La evolución ha seleccionado un tipo de neuronas (fibras C sensibles a estímulo móvil mecánico suave, es decir, caricia). Al no disponer de mielina (el material aislante del axon) conducen las señales a baja velocidad: unos pocos centímetros por segundo.
Otras fibras de tipo C son sensibles a estímulos mecánicos y térmicos nocivos, y un tercer tipo de fibras C (fibras dormidas o silentes) se activan sólo si el tejido está inflamado.
La piel peluda dispone de esas neuronas que se activan cuando un estímulo mecánico suave y cálido se mueve sobre ella a 1-10 cm/segundo. Esas fibras cumplen un papel importante en el desarrollo del niño, ya desde el embrión y, más aún, en los primeros meses. Los bebés prematuros necesitan las caricias. Si no las reciben su organismo entra en estado de alerta (aumenta la frecuencia cardíaca y la presión arterial).
La caricia libera opiáceos endógenos e inducen un efecto analgésico. Supongo que en función de quién las ejecuta y si son bien recibidas.
La piel sin pelo (glabra), la de las palmas de las manos y pies, dispone de neuronas con alta sensibilidad a estímulos mecánicos inofensivos, pero esos estímulos los detectan otro tipo de neuronas: las de tipo A beta. Tienen una estructura compleja que permite detectar mínimos estímulos mecánicos en la zona de recepción (corpúsculos de Merkel, Meissner, Ruffini y Paccini) y conducen la señal generada (potencial de acción) a gran velocidad, por disponer de mucha mielina (aislante del axon). La supervivencia necesita velocidad, tanto para saber lo que tenemos entre manos como para responder al instante.
Estas neuronas mielinizadas (tipo A beta) permiten identificar con la palma y con los ojos cerrados los objetos (percepción háptica).
Disponemos, por tanto, de neuronas (A beta) para obtener información de los objetos que tenemos en la mano y otras (fibras C sensibles a estíulos mecánicos móviles de baja intensidad, caricias) para sentir con placer o repulsión la mano cálida que acaricia o manosea, según la evaluación de quien la recibe.
El estado de alarma ha silenciado las fibras C de las caricias. Menos endorfinas, más dolor facilitado (por este y otros motivos).
“Contigo en la distancia” no es saludable.
Es un efecto secundario más del mal bicho ese.
Ni siquiera tendría mucho sentido recomendar acariciarse a uno mismo la superficie peluda (suponiendo que eso sirviera para algo), pues podemos dar facilidades al innombrable.
En esto del coronavirus existe, por tanto, una falta de tacto evidente.
Quizás se podrían facilitar androides que generen estímulos mecánicos móviles a intensidad, velocidad y temperatura adecuada, convenientementes esterilizados antes y después del uso.
Algo es algo.
Algo, algia, dolor…
Las difíciles decisiones tomadas por nuestros gestores implican una evidente falta de tacto, un bajón de fibras C mecanosensibles …
¡¡Maldito bicho!!
Genial, como todo.