El organismo es un sistema complejo adaptativo. Cada componente aporta su granito de arena funcional y la integración de sus aportaciones nos mantiene vivos. Esa integración no sería posible sin una buena información de lo que hace y debería hacer cada uno de los componentes. Cada célula libera en su interior y exterior moléculas que generan información hacia sí misma (autocrina) , hacia las células vecinas (paracrina) y hacia el sistema (endocrina).
La información autocrina tiene un impacto local (la propia célula que emite esa información molecular).
La información paracrina afecta a las células vecinas. Su impacto se extiende más en el espacio, pero se limita al vecindario.
La información endocrina se vierte en las vias de comunicación sistémicas: sangre, linfa, red neuronal. Su ámbito territorial de influencia es mayor.
Cada célula expresa sus estados a través de mensajes autocrinos, paracrinos y endocrinos, que serán vertidos en los espacios correspondientes y encontrarán respuesta por parte del resto de células, órganos y sistemas. Esos mensaje se llaman, genéricamente, citoquinas. Cada célula especifica el origen: adipoquinas, interleucinas, mioquinas…
No llueve a gusto de todos. No se puede atender siempre a los mensajes de todos los individuos del organismo. Existe una jerarquía que “decide” sobre la base de la información disponible y sus decisiones no siempre coinciden con lo que cada célula quisiera y ha solicitado a través de sus citoquinas. Eso sólo sucede en el cáncer. Sus mensajes consiguen un trato de favor por parte del sistema neuroinmune, cuando debería suceder lo contrario.
La autoridad no está ubicada en ningún lugar anatómico. Los hechos imponen su ley. Un músculo en apuros, por no disponer de la energía necesaria para hacer el trabajo que se le pide, por ejemplo el cardíaco, liberará información autocrina, paracrina y endocrina (por vía circulatoria-lenta- y neuronal-rápida). La información disponible activará de modo coordinado una respuesta, que incluirá presumiblemente dolor (angina de pecho) para que el individuo se quede quieto y el músculo, y de paso el individuo, siga vivo.
El músculo siempre le ha quitado protagonismo al cerebro. El músculo cardíaco, una simple bomba, se ha colgado todas las medallas, para bien y para mal, usurpando al cerebro lo que, en justicia biológica, le corresponde.
Las emociones se cocinan en el corazón. Todas las artes así lo dan a entender. El pobre cerebro no tiene quien le cante, pinte ni escriba. No es justo.
Ahora le toca al músculoesquelético. Se ha comprobado que también libera mensajes, como todo pichipata celular: mioquinas. Cuando trabaja, es decir, hace ejercicio con objetivos variables, libera mensajes que se vierten en el comùn de la mensajería. El sistema los atiende y adapta la actividad global del organismo para que el requerimiento del trabajo muscular sea atendido: se acelera el corazón, la respiración, se provee más energía y se activa, por ejemplo el hipocampo, un área cerebral que, entre otras cosas, graba todo lo que de novedoso –bueno y malo– pueda suceder en el curso de ese ejercicio-actividad, el qué y el dónde.
Las mioquinas liberadas por los músculos que mueven el esqueleto y las que suelta el colega cardíaco llegan al cerebro y este, después de tomar nota, libera las suyas para organizar la complejidad de atender muscularmente la demanda del individuo.
Existen las cerebroquinas, pero reciben otro nombre: neurotransmisores, aunque quiera decir lo mismo.
El músculo, se dice ahora, es un órgano. Su actividad lo regula todo.
Contrae regularmente tus músculos y tu organismo lo agradecerá.
El sistema neuroinmune gestiona como el músculo (Dios) manda. Los macrófagos, por impacto de las mioquinas generadas por la contracción se vuelven buenos, antinflamatorios. El hipocampo engorda, por la liberación de BDNF. Una rata en una jaula, si no tiene la ruedita de marras, se deprime y demencia.
Neurotransmisores, inmunotransmisores, adipotransmisores, musculotransmisores, osteotransmisores…
Una célula contiene materia, energía, tiempo-espacio e información. Hay citoquinas intracelulares y otras se sueltan al espacio extracelular para que la propia célula (información autocrina) sepa lo que hace de modo integrado y también las células vecinas (información paracrina). Por todas partes hay capilares, células del sistema inmune y terminales neuronales, que detectan esos mensajes musculares y responden localmente o sistémicamente (endocrinamente).
Evidentemente, la inactividad, la desmotivación (depresión), la disnutrición, la adiposidad… son vectores de degeneración de todos los tejidos del organismo.
La actividad del individuo es necesaria. Hay que conseguir que el organismo motive, mueva al individuo, sin miedo y con ganas, con actitud exploradora y juguetona, con libertad. Todos los tejidos lo agradecerán, incluidos los músculos del esqueleto.
Creo que no sólo se trata de contraer el músculo, de cumplir con los 10.000 pasos de cada día o dedicar una hora al gimnasio.
Vivir es moverse. Ello implica, por supuesto, al músculo y sus mioquinas, pero no son las únicas ni siempre las más poderosas. Depende de la narrativa de cada escenario, de cada acción.
Todas las células liberan mensajes, incluido el cerebro.
Cognición, percepción, emoción, imaginación, predicción, detección y corrección de error, aprendizaje, cultura… Todo es cuestión de citoquinas, mensajes, información integrada.
Las palabras son también mensajeros. Contienen información. Son linguoquinas…
Cuide sus citoquinas. Cuide la información.
Know pain, no pain.
Libera citoquinas
Leerte siempre me hace volver a poner los pies en la tierra. Eskerrik asko!
Ahors se escucha mucho el término citoquinas. Que lo que mata a los pacientes covid es el proceso inflamatorio o tormenta de citoquinas.. En el caso de la migraña, fibromialgia, sindromes de sensibilización central en general, se generan también citoquinas.. Pero si el cerebro comete un error de evaluación.. Puede crearse una tormenta de citoquinas por error? Quizás este hablando cosas sin sentido.. Pero me quedé pensando en esto..