El proceso del dolor, como corresponde a cualquier percepción, es complejo.
Los pacientes preguntan sobre su origen y esperan una contestación breve, simple, comprensible, aceptable.
Los profesionales, una vez se ha descartado un origen que justifica y explica el dolor debidamente, disponen de un limitado conjunto de posibles causas, aplicables a territorios corporales concretos.
El ciudadano las conoce y, generalmente, las acepta.
“Los nervios”, “una contractura”, “desgaste”… y cosas así.
Si uno pretende explicar, realmente, el proceso de generación del dolor, debe saber que se enfrenta a una cuestión peliaguda, que exige tiempo, atención, mente abierta, curiosidad.
– Verá usted: el dolor no se origina donde lo sentimos sino en el cerebro. Donde le duele no hay un motivo que lo explique y justifique.
Explicar abierta y rotundamente la gestación cerebral del dolor, al calor de las expectativas y creencias construidas a lo largo de un aprendizaje tutelado por los expertos, tiene su miga, y, no siempre será aceptado.
Es necesario contar con la complicidad del paciente. Debe confiar en lo que vamos a explicar.
El primer día es fundamental.
No hay por qué exponer todo el tinglado. Basta con conseguir el compromiso y dejar caer los conceptos básicos.
– ¿Todo está en la mente? ¿Puedo controlar el dolor mentalmente?
Cada paciente lo captará a su manera. No hay que precipitarse en exigir una comprensión perfecta.
– En cierta manera sí, pero habría que matizar muchas cuestiones. Lo iremos viendo poco a poco…
Si conseguimos un rayo de esperanza, la posibilidad de que el dolor deje de imponer su ley, librarse de terapias, recuperar actividades perdidas… habremos dado el primer gran paso.
No hay garantías. Sólo un espacio en el que se puede y debe trabajar y que permite ser optimista.
Algunos profesionales rechazan la pedagogía en Biología del dolor, por ser algo complicado que puede resultar incomprensible e inaceptable para el paciente.
– No me ha funcionado.
El paciente debe colaborar, creer en lo que proponemos. Si no es así, es mejor optar por otro tipo de estrategias.
– ¿Qué explicación prefiere? Tengo varias…
La pregunta es absurda.
El profesional está obligado a explicar lo que considera veraz y no debe decidirse por lo que al paciente le va a resultar aceptable.
Puede que gran parte del aparente efecto de las terapias se deba al placebo.
Una opción a considerar sería la de optimizar el efecto placebo y olvidarse de lo veracidad de lo que se propone.
Fármacos, masajes, alimentación, vida saludable, cirugía…
Si la intervención terapéutica se sigue de alivio, se confirma lo que se ha propuesto previamente y se acaba (de momento) el problema.
Los pacientes pondrán a prueba lo que se les propone con el test de la mejoría.
– Pues a mí, la homeopatía me funciona.
Sin embargo las cosas no son ciertas si “funcionan” en la dirección deseada, sino si son, realmente, ciertas.
¿Quién está en lo cierto? ¿Qué es, realmente, cierto y qué, también realmente, no lo es?
Las explicaciones del cerebro no tienen el soporte de lo conocido y bendecido socialmente. Son políticamente incorrectas.
Las propuestas y explicaciones “músculoesqueléticas”, multidisciplinares, biopsicosociales…, alternativas… son conocidas y serán aceptadas si pasan con éxito el test del alivio.
– ¿Qué explicación prefiere? Tenemos los músculos, los huesos, el estrés, los años…
– Eso ya me han explicado y aplicado y no funciona. ¿No tiene otra cosa?
– Bueno, tenemos el cerebro, las neuronas, el aprendizaje… Podemos probar…
A los cursos acuden generalmente pacientes desencantados de varias ofertas previas. Desconfían de lo políticamente correcto por haber fracasado en el test del alivio. Ello facilita la colaboración necesaria para explicar el complejo proceso de la construcción cerebral de la percepción dolorosa.
– Le propongo trabajar en la comprensión del proceso neuronal de su dolor. ¿Alguien le ha hablado del cerebro?
– Supongo que sí. Los nervios y demás…
– No es eso. Es más complejo y a la vez simple. Cuando lo comprenda lo verá.
Los pacientes podrían interesarse por las explicaciones que el profesional les ofrece.
– ¿Qué explicaciones da usted?
– Las que usted prefiera… Es fundamental que le parezcan bien…
– No sé. Aconséjeme una. Lo que quiero es que se me quite el dolor o, al menos, un alivio.
El paciente tiene derecho a opinar.
Puede ser, pero la opinión exige conocimiento previo.
– Le explico lo que yo creo. Me llevará tiempo. Merece la pena que usted comprenda lo que le explique. Es la clave en la solución del problema.
– Por probar…
Lo habitual es que no expliquen de donde y porque hay dolor y traten al paciente de quejica. Y si no sale en pruebas de imagen aunque haya pruebas externas del asunto más aun. Y aun sabiendo que hay cosas que no salen en las pruebas de imagen aun se atreven a cuestionar al paciente.Ni siquiera son capaces de reconocer que puede fallar el tratamiento