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Con miedo no se juega

El equipo de Atención Primaria de Valladolid, liderado por Miguel Angel Galan y Federico Montero, fisioterapeutas, ha publicado antes de ayer en Journal of Clinical of Medicine el resultado de una intervención grupal en pacientes de dolor crónico espinal que combinaba la Educación en Neurociencia del dolor con la actividad lúdica física y mental.

Un colectivo de 89 pacientes con dolor crónico de columna siguieron un programa de educación en conceptos básicos de neurofisiología del dolor, complementado con actividad física y mental lúdica (“gamificación”) en grupos. Al grupo control (81 pacientes) se le facilitó la atención habitual.

En resumen: les reunían por grupos; les explicaban conceptos sobre dolor contrarios a lo que habían oído hasta entonces en las consultas: el dolor no viene de la columna sino del cerebro; puedes y debes moverte sin miedo, no te vas a hacer daño; ya verás qué divertido; conocerás gente.

Los pacientes mostraban antes de la intervención índices elevados de catastrofismo (rumiación, magnificación, indefensión), kinesofobia y “sensibilización central”.

Cuando supieron que el dolor no indicaba cómo tenían la columna sino lo que el cerebro opinaba sobre esa columna, fueron perdiendo el miedo a jugar entre ellos, moviéndose y haciendo pequeños ejercicios mentales a la vez (tareas duales).

Después de varias sesiones tenían menos dolor, rumiaban menos, se podían concentrar en otras cuestiones que no fueran el dolor y la incapacidad, habían perdido el miedo a jugar y ya los estímulos inofensivos no generaban dolor (se habían librado de la sensibilización central).

Habían recuperado la libertad para jugar, requisada por el miedo que la cultura habitual de “la columna” instala en los circuitos centrales, los que evalúan el estado de los tejidos y la amenaza que supone para ellos el que el individuo quiera jugar (moverse en libertad exploradora). Desde esos pre-supuestos el sistema motivacional retira de la conciencia el ánimo motor y anima al individuo a moverse poco y mal y a rumiar la cuestión única: la presencia del dolor, el miedo a jugar y el impacto que esa privación induce en los planes ya truncados, sin esperanza de retomarlos (indefensión: haga lo que haga nunca voy a recuperar mis planes).

El artículo está plagado de gráficos, curvas, índices, significaciones estadísticas, apelaciones a la evidencia y al soporte científico de lo que se dijo e hizo.

Reconozco que el mundillo de la evidencia con toda su tecnocracia estadística no me va. Creo que todo el embrollo formal de los “papers”, exigido por los estrictos revisores para obtener el “nihil obstat, publicatur” convierte cuestiones sencillas, de una evidencia clamorosa, en otras aparentemente complejas.

Si a los ciudadanos desde su más tierna infancia se les dice que han venido al mundo marcados por la vulnerabilidad de ser bípedos (un alto coste evolutivo), con asimetrías y exceso de curvas (escoliosis), que deben sentarse como los expertos mandan,(algo imposible de llevar a cabo), que coger pesos de malas maneras pasará factura, que los años duelen, que si la artrosis, que si las hernias que la resonancia ha desvelado y por eso duele … se estará metiendo miedo en el cuerpo virtual, que es el que integra la información sensorial de los tejidos y la información atemorizante de la cultura. Ese miedo instalará el estado de alerta-protección en los centros evaluativos, que se expresará en la conciencia como dolor promoviendo los obligados bucles cognitivos, emocionales, sensoriales y conductuales. La cronificación está servida.

Si uno habita una casa que cree puede caerse porque así lo dicen los expertos en casas, tendrá miedo a residir en ella; no dejará de pensar en la posibilidad de que un día se produzca el derrumbe y que ya no se puede hacer nada para evitarlo pues los años de la casa no perdonan ; cualquier perturbación: el viento, la lluvia … activarán la alarma). Las terapias no hacen mas que cambiar el aspecto de la casa: una mano de pintura, unas flores…

El inquilino catastrofiza, rumia, magnifica, se siente indefenso; tiene miedo a entrar en la casa y trata de evitarla; se mueve con sigilo y temor; no se atreve a hacer ninguna chapuza doméstica (kinesofobia). La casa padece sensibilización central.

El estudio de Fede, Miguel Angel y colaboradores reúne a los inquilinos y les trata de explicar que lo que les han contado de la casa no es cierto, que la casa no sólo no corre peligro sino que necesita recuperar la actividad normal de una casa para su mantenimiento. Los nuevos expertos en casas acompañan a los inquilinos a retomar la actividad: cenas, bailes (exposición gradual), juegos.

Se revisan después de la intervención los índices de catastrofismo, kinesofobia, sensibilización central, invalidez, dolor y se comprueba que es otra cosa. Se ha perdido el miedo a habitar en esa casa. Se ha rehabilitado la confianza.

La situación es sencilla: educamos a la ciudadanía en el miedo. Las consecuencias aparecen. Los mismos educadores evalúan las consecuencias y certifican que sus profecías se están cumpliendo. Se invierten cuantiosos fondos públicos y privados en educación en miedo y terapias de dudosa eficacia y comprobada peligrosidad.

Dicen las guias de buena práctica clínica que los profesionales no están haciendo lo que debe hacerse (educación en dolor y promoción de actividad) y que se hace lo que no está claro que sirva para algo (fármacos y cirugía, por ejemplo).

El trabajo de Fede y Miguel Angel saca los colores al sistema (público en este caso) y lo señala como causante del problema, cumpliendo con todas las formalidades de la evidencia.

El mensaje es claro: dejen de invertir en miedo. Devuelvan la libertad para jugar.

Fede y Miguel Angel han puesto encima de las mesas del ámbito de las decisiones argumentos de sobra para que se invierta en eliminar el miedo del organismo.

Con miedo no se juega.

No hay modo de hacerlo.

Enhorabuena a los autores. Que cunda el ejemplo y que volvamos todos pronto a poder jugar cuando y donde nos plazca, una vez que ese mal bicho nos deje en paz.

¿Distanciamiento social? Sólo cuando anda el bicho por ahí. Cuando ya no esté lo que hay que hacer es acortar distancias, como aconsejan los de Valladolid. ¡Que les quiten lo bailado!

¿Lavarse las manos? El bicho obliga, pero cuando ya no esté habrá que “ensuciárselas” un poco más. Los que tienen que hacerlo deben moverse, ¡ya! sin miedo.


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1 comentario en «Con miedo no se juega»

  1. Me alegran los éxitos de este equipo de fisios. Por ellos y por sus pacientes. Asistí a la sesión de cierre del programa que desarrollaron en mayo de 2018, en la cual también participó Arturo, y percibí que además son personas muy sencillas y amables, y apreciadas por los participantes en el programa, que estaban en el auditorio junto a mí.

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