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Obviedades

Hay afirmaciones obvias. Caen por su propio peso, como la manzana de Newton. No necesitan análisis, investigación.

Sobre los cimientos de las verdades obvias, construimos el resto del edificio de creencias. Nada debe perturbar la verdad inamovible de la obviedad madre, la viga maestra.

El dolor se genera donde lo sentimos. El sentido del dolor lo detecta y transmite la información por los nervios hasta el cerebro, haciéndose consciente. Podemos eliminarlo con anestésicos locales en la zona doliente o interrumpiendo física o químicamente la línea de comunicación desde el foco de dolor hasta el cerebro.

Muchos ciudadanos, legos y profesionales, siguen instalados en la obviedad del dolor, o, al menos, actúan como si fuera cierta.

– Me duele la columna.

– No me extraña. Está hecha un asco. Mire la Resonancia.

Existe también la obviedad de la etiqueta diagnóstica, aplicada a un conjunto de síntomas de origen y solución desconocidos.

– Tiene usted una migraña. Es obvio. No sabemos su origen ni disponemos de un tratamiento curativo.

La etiqueta obvia incluye obviedades parciales de realidad… aparente:

– Es una enfermedad genética.

La abuela, la madre y la hija padecen la etiqueta. Obviamente, son los genes.

La ciudadanía, lega y profesional, habita en la trama de obviedades… siempre que, aparentemente, reflejen su realidad o lo que esperan de ella.

Si la obviedad hace agua se cambia uno de chaqueta y se da la oportunidad respecto a otras obviedades alternativas.

– Me va bien la acupuntura, la homeopatía, los remedios naturales.

Los científicos son los aguafiestas de la obviedad. No la soportan. Necesitan destriparla para comprobar si, realmente, las cosas son lo que parecen. Afortunada o desgraciadamente, en muchas ocasiones, la apariencia nos aleja de la realidad.

– El dolor no nace donde lo sentimos, sino en el cerebro.

Resulta que no existen receptores de dolor ni vías ni centros que lo conducen y procesan.

– La columna no duele. El dolor surge de una valoración de amenaza construída en el cerebro, a veces con fundamento y, otras, sin él.

Obvio.

Las nuevas obviedades no siempre gustan. Se prefieren las de casa. La resistencia a aceptarlas genera tergiversación.

– Dicen que el dolor no existe, que es algo que tú piensas…

Hay quien se concede una oportunidad con la nueva propuesta.

– Voy a probar. Si funciona, creeré lo que me proponen.

La Ciencia derriba obviedades aparentes y, poco a poco, las sustituye por otras, intuitivamente extrañas.

Ahí fuera no hay sonidos, imágenes, olores ni sabores.

En el interior, en los tejidos, no se construyen dolores ni cansancios.

Fuera y dentro hay lo que hay: materia, energía, tiempo-espacio e información. Las neuronas detectan esos componentes y aprenden a generar el universo de la conciencia, la pantalla en la que se proyectan los sonidos, imágenes, sabores, olores, dolores y cansancios que emergen de los puntos de conexión activos en cada escenario, en la tupida red neuronal.

Es obvio. El dolor es una cuestión del cerebro. Para Hipócrates también lo fué. Aristóteles no lo vió así.

Lo obvio a veces se obvia, se rechaza.

En esas estamos. La obviedad cerebral está aún en cuarentena, no para la Ciencia, sino para gran parte de la ciudadanía, lega y profesional.

“Estas son mis obviedades. Si no le gustan, hay otras”, parafraseando a Groucho Marx.