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Lavar el estómago

 

A veces el organismo hace cosas incomprensibles. Una de ellas es generar náuseas, ganas de vomitar, sin que haya ningún motivo razonable para ello.

Nos subimos al coche. Hay curvas, quizás el conductor debiera ir más despacio… pero no tiene sentido que aparezca la sugerencia de eliminar el desayuno.

El vómito adquiere sentido evolutivo si nos protege de peligro ingerido, de tóxicos.

El viaje no añade toxicidad a las tostadas y al café con leche. El vómito no tiene sentido.

La misma objeción aparece con una crisis de migraña.

¿Por qué sinrazón va a resultar peligroso lo comido el día de la crisis si es lo habitual y al resto de comensales parece sentarles bien?

Un organismo que aprecia peligro alimenticio sin haberlo, actúa en modo hipocondríaco, intolerante.

Imagine que un servicio de la comunidad en la que vive, vela por la seguridad alimenticia y tiene la potestad de decidir si puede comer lo que ha comprado para ese día, en el mismo super que el resto.

En el momento más inoportuno e inesperado entraría en su casa y le apremiaría a que usted “decida” echarla a la basura…

– ¿Por qué tiras la compra a la basura?

– Porque me da la gana. No puedo evitarlo. Ya sé que la compra no contiene peligro pero hay algo interior que me obliga a librarme de ella.

Las metáforas de los absurdos del organismo resultan surrealistas porque, realmente, lo que hace nuestro mal pensado organismo es surrealista en muchos casos.

El Sistema Neuroinmune vela por la seguridad de lo que hemos decidido comer. Desplegado a lo largo del tubo digestivo, está habilitado evolutivamente para detectar peligro real en la comida ingresada. Si la mayonesa tiene estafilococos lo detectará y faltará tiempo para que recibamos las ganas de vomitar y defecar.

El problema reside en la azotea, en las altas esferas, en la sede de la supuesta inteligencia. El cerebro imaginativo, la joya de nuestra especie, en la que depositamos todas nuestras esperanzas de supervivencia, nace incompetente y debe aprender el oficio de protegernos, sin más recursos que los recibidos en los genes, los de la inteligencia evolutiva.

Un recién nacido debe interpretar todos los mensajes sensoriales que genera la interacción con el entorno. Debe aprender a ver, oir, palpar, degustar, olfatear, guardar el equilibrio, pensar, decidir, controlar las emociones, predecir…

La cosa se complica en un entorno modificado por su especie y que la evolución no ha tenido tiempo de evaluar.

No hay nada previsto para interpretar correctamente los mensajes sensoriales generados en un coche, un objeto artificial que se mueve por su cuenta. Los sensores de aceleración angular del oído interno, el flujo óptico de la retina, todas las señales de articulaciones que genera el movimiento… todo ello bombardea al cerebro sin que tenga codificado nada aprendido.

Un cerebro que no sabe lo que sucede, tiende a interpretar que uno ha comido algo que no debía. Lo que procede es eliminar la incertidumbre, lavar el estómago, purificar el contenido, recuperar la fiabilidad.

¿Por qué el vómito de la migraña?

¿Por qué el de los viajes?

Porque el cerebro desconfía de lo que desconoce.

¿Por qué el vómito de la intoxicación alimentaria?

Porque el Sistema Neuroinmune congénito del tubo digestivo confía en lo que conoce.

El Sistema Neuroinmune adquirido debe aprender de los errores pero no siempre detecta y corrige esos errores.

Puede, incluso, que la cultura experta los facilite.