Primero, un poco de contexto del sistema neuroinmune
Venimos al mundo con muchos recursos defensivos, seleccionados a lo largo de la evolución de nuestra especie y memorizados en el genoma. El sistema neuroinmune contiene memoria de agentes biológicos y estados físicoquímicos capaces de generar muerte celular aguda (necrosis) de células sanas y eficientes. Conoce (sabe, cree) lo que debe ser evitado y, cuando detecta esos agentes y estados peligrosos, actúa para evitar o minimizar el daño a los tejidos.
El organismo es inmune a un conjunto de malos bichos externos, conductas cancerosas de células propias y estados físicoquímicos mecánicos , térmicos y químicos potencialmente letales.
El sistema neuroinmune viene al mundo con inmunidad evaluativa: detecta peligro, lo evalúa como tal y promueve conductas defensivas que ponen en marcha complejas cascadas moleculares que implican a diversas células inmunes y circuitos neuronales básicos que generan respuestas locales o globales de evitación.
El sistema neuroinmune innato actúa de modo reflejo y certero frente a amenazas fundadas. Tiene inmunidad. Evalúa y motiva (promueve respuestas) adecuadamente. Es una inmunidad saludable.
No siempre el sistema neuroinmune consigue evitar la necrosis. Cuando es así, las células sanas de la vecindad del lugar afectado detectan señales, escapes moleculares (DAMPs-patrones moleculares de daño) de las células destruidas y activan conjuntamente la respuesta inflamatoria, necesaria para proteger la zona e iniciar la reparación.
No todos los agentes y estados físico-químicos potencialmente letales están bien evaluados como peligrosos en el catálogo innato de lo peligroso. No están todos los (agentes y estados) que son, aunque son (peligrosos) todos los que están. No se podrán evitar incidentes por agentes y estados peligrosos no catalogados, pero el sistema neuroinmune aprenderá del error-ensayo-error y memorizará los sucesos de daño intentando identificar un chivo expiatorio (agentes biológicos, moléculas extrañas, o estados físicoquímicos potencialmente responsables) y grabarlo en la memoria para no volver a tropezar en la misma piedra.
No todos los tropezones pueden evitarse. Hay agentes biológicos, gérmenes que, o bien no permiten grabar una estrategia evaluativa-motivacional adecuada y seguiremos estando expuestos a destrozos celulares cada vez que superen las barreras de la inmunidad innata, o son capaces de mutarse con facilidad para no ser identificados en el próximo intento.
El sistema neuroinmune adaptativo, adquirido o específico, complementa la capacidad evaluativo-motivacional de su predecesor innato, pero no tiene la misma fiabilidad. Ni están todos los que son ni son todos los que están y por si acaso, actúa desde el principio del error menos costoso: catalogar como amenazante a muchos agentes y estados inofensivos.
El componente adaptativo neuroinmune puede no ser saludable. El subsistema inmune puede pasar por alto la peligrosidad de un grupo de células cancerosas y concederles incluso un trato de favor, o actuar irresponsablemente frente a moléculas extrañas inofensivas o incluso beneficiosas (fármacos-shock anafiláctico). El subsistema neuronal puede promover conductas adictivas tóxicas o insanas con una presión preferente, o desmotivar o penalizar la inocente, inofensiva e incluso saludable actividad del individuo. Un poco de vino puede desatar la locura de una crisis de migraña, como si ese vinito fuera un peligroso germen capaz de colonizar las meninges… ¡¡a veces de un sólo lado!!
La inmunidad que aporta el componente neuroinmune adaptativo no es siempre saludable.
Afortunadamente, la adaptabilidad sigue siempre operativa. Puede reconocerse el error evaluativo y disolverse la motivación hacia conductas de evitación.
Con ocasión de la pandemia del covid19, ha surgido entre otras incertidumbres la de si la inmunidad adquirida tras padecer el contagio es temporal o permanente. No tengo, lógicamente, ni idea. Ya nos irán informando los expertos. No soy epidemiólogo ni inmunólogo.
La cuestión es si la neuroinmunidad adaptativa es temporal o permanente.
“He padecido un estado evaluativo-motivacional de alerta-protección injustificado durante muchos años. He sufrido migraña, fibromialgia, dolor crónico… Tras comprender y aplicar la hipótesis del aprendizaje he estado bien, pero con esto del coronavirus he vuelto a las andadas”.
Resumen de lo que nos han contado varios padecientes.
¿Qué pasa con las recaídas?
Los estados de conectividad evaluativo-motivacional del componente adaptativo neuronal de la inmunidad son muy plásticos, más que los de su compinche inmune. Ello permite la acción pedagógica, tanto para cometer errores como para disolverlos, o para reactivar un antiguo error que parecía disuelto.
En la conciencia se expresa la conectividad ganadora, pero la conectividad vencida sigue ahí, en el trastero de la casa. Si algo va mal, y ese puede ser el caso del impacto emocional negativo de la pandemia viral, el subsistema neuronal puede cambiar de estado. Reinstaura el de alerta-protección vigente en el pasado. Devuelve los muebles del trastero al piso y condena a los del piso al trastero, o, peor, baja los del trastero y los añade a los del piso creando sólo confusión (síndrome de Diógenes cognitivo).
La inmunidad neuronal es muy plástica, adaptativa, para bien y para mal.
Las recaídas pueden ser complicadas, pero el subsistema neuronal sigue siendo plástico. Hay que devolver los trastos cognitivos, emocionales, atencionales y conductuales al trastero y volver a disfrutar del mobiliario funcional que, realmente, ofrece comodidad y funcionalidad al residente. Es necesario hacerlo, sobre todo con la que está cayendo…
Recomiendo leer el comentario de Susana Olivera de ayer. Poco más puedo decir.
Know pain, no pain.
No confundir plasticidad con plasticosidad.
Si se recae, hay que levantarse y volver a empezar, siempre aprendiendo de las caídas. De eso va la adaptación, la plasticidad.