Cuando el dolor no proviene de una lesión-enfermedad que lo explique y justifique biológicamente, es decir, cuando no existe un foco de necrosis consumada o inminente, las sospechas se centran en el individuo, en sus genes y en sus hábitos; en sus depres, neuras y estreses; en sus vicios posturales y excesos o defectos físicos.
Uno tiene el cuerpo degradado por desuso o abuso, o lleva una vida desordenada, o se la toma con una filosofía estresante.
Si todavía hay tiempo se podría minimizar el sufrimiento y la invalidez corrigiendo los malos hábitos físicos y psicológicos. Quizás la cirugía…
Con la Educación pretendemos hacer ver al paciente que el dolor es una cuestión compleja, un constructo cerebral en el que confluyen muchos factores “psicosociales”, que generan, en ausencia de daño relevante, una evaluación alarmista y negativa del cuerpo que habita. El individuo reside en esa historia, en esa leyenda negra que se autoconstruye el organismo, al calor de la instrucción de expertos.
Con los cursos no inculpamos al paciente sino todo lo contrario. No construye el dolor sino que lo padece, lo recibe.
Le exculpamos de sus supuestas culpas de malos hábitos y genes inadecuados y le animamos a retomar la actividad que el dolor requisó.
Los pacientes comprenden que la historia que penaliza la actividad no se ajusta a la realidad y que su organismo es mucho más normal de lo que se les ha inducido a pensar.
Exculpamos al paciente de la autoría intencionada de la leyenda negra somática y le implicamos en la reconstrucción de una nueva teoría de organismo, libre, confiada.
– El organismo es razonablemente normal. No tenga miedo. Recupere la actividad perdida por miedo al dolor y al daño.
– ¿Entonces, por qué me duele, si no tengo nada?
Hay que explicar los nuevos paradigmas del dolor.
– Bien. Comprendo lo del cerebro, la instrucción de expertos, mis miedos, la diferencia entre YO y el organismo… pero ¿Cómo consigo cambiar esa historia que me mortifica e invalida?
Hay que animar al paciente a hacer cosas temidas, como levantarse, caminar, sentarse, correr, saltar, comer, beber, pensar… es decir, una cotidianeidad normal, pero sin miedo. Nada se destruye en el intento.
Ninguno de nuestros pacientes interpreta la intervención pedagógica como una inculpación.
– ¿O sea, que soy yo el culpable?
Más bien. lo contrario.
– Me hacían sentirme culpable. Ahora me siento liberada.
No hay garantías de que los esfuerzos por adaptarse a los nuevos paradigmas obtengan la recompensa merecida. En la mayoría de los casos se obtienen mejoras sustanciales.
– Está usted libre de cargos. Puede abandonar a prisión… Es usted inocente. Siempre lo ha sido.
El miedo a la libertad… la incertidumbre… la inercia del pasado…
A veces dudamos de nosotros mismos.
El dolor (el organismo) impone su ley.
No hay cargos, pero sí tareas…
Simplemente ……GRACIAS , por la valentía de ir “contracorriente”