La realidad está constituída por materia y energía, ubicadas en un espacio-tiempo. Existen leyes naturales físico-químicas que inducen cambios en los estados de la realidad. Esos cambios pueden ser predecibles si conocemos las leyes naturales que los determinan.
La materia inanimada se limita a sufrir los cambios inducidos por los sucesos y las leyes físico-químicas. No pueden acceder a conocer esas leyes y no pueden generar conductas que modifiquen el impacto de los sucesos.
La materia-energía irrumpió en el espacio-tiempo hace 13.800 millones de años y las leyes naturales fueron evolucionando a la par de los cambios generados en ella.
Se ha constatado la existencia de “vida”, en forma de microorganismos, hace 4.280 millones de años. Le llevó a la materia-energía 9.500 millones de años para organizarse como un sistema biológico, rudimentario, pero capaz de autoorganizarse en un espacio clausurado por una membrana dotada de sensores, capaces de detectar variables físico-químicas externas y consecuencias internas y captar patrones de causa-efecto en la interacción con el ambiente.
Podían extraer información sobre impacto interno de la interacción con el exterior. No podían evitar las leyes naturales, pero sí evitar acciones que indujeran un efecto negativo o aproximarse a los lugares que ofrecían energía sin riesgo (comida saludable).
Los seres vivos actuaban en base al conocimiento adquirido evolutivamente (como especie y como individuos) sobre efectos internos de la interacción con el entorno, pero no tenían acceso al conocimiento fino de la materia-energía externa e interna.
Con la cultura los sapiens empezaron a interesarse por la materia-energía y las entrañas del organismo y fueron desarrollando teorías sobre las causas, con acierto creciente.
A Ciencia probablemente cierta, sabemos muchas cosas: la materia está constituída por partículas agrupadas en átomos, agrupados en moléculas, agrupadas en objetos inanimados o sujetos animados, formados por células y tejido extracelular, agrupadas en órganos, agrupados en organismos, agrupados en sociedades.
Sabemos que esa cultura aporta información que el individuo no podrá extraer por sí mismo de la experiencia, sino que debe limitarse a recibirla, y sabemos que el subsistema neuronal evaluativo evaluará con un margen de error variable, validándola o rechazándola.
Sabemos que la información puede modificar estados sistémicos (efecto placebo-nocebo, es decir, efecto creencia).
La cultura dominante sigue aplicando una interpretación dualista de la realidad: por un lado materia-energía y, por el otro, mente-alma-espíritu o energías no validadas. Esa cultura dominante considera que la información es algo que opera en ámbitos mentales conscientes y la reduce a lo transferido a través del lenguaje o imitación. Atribuye al individuo la culpa de los errores evaluativos (catastrofización) y no entra a considerar la compleja trama neuronal de adquirir, recibir y evaluar información, influídos por lo que los expertos proclaman como verdad “a Ciencia cierta”.
¿Qué sabemos?
Sabemos que hay conceptos y prácticas comunes en el colectivo de expertos que la ciencia no valida.
Sabemos que no todo lo que se va sabiendo se incorpora rápidamente a la cultura que se divulga y aplica.
Somos conscientes de que una buena información sobre el mundo real (materia-energía-espacio tiempo e INFORMACIÓN) puede ayudar a mejorar la gestión del subsistema neuronal, reduciendo la cuota de errores evaluativos.
Sabemos, por ejemplo, que todo lo que recibimos en la consciencia (sentimientos, ideas, emociones, ganas conductuales…) son construcciones aprendidas a lo largo de la interacción de los organismos con el entorno.
Los sonidos, las imágenes, los olores, los sabores, los dolores, el cansancio, mareo, etc. no los genera la realidad materia-energía, sino el sistema neuroinmune. No hace falta una realidad patológica de esa materia-energía para que aparezcan los síntomas en la consciencia, ni es suficiente la patología para que aparezcan.
Negar la existencia del proceso evaluativo y su dependencia de la información de expertos es ponerse una venda para no querer ver.
Esa negación puede cerrar el paso a la disolución o minimización de los errores.
Conocer la trama neuronal del aprendizaje evaluativo no hace daño. Ignorarla tampoco daña, pero mortifica e invalida de modo extremo, sin necesidad.