
Es conocido y aceptado que puede doler la zona del espacio en la que había anteriormente un miembro ahora amputado. Es un dolor real en un miembro fantasma, inexistente.
“No se necesita el cuerpo para sentir dolor”, ya advirtió Ronald Melzack, uno de los grandes de la reconceptualización del dolor.
Tampoco necesitamos los objetos para verlos, oirlos, olerlos o sentir su sabor. Basta con que el organismo haya interactuado con ellos previamente y haya procesado todas las señales sensoriales que se correlacionan con esa interacción a lo largo del aprendizaje. Durante el sueño vemos esos objetos con los ojos cerrados. La imaginación desbocada, libre, es capaz de presentarlos en la pantalla consciente.
Lo que percibimos es una alucinación controlada por la información sensorial de cada momento. Habitualmente la información sensorial, los datos que la realidad aporta en tiempo real, controla el proceso alucinatorio, la imaginación de la red neuronal. Sentimos el cuerpo y el entorno de modo coherente con lo que dentro y fuera sucede. Es más fácil que se de la coherencia respecto al mundo externo. La información sensorial nos ha permitido organizar el significado de los objetos externos. Si hay árboles, vemos árboles; si alguien toca el piano, oímos un piano; si hay un perfume, olemos un perfume. No andamos por el mundo confundidos por un conjunto de alucinaciones quijotescas. Los molinos de viento son molinos de viento, no gigantes.
¿Qué sucede con el interior? También dispone de información sensorial y el proceso alucinatorio inevitable debiera estar contenido, limitado a lo que realmente sucede. Bastaría con haber dispuesto de suficiente experiencia de interacción a lo largo del aprendizaje para saber cuándo el dolor nos indica que algo se ha dañado.
No vemos, oímos, olemos ni degustamos ese interior. Se presenta en la conciencia en otro formato de percepciones. Sentimos dolor, cansancio, picor, hambre, sed… y no siempre algo se ha dañado donde duele, acabamos de correr un maratón, nos pica un mosquito o llevamos varios días sin probar bocado ni beber agua.
No se necesitan esos estados corporales de daño o agotamiento de reservas energéticas para sentir lo que sentimos.
El interior genera su información, los datos sensoriales. El proceso imaginativo, sin embargo, está poderosamente influido por las historias que se cuentan de ese universo interno opaco, inaccesible a los sentidos externos, y la contención por la realidad es menos fiable.
Los profesionales, con sus superpoderes cognitivos y tecnológicos nos informan: “dos hernias discales, artrosis… genes, contracturas, depresión…”
Otras veces nos niegan la correlación sensorial: “no tienes nada; no puedes tener dolor” No tienes ya pierna, no puede dolerte el vacío…
Hay dolores sin daño. No hace falta. Son igualmente reales que el que aparece en el espacio que antes ocupaba el miembro amputado y el daño es tan imaginario, fantasmagórico, como el que parece existir en un miembro que ya no existe.
Para acabar con el dolor por daño fantasma no hay que pelear contra el dolor sino contra el fantasma. Hay que desbaratar la conectividad de la red neuronal que lo construye. Hay que quitar credibilidad a todo el conjunto de creencias, expectativas, temores e ilusiones que se han contado sobre el interior opaco.
Ya no hay pierna donde antes la había, pero sigue viva la pierna imaginada, la pierna histórica, representada en estados de conectividad de la red neuronal.
A veces hay que ocuparse del cuerpo, de la pierna real. Otras de las imaginadas. Hay que evitar que construyan fantasmas.
Know pain, no (ghost) pain.