cabezonada (“corazonada”): ¡no me va a tocar ninguno de los premios importantes de la lotería!

Hasta ahora se ha cumplido. A pesar de ello compro unos pocos décimos. No me puedo sustraer a la posibilidad, aunque la probabilidad sea despreciable. Lo mismo sucede el día 6 de Enero. La cabezonada se reproduce año tras año con el sorteo del Niño. Ya les contaré.

Las administraciones de lotería tienen colas, unas más que otras. La cola llama a la cola, la retroalimenta positivamente. Atrae. Que uno resulte agraciado por haber soportado una cola más larga no tiene sentido. La probabilidad es la misma con cola corta o larga. El tamaño no importa.

Sin embargo,w los humanos somos proclives a este tipo de conductas irracionales. El deseo (Wishful thinlking) impone su ley, reforzado por su contrario: el temor a que toque un número que está a nuestro alcance y lo rechacemos. ¿Y si toca, qué?

Un avión puede precipitarse al vacío. Es posible, pero altamente improbable. Algunos sapiens prefieren evitarlo, por si acaso. El llamado principio de precaución.

La dependencia de lo posible ante una probabilidad baja se denomina “fobia” o “filia” según el objeto genere miedo o deseo.

La supervivencia se beneficia de dicho principio y de las filias y fobias. Actuar desde la posibilidad teórica desdeñando la probabilidad aunque sea ínfima. Un pajarito saldrá volando ante cualquier ruido no codificado como inofensivo. Por si acaso. Desde la rama observará el escenario en el que ha abandonado la comida y volverá para seguir con la faena cuando recupere la confianza.

El organismo, a través de su sistema neuroinmune, opera también desde la posibilidad aunque la probabilidad sea despreciable.

Una molécula no codificada como inocua puede corresponder a un tóxico o un agente biológico patógeno. Es posible desde el desconocimiento. El látex, el polen, son inocuos por sí mismos, pero el sistema neuroinmune puede contemplar la posibilidad de que contengan amenaza y actuar desde esa posibilidad, aun cuando no haya evidencia de que hayan creado nunca ningún problema.

Hay sucesos de daño en los que no está claro el agente responsable y puede funcionar la dinámica del chivo expiatorio. La culpa recae en un inocente.

Estamos ante una reacción alérgica. No es posible que el látex ni el polen generen por sí mismos ningún daño, pero si el sistema neuroinmune los ha codificado como agentes potencialmente nocivos, actuará frente a ellos como si fueran peligrosos, aunque la probabilidad sea nula.

El “ruido” (es decir: una mínima perturbación mecánica ondulatoria del medio ambiente) no contiene ninguna posibilidad de dañar la cabeza. Si es muy intenso, puede lesionar la delicada estructura sensorial del oído interno y generar sordera, pero a la cabeza no le pasa nada. Sin embargo, el sistema neuroinmune actúa como si esa ligerísima perturbación mecánica fuera nociva y activa el código peligro, expresado en la conciencia como “dolor”.

Otras veces a la posibilidad se acopla una alta probabilidad. Es lo que sucede con la variante dominante actual del coronavirus, omicron. Probablemente nos contagiemos muchos. Sin embargo, la probabilidad de que enfermemos y corramos peligro de sufrir secuelas severas objetivas o, incluso, fallezcamos, es pequeña (aunque no despreciable). Parece que si estamos vacunados la probabilidad es menor. ¿Cuál es la conducta preventiva adecuada, individual y colectiva? No tengo ni idea. Cada cual actuará según su escala de valores individual y social.

El problema se complica con el denominado “covid persistente”.

¿Es posible que el virus siga ahí agazapado, distorsionando todo el trabajo evaluativo del sistema neuroinmune, aun cuando no haya evidencia de que siga matando células? Si la respuesta es para el sistema “sí” o “¿por qué no?”, el individuo padecerá las consecuencias de mantenerse activado el estado de alerta-protección-ahorro de energía, aun cuando no haya ninguna situación que lo justifique. Ese estado se proyectará en la consciencia como “síntomas”. Los expertos puede que proclamen que se trata de un efecto real del virus y no consideren la hipótesis del error evaluativo.

¿Es posible que el virus ya esté neutralizado y, sin que haya dejado heridas de guerra, persista innecesariamente el estado de alerta-protección-ahorro de energía?

¿Qué grado de probabilidad existe de que sea así?

No lo sé. Estamos considerando hipótesis. En Ciencia es obligado tener en cuenta todo lo posible, con su cuota correspondiente de probabilidad respecto al corto, medio y largo plazo.

Despreciar cualquier hipótesis posible tiene su riesgo.

¿Existe el error evaluativo persistente?

Alergia, enfermedad autoinmune, cáncer, migraña, fibromialgia… quizás también “covid persistente”.

Es posible. Eso pienso yo.


Este blog es solo la punta del iceberg, se puede hacer mucho más.


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    2 comentarios en «Lo posible y lo probable»

    1. Buen artículo. El miedo a lo probable a muchos nos ha afectado mucho. Se pueden haber reactivado síntomas que ya no teníamos, como el dolor. La incertidumbre que nos causa el covid , sobretodo si decidimos por otras enfermedades preexistentes no habernos vacunado, se torna peor. Los medios nos bombardean con información acerca de omicrón y nos dicen casi que es una sentencia de muerte no haberte vacunado y ser diabético. Saber la estadística real de estos casos y la probabilidad de morir sería una herramienta para combatir la ansiedad que a muchos nos genera toda esta situación. Qué tan posible y qué tan probable morir por esta variante en pacientes no vacunados con dolencias cardiacas y endocrinas? quizás los científicos deberían de analizar esto y darle a esta información su justo peso.

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