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Biología del desmayo

 

Muchos nos hemos desmayado alguna vez en la vida.

En la mayoría de los casos no existe, afortunadamente, ninguna enfermedad que explique satisfactoriamente el evento. Mucho ruido y pocas nueces.

El desmayo se produce porque no llega suficiente aporte energético al cerebro. La famosa “bajada de tensión”.

En ocasiones es el corazón el que falla. No bombea suficiente sangre. Otras veces fallan los mecanismos de regulación de la presión arterial y retorno venoso. El corazón bombea pero la presión del árbol arterial y/o venoso no está debidamente regulada. No es el caso habitualmente, especialmente en la infancia-adolescencia.

Supongamos que tanto el corazón como arterias y venas funcionen adecuadamente. Todo normal. Es lo más frecuente.

¿Por qué no ha llegado la sangre al cerebro, si el aparato cardio-circulatorio funciona correctamente?

– Es todo normal. Ha tenido usted una bajada de tensión.

El calor, los espacios cerrados, los nervios…

¿Tan chapucero es el organismo humano para no soportar esos escenarios?

Le aseguro que no. Hay un complejo y riguroso mecanismo que regula la presión en arterias y venas para garantizar el aporte de energía (sangre) a todos los rincones del cuerpo. Preferencia absoluta para el cerebro, por supuesto.

La sangre se distribuye en función de la actividad. Cada escenario requiere un régimen específico de presión y regulación, en función de las necesidades de trabajo. Si hemos comido, más sangre para las tripas. Si vamos a correr, más sangre para los músculos y menos para las tripas. Si hace calor, más riego por la piel; si frío, menos.

Existe un programa denominado “respuesta de lucha y huída”. Se activa, sin pedir permiso, ante estímulos potencialmente amenazantes. La presión arterial sube; el corazón se acelera; los pulmones hiperventilan; se libera glucosa; un poquito de sudor ante el previsible aumento de temperatura;

El programa de “lucha-huída” inyecta energía (glucosa, oxígeno) con generosidad para optimizar la supervivencia, luchando o huyendo. Los músculos tienen preferencia. Ejecutan el programa. Se abren las arterias que les aportan sangre y se restringe la circulación a otros territorios cuya actividad puede esperar ante el peligro potencial, por ejemplo el aparato digestivo, o la piel. Lo que toca es salir pitando o luchar. Músculos con suficiente energía. También cerebro, por supuesto. Hay que tomar decisiones, evaluar.

Uno puede estar en misa, en una cafetería, sacándose sangre, en clase. Los escenarios pueden ser infinitos.

Si en ese escenario se activa el programa, sentirá un desasosiego, una necesidad de escapar, de salir de donde esté…

El organismo está preparado para ejecutar el programa; la sangre, bien oxigenada y provista de un plus de glucosa, en los músculos; el cerebro atento…

– Te veo pálido…

– No es nada…

– Respira hondo…

– Me voy a desmayar…

El programa estaba preparado para luchar o huir pero el escenario impedía esa acción. El guión social impone la quietud, generalmente de pie.

Si derivamos la sangre a los músculos esperando que se contraigan pero no lo hacen… se estanca una cantidad apreciable de esa sangre hiperenergética en las extremidades inferiores.

Hay dos bombeos necesarios: el del corazón, que impulsa la sangre al circuito con una determinada presión y el de las venas que, gracias a un sistema de válvulas y el ordeño de la actividad muscular,  garantiza el retorno al corazón derecho, que lo impulsa a los pulmones para oxigenarlo (inspiración) y eliminar el anhídrido carbónico (espiración), y de allí al corazón izquierdo, que lo vuelve a impulsar a la circulación general.

Si se ha activado el programa de lucha-huída y nos quedamos quietos, nos quedamos sin presión en el circuito. “Baja la tensión”.

El organismo no ha fallado. El individuo tendría que haber huído o luchado. ¿De qué? ¿Contra qué?

Del escenario.

El cerebro tiene motivos que no confiesa. Actúa por mandatos biológicos ancestrales. No siempre la convivencia de la biología con la cultura humana funciona adecuadamente.

El organismo se prepara para huir y la cultura impone el freno.

¡Huye!

¡Quieto!

Una vez se ha producido el desmayo, hay que interpretarlo adecuadamente, aprender del error.

Para eso están los profesionales, la cultura de los expertos.

– Es una bajada de tensión.

Ese mensaje potencia la idea de vulnerabilidad del organismo para ese escenario. Hay que evitarlo. Huir la próxima vez…

No es raro que se repita otro episodio en el mismo lugar-circunstancia. El organismo se ha sensibilizado.

Mi propuesta sería otra.

– Es un error de evaluación de amenaza por parte del organismo. Ha activado la respuesta de lucha-huida, cuando usted había decidido estar quieto, por imperativo del guión social. No tema. Si vuelve a sucederle, procure tranquilizarse, concéntrese en lo que hace en el lugar. No estaría mal salir huyendo o tumbarse en el suelo, si no consigue apagar el programa, pero probablemente no sea capaz de hacerlo, por restricción social (el qué dirán). Puede apretar con fuerza los muslos para favorecer el retorno de sangre al corazón y respirar suave, para compensar la hiperventilación del programa…

 En mi larga carrera profesional he explicado a los desmayados el tinglado del programa de lucha-huida- Algunos lo comprendieron y agradecieron. A otros les resultaba todo muy extraño.

Recientemente he leído un informe de la SEMFYC (Sociedad Española de Medicina familiar y comunitaria) sobre los síncopes. Tras considerar la necesidad de descartar causas de fallo orgánico, remiten a los consabidos mantras del calor, el estrés, el ambiente cerrado, etc. Ni palabra del programa lucha-huída.

Hay dos Sistemas neuronales que regulan el funcionamiento del organismo.

Uno lo prepara para luchar-huir, el Simpático, el de la adrenalina.

El otro, el Parasimpático, mediado en gran parte por el nervio vago, hace lo contrario.

El que monta el lío es el Simpático, el de luchar.

Los médicos siguen echando la culpa al Parasimpático, el nervio vago.

– Es un síncope vaso-vagal.

No es cierto.

La Educación en Neurobiología tiene muchos ámbitos de aplicación. El de los desmayos es uno de ellos.

Hay explicaciones que sensibilizan cuando toca habituar, tolerar.

La información debe guiar la función evaluativa en la dirección adecuada.

Si uno va a misa, el organismo debe tolerar la quietud, el estar de pie, y no sensibilizar el escenario, proponiendo, sensiblemente, evitarlo… sabiendo que vamos a seguir estáticos, de pie.


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5 comentarios en «Biología del desmayo»

  1. Muy interesante. Algo parecido hice yo para vértigos pero por intuición. Veo claro el fundamento teórico. Acabo de conocer el blog y estoy francamente encantada de haber llegado hasta él. Gracias por está transmisión tan necesaria.

  2. Isadiogo: disautonomía es un término que expresa un funcionamiento inadecuado del sistema nervioso autónomo. En realidad, ese sistema no es autónomo sino que está integrado en el conjunto del sistema nervioso. Su función puede ser inadecuada porque ejecuta órdenes del alto mando (circuitos corticales). Una cosa es un sistema autónomo enfermo, alterado, y otra un sistema autónomo sano que hace cosas que no debiera. En este caso creo que debe contemplarse la responsabilidad de los órganos evaluativos centrales.

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