Don Miguel de Unamuno acuñó el término “intrahistoria” para dar voz a la anónima trama de la vida de los pueblos. Cada organismo tiene una intrahistoria. Los expertos la denominan “memoria autobiográfica”, “red en reposo” o “modo por defecto”. Es una narrativa construida en el día a día, que integra pasado, presente y futuro. Reconsidera lo sucedido, sobre el fondo de lo que no sucedió, pero pudo suceder (contrafactuales); lo que uno desea o teme que suceda; lo que los demás (sobre todo si nos importan como amigos o enemigos) hicieron o dijeron, pero pudieron o debieron hacer o decir otra cosa; lo que harán o dirán esos mismos si decimos o hacemos esto o lo otro.
Hay un pensarse continuo, como individuo que tiene que salir a la escena social y como organismo que debe dar el tipo físico para cumplir con los objetivos.
La intrahistoria fluye sin solución de continuidad como una música de fondo, como un tarareo mental. Sólo se interrumpe cuando nos centramos en una tarea conscientemente, atentamente. Se apagan las luces del escenario y se enfoca sólo el personaje que protagoniza en ese instante el guión.
En la consulta se piden datos sobre los síntomas: qué siente; desde cuándo; cuándo; dónde; cuánto; qué lo agrava; qué lo alivia. Puede que alguien se interese, además por el qué le han dicho y qué le recetaron. Son los titulares de la prensa somática. Las fechas, las etiquetas diagnósticas, los tratamientos, los consejos, las reprimendas.
En el documento clínico puede que haya constancia escrita de todo ello, pero no queda recogida la intrahistoria, la narrativa: el cómo ese organismo se fue haciendo y contando a sí mismo y cómo ve el futuro.
– ¿Qué piensa de todo esto que me ha contado?
– No sé. No pienso. No soy médico.
– Ya tengo su historia. Ahora necesito conocer la intrahistoria.
Cada etiqueta (migraña, fibromialgia, lumbago, “cervicales”) aflora desde una intrahistoria, un suelo que promueve la germinación de una semilla.
– ¿Qué piensa de lo que yo pienso?
– Que es todo psicológico.
– ¿Está de acuerdo con lo que le he dicho?
– Pues la verdad, no.
– ¿Qué entiende usted por psicológico?
– Pues que, más o menos, me lo invento.
– ¿Usted cree que creo su historia, sus síntomas?
– Creo que no. Me gustaría que los sufriera usted. Así me comprendería y haría algo por ayudarme.
El diálogo puede prolongarse hasta el infinito. Las intrahistorias del paciente y el profesional pueden converger o diverger. El diálogo a veces acerca posiciones y otras las aleja cada vez más.
Los profesionales construimos nuestras historias y las publicamos en los medios, sensibilizando a la opinión pública de lo que conviene a esas historias: los síntomas, etiquetas y terapias adecuadas, con evidencia científica. No contamos nuestras intrahistorias: las carencias, los peligros de nuestra intervención, de lo que hacemos y decimos u omitimos.
Los padecientes se limitan a repetir en la consulta la historia en la que han sido adoctrinados.
En las historias a veces se producen hitos, acontecimientos significativos: tuve un accidente, una infección, una quemadura, una intoxicación, me diagnosticaron un cáncer, una diabetes…
De todo ello debe tomarse buena nota, pero además hay que interesarse por lo que subyace:
Qué le dijeron; qué pensó; cómo le afectó;
– Desde la operación me duele la zona. Dicen que todo fue bien y que no tiene nada que ver. Yo sólo sé que antes no me dolía y desde que me operaron tengo ese dolor. Creo que me ocultan algo.
Los datos históricos son ciertos. El dolor apareció después de la operación en la zona intervenida. Previamente no existía.
La intrahistoria puede ser errónea aun cuando la historia sea correcta: los tejidos de la zona intervenida pueden estar aptos para la brega y no hay nada amenazante allí. El dolor puede proceder del cuerpo virtual, imaginado.
– Mi abuela tenía migraña. Mi madre también. Desde hace unos años también la padezco yo. Me han dicho que es genético.
Los datos históricos, la incidencia familiar de las crisis, son ciertos, pero la intrahistoria profesional puede ser errónea o, al menos, incompleta. Ignora el aprendizaje, la cultura experta, la observación-imitación, la dinámica de los sistemas complejos adaptativos, los sesgos de confirmación…
– No sé qué pensar de lo que pienso que usted piensa de lo que yo pienso…
Pues eso. De lo que se cree se cría.
A veces hay que dejarse de historias y centrarse en las intrahistorias.
Know pain, no pain.