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El poder y deber del antinocebo

Un porcentaje sustancial de la población (digamos que un 12%) padece migraña. Creen, porque así les han enseñado a creer, que el origen de su padecimiento está en los genes y que algo que hacen y no deberían hacer o que no hacen y deberían hacerlo “desencadena” las crisis. Piensan, porque así les han enseñado a pensar, que están condenados a sufrir las consecuencias de su condición heredada, que deben aplicarse a identificar sus desencadenantes para evitarlos y no les queda otra que esmerarse en llevar una vida ordenada. En muchos casos no consiguen dar con el maldito desencadenante y no encuentran el alivio prometido con los fármacos  y la vida monacal, dando así por sentado que nunca se librarán de ese maldito infierno, tal como ya les han advertido los neurólogos.

Un porcentaje sustancial de la población padece “de la columna”. Creen, porque así les han enseñado a creer, que sus vértebras están comprimidas, los nervios pinzados y los músculos contracturados. Creen, porque así les han enseñado a creer, que han llegado a esa situación por haber cogido muchos pesos de malas maneras, porque pasan sentados mucho tiempo también de malas maneras delante del ordenador del televisor o en el coche, andan estresados en el curro o, simplemente, porque eso de ser bípedo pasa su factura. Creen, porque así les han enseñado a creer, que deben relajarse y sentarse bien, coger bien los pesos y hacerse con una buena faja muscular abdominal, aunque ya quizás sea tarde.

Un porcentaje sustancial de la población padece fibromialgia. Creen, porque así les han enseñado a creer, que es una enfermedad misteriosa e incurable a la que se accede por vulnerabilidad genética y estrés físico y emocional o, quizás, por exposición a un medio ambiente tóxico. Creen, porque así les han enseñado a creer, que deben aceptar su condición, tratar de hacer ejercicio aunque eso les resulte particularmente doloroso y cuidar su sensible organismo con todo tipo de ayudas físicas y psicológicas, multidisciplinares, sin perder la actitud positiva ante la vida.

Un porcentaje sustancial de la población padece dolor en cualquier lugar de su organismo a pesar de que los médicos no encuentran ninguna condición patológica que lo justifique. Muchos aceptan que el dolor es algo consustancial a la edad, al desgaste, y que cuando se cronifica ya no tiene remedio.

Un porcentaje sustancial de ese porcentaje sustancial de población dolorida, cree, porque así les han enseñado a creer, que el dolor surge de donde duele, de tejidos afectados, necesariamente, por alguna condición física inadecuada.

Un porcentaje sustancial de los profesionales que atienden e instruyen a ese porcentaje sustancial de población dolorida considera que si duele y ellos no encuentran un daño significativo donde duele es porque se dan circunstancias psicológicas adversas (ansiedad, depresión), poca tolerancia al dolor o actitud quejosa, hipersensible, cuando no la intención de engañar y obtener ventajas.

Un porcentaje sustancial de neurólogos, mayor aún si se dedican preferentemente a atender dolores de cabeza, padece migraña, en proporción llamativamente mayor que la población de “no neurólogos”. No dan muchas pistas sobre lo que opinan de esa alta incidencia, que ronda o supera el 50%. Piensan que, quizás, el porcentaje refleja simplemente que se la diagnostican mejor, lo cual elevaría la incidencia de migraña en la población del 15% al 50%, algo difícil de creer.

Sin embargo sabemos, a Ciencia cierta, que todos los dolores surgen de un estado evaluativo de amenaza consumada , inminente o imaginada, por parte del sistema neuroinmune y que no es una condición necesaria ni suficiente para que sintamos dolor en una zona el que exista una condición patológica en ella.

Sabemos, a Ciencia cierta, que sí es condición necesaria y suficiente para sentir dolor que se active simultáneamente un conjunto de áreas cerebrales conocida como la “neuromatriz del dolor” que es en realidad una neuromatriz o patrón de conectividad que evalúa amenaza y predispone (motiva) al individuo a actuar en el modo alerta-protección.

Un porcentaje sustancial de ciudadanos doloridos  no quiere ni oír hablar de que el dolor se construye en su cabeza (neuromatriz evaluativa-motivacional) porque creen, ya que así les han enseñado a creer, que se da a entender que el dolor no existe más que en su imaginación, que es “psicológico”.

Un porcentaje sustancial de ciudadanos doloridos y de los profesionales que les atienden e instruyen creen, porque así les han enseñado a creer, que el dolor que remite tras su intervención terapéutica lo hace por la estricta cualidad de la virtud analgésica de esa terapia.

Un porcentaje sustancial de la población dolorida y de los profesionales que les atienden e instruyen, creen, porque así les han enseñado a creer, en virtudes mágicas de moléculas, en meridianos energéticos, en nanoestructuras de la memoria del agua, en dietas y en muchas otras prácticas de alivio.

Algunos pensamos que sería condición necesaria y suficiente para que un porcentaje sustancial de la población dolorida encontrara alivio, que conocieran el significado biológico de la proyección a la conciencia del sentimiento doloroso desde la perspectiva del aprendizaje del sistema neuroinmune, que construye su evaluación de amenaza a la integridad física guiado por la experiencia propia de sucesos nocivos, la observación-imitación de daño ajeno y, sobre todo, por la instrucción experta.

Nuestra ya dilatada experiencia con la Pedagogía en grupos de pacientes con migraña así lo demuestra.

Frente al poderoso efecto nocebo, es decir, frente al impacto de las expectativas y creencias más extendidas entre  la ciudadanía lega y profesional, sólo cabe el no menos poderoso efecto antinocebo, que no es otro que el que resulta de divulgar información que modifique aquellas expectativas y creencias, construidas en el aprendizaje tutelado por la instrucción experta, que potencia los errores evaluativos neuroinmunes, generando una idea de organismo que no se corresponde con la realidad.

Algunos justifican frente al nocebo, una buena acción placébica, en base al principio de utilidad. Si el dolor se alivia no importa que lo haga con el engaño de una cápsula con azúcar, una aguja, una intervención o una dieta..

La ciudadanía tiene derecho a una información veraz. La que habitualmente se facilita sobre dolor no lo es. En el mejor de los casos es incompleta, desde el punto de vista de la biología.

Los profesionales, además del derecho, tienen el deber de acceder a esa información y aplicarla.

De lo que se cree, se cría.


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2 comentarios en «El poder y deber del antinocebo»

  1. Que ganas tengo de su charla para el colegio de fisios de Navarra. A ver si cala el mensaje, y se deja de infundir miedos infundados en la población, sobre todo la más joven.

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