Todos tenemos miedo al dolor, aun cuando esté justificado en ocasiones.
A nadie le agrada un tortazo, por más que sea merecido.
El dolor es la expresión en la conciencia de un estado evaluativo de amenaza, vigente en ese momento en la red neuronal. Cualquier clave puede funcionar como un anticipo de amenaza. El organismo memoriza esas claves (“desencadenantes”) que ponen en marcha la conectividad correspondiente. Si nada lo neutraliza aparecerá el dolor en la conciencia.
– Ha salido el día con niebla. Dolerá la cabeza.
Efectivamente: duele la cabeza. La clave niebla ha activado la alerta. La conectividad de protección de la cabeza se enciende hasta alcanzar el nivel de integración e intensidad suficiente y necesario para que aparezca el dolor en la conciencia.
No ha habido ninguna amenaza real. La clave “niebla” ha funcionado. Es un error pero no está catalogado como tal. La cultura ha estabilizado la convicción de que la meteorología es un factor poderoso que influye sobre el organismo.
“Niebla” + evaluación (instrucción cultural) = dolor.
La convicción funciona como un emulador de daño.
La expectativa (miedo) de dolor (individuo) alimenta involuntariamente la expectativa de daño (organismo).
Incertidumbre sobre el origen del dolor, angustia por la certeza del sufrimiento. Son ingredientes poderosos que dinamizan el bucle fóbico. No va a suceder nada pero el organismo está en modo fóbico.
Para completar el esquema aparece el requerimiento del antídoto, el amuleto, la terapia “analgésica”.
El organismo exige la acción calmante y el individuo accede. En caso contrario, el dolor arrecia.
Todo gira en torno a un error evaluativo de amenaza, en un momento, lugar y circunstancia del organismo y su entorno.
El miedo tiene dos antídotos: el conocimiento de lo que realmente sucede o va a suceder y la exposición confiada a que realmente así ha sido. Falsa alarma. Habría que revisar las evaluaciones del sistema.
Ver para creer…
Creer para ver…