El organismo se defiende activamente con el sistema neuroinmune. Detecta amenazas consumadas (demasiado tarde), inminentes (se pueden evitar con conductas de alejamiento) o imaginadas (no hay evidencia de amenaza pero es mejor evitar en exceso).
No todas las evaluaciones de amenaza son reales. No todo lo que parece fiable, resulta serlo. Hay una cuota de error variable para cada agente, estado o escenario evaluado.
Los errores evaluativos por exceso activan recursos de protección innecesariamente. Para el individuo quiere decir: percepciones somáticas desagradables que incitan a una conducta de protección. Los profesionales denominamos a estas percepciones: síntomas.
Las percepciones somáticas de una crisis migrañosa incluyen dolor de cabeza, nauseas e intolerancia sensorial. La cabeza no está amenazada pero el sistema neuroinmune actúa como si lo estuviera.
En la lumbalgia crónica (sin daño que la justifique) el paciente siente dolor, rigidez e impotencia funcional. La actividad no supone una amenaza para la integridad física de la columna pero el organismo actúa como si cada movimiento implicara riesgo.
En la fibromialgia el sistema neuroinmune activa los recursos de protección frente a enfermedad sistémica, aun cuando no exista ninguna amenaza real. El paciente tendrá dolor generalizado, cansancio, disfunción cognitiva, insommio y un largo y variable etcétera de percepciones somáticas de protección.
Los profesionales etiquetan estas situaciones de activación innecesaria de recursos de protección como síndromes o enfermedades e investigan el origen.
¿Por qué el organismo actúa de esa manera mortificadora e invalidante si no hay motivo para hacerlo?
No es normal. Un organismo sano no hace eso. Necesariamente tiene que estar enfermo. Con el tiempo sabremos cuál es el origen de la enfermedad. Puede que influyan varios factores. Podemos diagnosticar el problema pero no disponemos de una terapia resolutiva. Vamos teniendo datos que permiten objetivar la anomalía de ese organismo y se confía en que la investigación nos aporte una terapia eficaz.
Otra manera de afrontar el problema es situándolo en el ámbito del aprendizaje. Los síntomas expresan que el sistema neuroinmune ha activado recursos de protección erróneamente (hasta aquí el consenso) pero no por patología, por enfermedad… sino porque el aprendizaje le ha llevado a esa situación.
Para unos el sistema neuroinmune procesa patológicamente los datos, la información, porque está enfermo.
Para otros el sistema defensivo procesa los datos que ha aprendido a evaluar como válidos aun cuando no lo sean. No hay enfermedad sino error evaluativo, no detectado ni corregido.
No hay consenso posible:
Para unos enfermedad: diagnóstico y tratamiento.
Para otros: error evaluativo. No hay enfermedad, en sentido clásico. La solución: ayudar al sistema neuroinmune a detectar y corregir el error.
La primera opción medicaliza el problema. El paciente es un sujeto pasivo a merced de la enfermedad que afecta su organismo.
La segunda sitúa la cuestión en el universo del aprendizaje. El paciente es un sujeto activo que, inconscientemente, actúa permitiendo la cronificación del problema. Urge concienciarlo, educarlo, y que desde esa nueva convicción participe activamente en la disolución del error evaluativo neuroinmune.
En ninguno de los casos se culpabiliza al paciente. Se ofrece la ayuda desde las convicciones de cada uno.
Algunos trabajamos desde la perspectiva del aprendizaje y obtenemos buenos resultados, demostrables para quien quiera verlos.
Los síntomas desaparecen o atenúan considerablemente… y se mantienen así, a veces con altibajos, a lo largo del tiempo.
¿Organismo enfermo?
¿Organismo equivocado?
La enfermedad está o no está.
El aprendizaje existe o no existe.
No se trata de estafar a nadie. Cada cual actúa desde la ética de sus convicciones.
El tiempo lo dirá.
Hola
Arturo, le he preguntado en varias ocasiones si las llamadas enfermedades psicosomáticas también son errores evaluativos y si son tratables desde la psiquiatría.
Enviado desde mi smartphone Samsung Galaxy.