Siempre me ha interesado conocer el relato del dolor y respetarlo.
Sigo pensando que la historia, el relato dirigido del paciente es la base de la práctica clínica. El dolor sólo lo conoce quien lo padece y al tratarse de una experiencia privada, subjetiva, si queremos saber algo sobre él debemos hacer todas las preguntas pertinentes (dónde, cuándo, cuánto, en qué circunstancia duele más o menos, qué expectativas genera) y aceptar las respuestas.
Las respuestas contienen mucha información sobre el proceso que subyace en la génesis del sentimiento doloroso.
Hay dolores que por arte de magia desaparecen. No permiten sacar más conclusión que la de exigir un proceso potencialmente evanescente.
A veces con un placebo; a veces con una información.
Hay otros que aparecen. A veces con un nocebo; a veces con una información.
Algo potencialmente fluctuante subyace en la red.
– El dolor iba a más. Intenté controlarlo mentalmente. “No sucede nada; es un error de mi cerebro; voy a centrarme en lo que estaba haciendo”. Al final tuve que tomar el calmante. Sorprendentemente, el dolor se esfumó en unos pocos minutos, antes de que la química se tomara el tiempo necesario.
Una paciente con dolor menstrual intenso acudió a la consulta del Ginecólogo. Tras la información de que era todo normal, el dolor ya no estaba al salir a la calle.
El dolor puede no aparecer también en situaciones de daño intenso.
En un infarto de miocardio un placebo puede eliminarlo. El infarto seguirá su curso.
En una lesión traumática severa puede no haber dolor.
En ausencia de daño el dolor puede hacerse insufrible y no ceder por más morfina que apliquemos.
Hay dolores sorprendentemente remisos a desaparecer y otros sorprendentemente sumisos a cualquier intervención profesional, aunque sólo sea informativa.
El dolor expresa un estado evaluativo de amenaza física, vigente en la red neuronal, no el estado de los tejidos de la zona doliente.
Los estados evaluativos pueden construirse y disolverse con velocidad variable. Aparecen y desaparecen aquí o allá, ahora, luego o nunca.
El organismo construye miedos y comete errores de evaluación. Se crean bucles de retroalimentación a veces instantáneos, como una tormenta de verano. Otras veces el dolor es sordo, como un día nublado y con llovizna.
La cabeza se despeja y sale el sol.
La función evaluativa es como la meteorología. Impredecible. Desde la conciencia podemos modificar algunos componentes, utilizando el conocimiento, la imaginación, gestionando la atención y la conducta. Otras veces la expectativa manda y el error hace su trabajo, quitando o poniendo el dolor cuando no debe.
Con la intervención pedagógica muchos pacientes refieren mejorías “milagrosas”, increíbles. Así, sin hacer nada. Sólo hablando (eso sí, durante varias horas).
– Me despierta del dolor. Me digo: déjame, que tengo sueño. Me doy la vuelta y sigo durmiendo. Me despierto sin dolor. Antes me habría levantado, tomado el calmante y habría seguido con dolor todo el día.
La intervención profesional debe centrarse en la función evaluativa. Si es correcta,es decir, si hay daño que justifica biológicamente (no culturalmente) el dolor, se debe atender a la reparación del daño. Si no lo es, si no hay daño, debe centrarse en deshacer el error evaluativo, sin engaño.
El dolor es extraño. No lo comprendemos muchas veces. Sólo podremos hacerlo si nos centramos en el proceso evaluativo, en el aprendizaje, en la dependencia cultural.
El dolor puede ser evanescente porque el estado evaluativo también puede serlo.
Hola Arturo.
Repasando entradas he leído un mensaje que deja una persona sobre un método de tratamiento de un tal Ashok Gupta. Has leído algo de él y su tratamiento?
Saludos