En la sección El Pais ciencia de hoy aparece un artículo que analiza, dando por hecho que los huesos duelen, si ese dolor óseo puede tener relación con los cambios meteorológicos.
Una de las misiones del blog es comentar críticamente las publicaciones que aparecen en los medios en torno al dolor. Explicamos al alumnado la compleja trama biológica del dolor, defendiendo en general lo contrario de lo que se predica en las aulas y en la prensa, no por tener vocación antisistema sino, simplemente, porque lo que sabemos a ciencia cierta actual soporta lo que explicamos.
Analicemos el texto:
Incurre en un error fundamental:
” En nuestros tejidos hay receptores nerviosos que recogen lo que acontece en cada zona de nuestro cuerpo. Estos receptores son de dolor, de temperatura y también de presión. Se encargan de captar el estímulo y transmitirlo al cerebro que así se entera de lo que está pasando. Un ejemplo muy sencillo: si acercas un dedo a una fuente de calor y te quemas, la retirada del dedo es porque el impulso del dolor llega al cerebro, que manda inmediatamente una orden para retirar el dedo”.
No existen receptores de dolor. En su lugar existen sensores dispuestos en la membrana de un tipo especial de neuronas denominadas “nociceptores”. Responden a estímulos potencialmente nocivos, es decir, energía mecánica, térmica o química, potencialmente capaz de destruir tejido.
El dolor es un contenido de conciencia que aparece cuando se activa simultáneamente una extensa red de áreas cerebrales conocida como “neuromatriz del dolor”. El único receptor de dolor es el individuo consciente. En los tejidos (incluidos los huesos) sólo hay receptores de nocividad consumada (necrosis) o potencial. Si se da esa situación: daño consumado o presencia de una energía mecánica, térmica o química dañina, peligrosa, los sensores de nocividad (¡nociceptores, no receptores de dolor!) generan una señal que llega a diversos centros que la procesan y organizan respuestas de protección de complejidad creciente, según viajan esas señales hasta el cerebro. La retirada del dedo de la llama se organiza en la médula, en el primer centro de respuesta. Es una respuesta refleja, inmediata. No es en el cerebro donde se genera la respuesta de retirada. En todo caso el cerebro podría bloquear esa respuesta de retirada del dedo, que surge de la médula, si el contexto así lo exigiera.
“El cuerpo, por otro lado, tiene diferentes tejidos con distintas densidades: tendones, músculos, huesos, áreas de cicatrización, zonas de fractura que están consolidando…, y claro, al tener distintas densidades quizá los cambios de presión influyan de manera diferente en cada una de ellas. Volviendo al clima, parece posible que con los cambios de presión atmosférica, los distintos tejidos se pueden contraer o expandir cada uno de distinta forma. Y es posible que esas expansiones o contracciones puedan estimular de maneras diferentes y que aún no conocemos bien a los distintos receptores y hacer que transmitan más impulsos de dolor al cerebro e incluso que los impulsos de presión o de temperatura sean transformados y sentidos como dolor”.
Cuesta creer que millones de años de evolución hayan permitido la chapuza biológica de unos tejidos que se expanden y contraen de distinta manera con los cambios de presión, generando tensiones mecánicas capaces de activar los sensores mecánicos de los nociceptores. Si algo caracteriza a los seres vivos, a sus tejidos, es su capacidad adaptativa. La especie humana se distingue por su vocación exploradora. No hace otra cosa que cambiar, andar de aquí para allá, buscando sustento, cobijo, pareja y amparo o éxito social.
Define el dolor la IASP (asociación internacional para el estudio del dolor) como una experiencia distresante asociada a daño real o potencial, con componentes sensoriales, cognitivos, emocionales y sociales.
No hay referencia en el artículo mas que a lo sensorial, a unas supuestas e increíbles contracciones y expansiones de unos inexistentes receptores del dolor. No se contemplan los componentes cognitivos (cultura), emocionales (miedo al dolor e invalidez) ni sociales.
Cualquier cambio tiene un profundo significado biológico. El sistema neuroinmune, encargado de la vigilancia y defensa de la integridad física del orgainsmo, activa la alerta en las transiciones, especialmente cuando están ya sensibilizadas, temidas. Cada escenario y cada zona anatómica genera un estado evaluativo de amenaza diferente y es frecuente que el inicio de ese escenario facilite la transición a un estado de alerta-protección injustificado, alimentado por la cultura de los “cambios”, sean hormonales,meteorológicos, alimentarios o de otro tipo.
No duelen los huesos sino la creencia de que los cambios meteorológicos o condiciones concretas (humedad, por ejemplo) amenazan la integridad física del aparato locomotor.
Flaco favor hacemos a los pacientes alimentando contenidos culturales vigentes sobre el dolor que lo único que aportan es mortificación, invalidez y cronificación.
Nos esforzamos en instruir a nuestros alumnos en biología y descorazona la información de expertos, que se limita a validar mitos culturales sin ninguna base científica.
Los seres vivos son sensibles a los cambios meteorológicos para organizar sus actividades con el objeto de garantizar la supervivencia. No creo que evaluar el cambio de tiempo como una amenaza a los tejidos y limitar la actividad física sea una dinámica evolutiva que aporte nada.
El cerebro de Homo sapiens, (ma non troppo) acumula cognición socializada y actúa en base a lo que se dice en la cultura somática que sucede, aunque no sea cierto.
Primum non nocebere
Know pain, no pain