Las últimas décadas han aportado un caudal de conocimiento notable sobre la actividad de las neuronas, organizadas en red, y su contribución a la gestión física y social del organismo.
Este nuevo conocimiento contiene un cambio radical potencial en la concepción del dolor y en el afrontamiento por parte del profesional y del propio paciente.
Un aspecto fundamental de este cambio es la atribución de un protagonismo esencial al paciente. Pasa de ser un sujeto pasivo, receptor de terapias, a un sujeto activo, conocedor de la trama neuronal compleja del dolor, capacitado para tomar decisiones.
El cambio debiera implicar al profesional, que debe adquirir ese nuevo conocimiento, y al paciente, una vez sea instruido en los nuevos conceptos.
La Educación en Neurociencia del Dolor ha emergido así como una herramienta de calado que ofrece una nueva perspectiva en el dramático universo del dolor crónico, mal resuelto con el afrontamiento clásico.
Hasta ahora, el único colectivo de profesionales que ha aceptado el reto del cambio de paradigmas y que investiga su aplicación clínica es el de fisioterapeutas, con la excepción de nuestro humilde grupo, que trabaja desde hace años en el campo de la Atención Primaria, con médicos como protagonistas relevantes.
¿Cual es la efectividad terapéutica de la intervención educativa?
Es difícil contestar a esta pregunta.
En primer lugar, con la Educación no se persigue una acción terapéutica, sino formativa.
La pregunta oportuna sería: ¿se consigue el objetivo formativo? ¿Mejora el conocimiento de la Neurociencia del dolor?
Habría una cuestión previa: lo que se explica en los cursos ¿se ajusta a lo que desde la Neurociencia se sostiene como cierto? … o mejor aún: lo que los pacientes creen habitualmente sobre el origen del dolor ¿se ajusta a lo que la Neurociencia sostiene?
¿Es cierto que el dolor informa del estado de los tejidos? El texto (Luis García Larrea)
¿O, tal como sugiere la Neurociencia, el dolor informa del estado evaluativo de amenaza? El contexto y el subtexto (L.G.L)
¿Debemos respetar las expectativas y creencias del paciente, aun cuando sepamos que son erróneas y en gran parte determinantes?
Se sugiere que la Educación en Neurociencia del Dolor debe demostrar, en el formato exigido a la investigación clínica, su bondad terapéutica, para ser aceptada como una práctica clínica validada por la evidencia.
Antes de bendecir el trabajo educativo debe pasar por los filtros de la investigación científica.
Por un lado tenemos las terapias habituales: fármacoterapia, fisioterapia, psicoterapia, terapias invasivas de estimulación o ablación, bendecidas, al parecer, por los vigilantes de la evidencia, aun cuando los resultados sean discutibles o, en el mejor de los casos, modestos y no exentos de efectos secundarios.
Las terapias se complementan con la educación al paciente: “el dolor es una enfermedad en sí”. Es un mal crónico, irreversible y debe ser aceptado. El paciente será instruido en el arte de gestionar razonablemente, positivamente, su condición.
En el fondo la estrategia de aplicar todas las terapias disponibles (abordaje multidisciplinar) es una estrategia educativa. Instruye al paciente como paciente y trata de optimizar el rendimiento como receptor de esas terapias. Educación en enfermedad (“dolor crónico”) y terapias.
Aun cuando la acción pretende un efecto terapéutico, se genera un impacto educativo notable, más o menos consciente. Por supuesto, no se contempla la Educación en Neurociencia del Dolor, ni siquiera como algo a considerar. Contiene paradigmas “revolucionarios”, especulativos, no validados.
La propuesta de la Educación en Neurociencia del Dolor no ofrece terapias ni resultados a los alumnos. Sólo libros, presentaciones de power-point, blogs, cursos.
Sin embargo la instrucción en Neurociencia genera efectos beneficiosos. Menos sufrimiento, menos dependencia de terapias y menos invalidez. Confianza en la residencia en un organismo más sano y funcional de lo que se le había sugerido y mayor autoestima como individuo.
¿Educación en enfermedad-terapias?
¿Educación en organismo, gestionado por una red neuronal que aprende sin saberlo?
¿Organismo real? ¿Organismo imaginado?
Hay cierta arrogancia en la posesión de los visados de la buena práctica. Cada uno ve la arrogancia en el ego ajeno y no en el propio.
El problema está en la “irrogancia”: si desde esa arrogancia de cada cual hacemos daño (irrogamos).
Tal cual.
El profesional debería empezar a ver al paciente como a una persona adulta y capaz de hacerse responsable y tomar decisiones sobre su propia salud, para darle la posibilidad de hacerlo. Además debería adquirir también el nuevo conocimiento. En mi entorno hay mucha resistencia a estos cambios.
Diariamente tengo que aplicar protocolos sin evidencia científica “por tradición”, y sin embargo para iniciar un programa de educación en dolor, me piden resultados por adelantado.
Y para empezar el ego y la arrogancia, en lugar del trabajo en equipo por un objetivo común.
Lucía: creo que dices algo fundamental. El ciudadano está entrenado e instruido al concepto de”tratamiento”, a que se le marquen pautas, y el profesional a ser el que propone esas terapias. Un problema de partida puede residir exactamente en esa pre-disposición aprendida.