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Conciencia corporal

La conciencia es un ámbito muy limitado. Sólo aparece en ella una parte ínfima de la actividad de la red neuronal, del fluir del estado evaluativo-motivacional. Los síntomas, en ausencia de pruebas objetivas de daño consumado o potencial, sólo informan de lo que el sistema neuroinmune evalúa, y la conducta que propone, con más o menos apremio.

En la conciencia, podemos intervenir en los estados del organismo con un poder variable. Lo importante es gestionar esa cuota de responsabilidad a favor de la racionalidad. Si no está sucediendo nada amenazante, nuestra contribución debe facilitar la desactivación de los estados de alerta-protección-ahorro de energía y no lo contrario: echar involuntariamente más leña al fuego, en vez de apagarlo.

Todos meditamos

La meditación es un estado en el que conscientemente podemos imaginar cualquier realidad, focalizando la atención en ella, con una cierta capacidad de modificarla a nuestro antojo (en la imaginación, claro). Podemos sentir la respiración a la vez que «imponemos» un determinado patrón (abdominal, por ejemplo). Podemos sentir el movimiento en las articulaciones, los miembros, induciendo un patrón calmado, relajado, a la acción. Todo ello puede ayudarnos a sentir con más normalidad el cuerpo, enfriando sus estados crispados improductivos.

El problema surge cuando queremos meditar sobre procesos a los que no tenemos acceso consciente. Meditar sobre la filtración glomerular renal, la selección clonal linfocitaria o el recambio celular cutáneo no los modificará en la dirección que nosotros solicitemos.

Cuando el dolor se proyecta en una zona anatómica en la que hay pruebas objetivas de que no sucede nada amenazante, podemos meditar, proyectar nuestras convicciones sobre esa zona, en reposo y en actividad imaginada (imaginación guiada). No se trata de repetir frases que, en el fondo, no creemos. No es rezar o suplicar. Tampoco se trata de hablar con el síntoma y pedirle (exigirle) que se vaya.

Calentamiento de la conciencia corporal

Muchos días, con los primeros movimientos del día a día, siento dolor en la zona lumbar. Mi historia de ese barrio (hernia discal intervenida, lumbalgia invalidante recurrente hasta que empecé a buscar el chip de la cuestión y lo cambié) la ha convertido en un lugar vigilado, incierto, en libertad condicional. El recado «dolor» se acompaña de un estado hiperreactivo que contrae de modo reflejo la musculatura lumbar, en estado de alerta-protección, acompañado de una sacudida del dolor.

Me siento en la silla, interiorizo sin ansiedad, tranquilamente, relajo y hago oscilar el tronco como una peonza, centrando la atención en la cabeza, no en el punto de apoyo. En unos segundos, puedo levantarme y moverme.

El organismo nos exige a veces rituales, ensalmos, placebos. Es preferible librarse de ellos, pero a veces los aceptamos. La conciencia corporal necesita, a veces, un calentamiento (o enfriamiento, según se mire), una meditacioón sobre las condiciones fisiológicas reales del organismo.

El problema aparece cuando queremos meditar sobre el dolor de cabeza o de la cavidad torácica o abdominal. Ahí no tenemos articulaciones ni músculos (internos) accesibles a la meditación consciente. Sin embargo, podemos interiorizar conceptos, enfriar el impacto emocional del miedo al sufrimiento, la ansiedad por neutralizar el síntoma, el temor al fracaso, la convicción de impotencia e incapacidad. Podemos también focalizar la atención en la tarea, aun cuando no siempre lo conseguimos.

Meditar para actuar, no para evitar la acción

Hay que procurar que la conciencia corporal, el sentimiento de estar en ese cuerpo, se proyecte sobre la actividad. Uno se sube a la bici, se sienta, se relaja, y, sin miedo, empieza a darle a los pedales, con la convicción de conseguir el equilibrio, como otros lo hacen. No es cuestión de una genética para el ciclismo, sino de una narrativa construída respecto al hecho de adquirir la conciencia corporal tranquila y productiva de la relación cuerpo-bici.

Los síntomas sin explicación médica contienen mucha explicación: «es todo normal». La bici es normal, usted es normal, luego lo que impide la relación es la incertidumbre, los miedos: a no conseguirlo; a caerse y hacerse daño; a la autoestima; al qué dirán…

-Qué más quisiera que poder andar en bici. Me encantaría…

La conciencia corporal es fundamental. Incluye muchos planos: el de los procesos internos, la frontera cutánea; el espacio peripersonal cercano; el extrapersonal lejano; la relación con los objetos macroscópicos y microscópicos, con la materia y energía en un espacio-tiempo determinado, con lo detectable e indetectable.

Ahí afuera hay información que entra al sistema, consciente e inconscientemente. No podemos saber qué información de los expertos nos ayuda a construir una idea de organismo razonable, adaptativa. Al meditar sobre el organismo, en el vagabundeo mental, podemos y debemos trabajar cuando sea necesario esa idea corporal, incluyendo el interior. Sabemos que no sucede nada (síntomas con explicación médica: «no tiene usted ninguna enfermedad»).

No es lo mismo meditar sobre la base: «mi organismo es normal» que sobre la contraria: «mi organismo padece alguna condición patológica misteriosa que los profesionales no aciertan a identificar». «Mis músculos son normales» o «mis músculos se contracturan con facilidad. El estrés los mantiene tensionados»…

Cuide la conciencia corporal, esa pequeña ventana informativa del organismo en la que, con más o menos conocimiento, usted puede ayudarse o echar piedras, sin saberlo, contra su propio tejado.

Know pain, no pain

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