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Un gen de quita y pon

Existen dos tipos de enfermedades genéticas raras, extremadamente raras, relacionadas con el dolor. La primera por defecto y la segunda por exceso:

1) Insensibilidad congénita al dolor. Exigiendo rigor léxico debiera denominarse: Insensibilidad congénita a sentir dolor o, mejor aún; Insensibilidad congénita al daño.

Dolor y daño son cuestiones radicalmente distintas. Lo que no funciona en esta enfermedad es la detección de daño, no la de dolor. Quienes la padecen sufren daños que no pueden ser detectados. El cerebro no puede aprender a producir dolor y proyectarlo a la conciencia pues no tiene noticia de lo que es un daño. No es que los pacientes no puedan “sentir dolor” sino que el cerebro no lo produce, aunque haya daños, porque no recibe señales, información sobre daño.

Imagine un sistema de alarma que, por defecto de fábrica, es incapaz de detectar los efectos de un robo o la presencia evidente de ladrones. El propietario padecería: “Insensibilidad congénita al sonido de la alarma“. Otros sugerirían el término “Insensibilidad congénita a sentir la alarma” . Lo correcto sería denominar: “Insensibilidad congénita al robo”. De otro modo se pensaría que el propietario es sordo y habría que llevarlo al Otorrino.

2) Eritromelalgia. Dolor paroxístico extremo. Migraña hemiplejica familiar. En ausencia de daño consumado o inminente, los pacientes padecen dolores terribles.

Utilizando el símil de la alarma: en ausencia de robo consumado o de ladrones en el edificio, salta la alarma con un ruido ensordecedor insoportable. Bastaría que los usuarios del edificio hicieran su vida normal, inofensiva para la integridad del edificio, para que el sistema de seguridad activara la sirena a un volumen estruendoso. El usuario podría ponerse unos tapones pero sólo se libraría del sonido convirtiéndose en un sordo. Otra alternativa sería quedarse quieto en casa y no generar ninguna actividad, o, por supuesto, desactivar los sensores, quitar la corriente eléctrica…

Por supuesto el defecto (por exceso) de fábrica (congénito) del sistema de alarma es la extrema sensibilidad a cualquier estímulo, la imposibilidad de diferenciar lo inofensivo de lo ofensivo.

En ambos casos lo que falla es la detección sensata del robo (daño) consumado o inminente: por defecto o exceso.

El organismo está vigilado por una extensa y omnipresente red de neuronas cuya función es la de detectar señales (alarminas, DAMPs) de daño consumado o la presencia de estados físicoquímicos (temperaturas extremas, ácidos, estímulos mecánicos de compresión-estiramiento) capaces de consumar el daño si no se evitan inmediatamente. Estas neuronas se denominan nociceptores (receptores de nocividad). Para poder detectar señales de daño consumado o estados nocivos, los nociceptores contienen en la membrana unos sensores específicos, capaces de generar una señal eléctrica cuando son excitados por esas señales de daño consumado o por los estados físicoquímicos nocivos.

En el caso 1 (Insensibilidad congénita al daño) o bien no se han desarrollado las neuronas, o el sensor (por una variante genética) es defectuoso, insensible. Las señales de daño consumado están ahí, el tejido está siendo comprimido o desgarrado, está en contacto con algo que quema o congela pero no se genera la necesaria señal eléctrica que se necesita para activar en la conciencia el sentimiento de dolor y el resto de componentes protectores. El niño puede rascarse la córnea o juguetear con unas brasas, sin dolor pero con daños evidentes, que no son detectados.

En el caso 2 esos mismos sensores, por un defecto genético, generan la señal eléctrica con un umbral muy bajo. Normalmente un sensor de temperatura nociva no se activa por debajo de 45º. En estos casos lo hace muy por debajo. Si el día ha salido calentito (25º-30º), al hacer ejercicio, llevar zapatos o, simplemente, apoyar los pies en el suelo (estímulo mecánico), salta el sensor neuronal, se genera la señal que al llegar al cerebro activa la red de centros de procesamiento-respuesta de señales de nocividad, que, por imperativo evolutivo no pueden hacer otra cosa que proyectar en la conciencia dolor y otros componentes protectores como la conducta-hábito de buscar el frío aun a riesgo de congelación.

Los sensores de nocividad están insertos en la membrana de todos los ramitos terminales de la neurona (nociceptor). Son proteínas capaces de generar una pequeña señal eléctrica en su zona de competencia. Esas señales son pequeñas, efímeras. Se desvanecen rápidamente en tiempo y espacio. No generan por sí mismas ninguna señal en el nervio. Sólo la suma de estas múltiples miniseñales en tiempo y espacio puede generar una corriente eléctrica que supera el voltaje exigido (umbral) en el tronco del nervio (unión del palo con la escobilla).

En la zona de confluencia de los ramitos existen unos sensores especiales. No detectan daño consumado ni inminente. Sólo electricidad, voltios. Son sensores activados por voltaje.

El sensor de voltaje lo que hace es detectar milivoltios (calderilla) y generar un voltaje mayor (potencial de acción) si detecta el voltaje (umbral-precio) estipulado.

Las minicorrientes de las minipilas de las terminales (activadas por señales de nocividad) pueden sumarse y activar el complejo de pilas del inicio del palo de la escoba (axon). Los minipotenciales analógicos (céntimos) se transforman en potenciales digitales (todo o nada. Sí o no. Un euro). La calderilla se devuelve o se la queda la máquina.

Estos sensores de voltaje son también proteínas con un canal que, si llega el voltaje suficiente (umbral-precio), genera potenciales de acción (un euro). A más frecuencia cuanto más intenso y persistente sea el flujo de calderilla.

Los potenciales de acción (euros) se conducen hasta el cerebro y allí encienden la red de áreas que proyectan el sentimiento de dolor.

Estos sensores activados por voltaje y que abren canales de sodio en la zona de confluencia de los ramitos se denominan canales de sodio (Na) activados por voltaje (v),  es decir: Nav, como no podría ser de otro modo. Se han descrito varios tipos. Creo que 9. Uno de ellos, el 7 (Nav7) parece que es el responsable de las enfermedades descritas, por defecto o por exceso.

De ello se ha hecho eco el suplemento semanal de El Correo y como viene siendo habitual en la prensa, como si lo que se escribe formara parte de una campaña de publicidad dirigida a alimentar todos los errores y horrores del dolor, se asegura que este hallazgo permitirá aportar nuevos fármacos que pongan y quiten el dolor cuando sea necesario.

Volviendo al símil del sonido de la alarma no creo que podamos disponer de la posibilidad de actuar sobre el artilugio que origina el sonido para modificar su volumen sin afectar profundamente el sentido de su existencia: detectar peligro y avisar cuando exista tal peligro.

El dolor no se genera en la zona que duele. Tampoco se genera en los sensores. Sólo y siempre en el cerebro.

Podemos manipular los sensores y volverlos sensatos, con un umbral razonable que permita diferenciar lo ofensivo de lo inofensivo.

La epidemia de dolor crónico no es debida a que los Nav7 de la ciudadanía se hayan vuelto hipersensibles por arte de magia o por la acción de alimentos, tóxicos ambientales o malos rollos psicosociales. El problema está en el cerebro, en la gestión de la conciencia, en lo que emerge en ella como consecuencia de muchos factores que difícilmente podrán reducirse a unos canales iónicos.

Podemos probar a anestesiar con anestesia local todo lo que duele. Estaríamos intentando bloquear esos Nav7. El intento es exitoso en la anestesia local o regional, un contexto concreto en el que existe daño agudo en un contexto controlado. Con la anestesia local inducimos Insensibilidad congénita al daño mientras dura la acción del anestésico.

Podríamos aplicar un Nav7 normal a los niños con Insensibilidad congénita al daño para que puedan acceder al sentimiento doloroso cuando se rascan la córnea.

Podríamos modular el dolor de las lesiones en el deporte dando bloqueantes de los Nav7 que incomoden, por defecto o por exceso, para que duela o deje de doler según convenga.

Podríamos, claro está, detectar el gen de cada uno y modificarlo para hacer Nav7 más o menos sensibles.

Todo es posible. El futuro es impredecible.

Lo que no es de recibo es convertir la cuestión del dolor en un titular reduccionista que sólo genera cabreo y desesperanza; rabia e impotencia.

¿Quién protege al ciudadano de la información sesgada, disfrazada de Ciencia?

Debieran hacerlo todos aquellos que colaboran, consciente o inconscientemente, a hacer justamente lo contrario.

 


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3 comentarios en «Un gen de quita y pon»

  1. Recurre usted cada vez más a menudo a la conciencia, penetrando en el terreno de lo especulativo, dejando de lado cualquier debate empírico, internandonos en lo subjetivo, en el ámbito de la creencia.
    Quizás pase usted a la historia de la neurociencia, aparte de como ejemplo de bullying médico con su desafortunado termino de ” padecientes ” ( uniendo equivocadamente dolor y sufrimiento), como el último científico del alma.
    Deje usted en paz la conciencia de los seres humanos libres y cure sus cuerpos.

  2. Iñaki: la conciencia es un tema de la Neurociencia que admite un intento de aproximación científica aunque estemos aún lejos de comprenderla pero conocemos bastante sobre los correlatos neuronales necesarios para que aparezca.
    El dolor, en mi opinión y en la de muchos científicos de conocido y reconocido prestigio científico es un contenido de la conciencia. Para abordarlo es necesario considerar el tema de la conciencia.
    Entiendo su malestar pero no comparto sus reflexiones.

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