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Necrocepción y nocicepción

 

El premio Nobel Sir Charles Sherrington acuñó en 1903 el término “nociceptor” (detector de nocividad) para referirse a “un conjunto de terminaciones nerviosas de la piel cuya función específica es la de detectar estímulos que pueden dañarla“.

El nociceptor es una neurona capacitada para detectar, gracias a unos sensores específicos de membrana ubicados en las terminaciones nerviosas, estados de energía mecánica, térmica y química potencialmente peligrosos. Detecta estas situaciones de peligro, informa y esa información evoca respuestas diversas de evitación.

La nocicepción sería la función de detección de peligro inminente de daño.

Lamentablemente esos mismos estados no siempre pueden ser evitados y el daño se consuma. Se produce muerte de tejidos. Hay cadáveres de células competentes, es decir, “necrosis”.

Las terminales nerviosas de las que hablaba Sherrington se han destruído en la zona dañada. Quedan los cabos sanos, rodeando el lugar del desastre, así como las neuronas sanas de la vecindad.

Estas neuronas, así como las células vigilantes del Sistema Inmune de la zona que circunda la lesión, detectan la muerte (necrosis) por unos receptores específicos de señales moleculares liberadas por los cadáveres celulares, los DAMPs (patrones moleculares asociados a daño- Damage Associated Molecular Patterns).

Las neuronas necro-ceptoras y células competentes del Sistema Inmune detectan el episodio letal y, de modo integrado, activan la respuesta de protección-reparación, cuya primera fase es la inflamación.

La nocicepción evita la consumación del daño y la necrocepción detecta ese daño consumado, protegiendo las zonas vecinas sanas e iniciando la regeneración de lo dañado.

El dolor aparece evolutivamente para señalar ambas incidencias: daño inminente y/o daño consumado. Es el componente más complejo de la respuesta de protección. Precisa activar la función de la conciencia con el mensaje perceptivo específico de cualidad “dolor”, proyectado sobre la zona amenazada o dañada.

No hay problema para comprender el origen y prestación del sentimiento doloroso cuando se daña o está a punto de hacerlo.

El problema surge cuando esa misma cualidad “dolor” aparece en la conciencia sin que exista una incidencia de muerte consumada o inminente.

No hay nocicepción ni, mucho menos, necrocepción. Sin embargo, duele.

¿Nociceptores sensibles que responden a estímulos inofensivos?

¿Qué los sensibiliza si no hay tejidos que proteger ni reparar?

Mi propuesta es que los contenidos de la conciencia son constructos complejos que surgen de la integración de la información sensorial (nocicepción y necrocepción) con lo imaginado (predicción de daño).

A veces hay incidencia relevante y otras muchas no la hay pero la función imaginativa es capaz de proyectar el mismo sentimiento doloroso aun cuando nada amenace a la integridad de los tejidos, en ese escenario.

El dolor impide, penaliza sin motivo, la función de la zona protegida.

El organismo prohibe al individuo el uso normal de la zona alertada, sensibilizada.

El Sistema Neuroinmune vigila los eventos de necrosis consumada e inminente y la conducta del individuo, su interacción con los distintos escenarios. Si evalúa peligro, sensibiliza para penalizar la función. Lo inofensivo se torna aparentemente ofensivo.

El bucle fóbico está montado.