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Volver a la realidad

 

Dice Rodolfo Llinás (“El cerebro y el mito del YO”) que el cerebro sueña la realidad.

Vivimos en un mundo imaginado, virtual, soñado, en un fluir continuo de hipótesis a las que la información sensorial pone límites.

Durante el sueño el cerebro bloquea los sentidos y deja que la asociación libre de imágenes de lo vivido acapare el mundo de la conciencia, en forma de fantasías descabelladas de las que sólo salimos cuando el cerebro vuelve a conectar las entradas sensoriales.

Los sentidos sólo captan una parte de esa realidad. Cada individuo desarrolla sus capacidades y sesgos atencionales y parcela y colorea esa realidad desde cristales singulares, exclusivos.

El cerebro sueña y los sentidos nos anclan al suelo de lo real, de la materia, la energía, delimitando ese sueño con una cuerda de longitud cambiante.

La realidad contiene, sin embargo, componentes, agentes y estados que no pueden ser detectados por nuestros vigilantes sensoriales.

Los sabios e iluminados, con sus instrumentos y su trances, nos informan de lo que han descubierto y esas informaciones debieran ayudar a los sentidos a contener el sueño en los límites de lo que realmente aquí y ahora está sucediendo, y no en el infinito espacio de lo que pudiera suceder.

El sueño cerebral se alimenta de deseos y temores. Los sentidos ponen coto racional al mundo deseado-temido. La información experta complementa la racionalidad, el acotamiento en el mundo real.

Así debiera ser… pero no lo es.

La información que proveen sabios e iluminados no siempre contiene racionalidad, datos fiables sobre el aquí y ahora de la materia inaccesible a nuestros limitados sentidos. Energías exóticas, poderes mágicos moleculares, imposiciones de manos, dietas milagrosas y un extenso etcétera de propuestas irracionales tratan de seducir al cerebro desprotegido del ciudadano.

Muchos cerebros, víctimas del horror al vacío informativo, dan por bueno lo que dicen quienes dicen saberlo a Ciencia cierta o a inspiración milenaria, y aceptan que esa información alimente el sueño que tejen y destejen los deseos y los temores, la ilusión de disponer de una causa que explica los aparentes males que el sueño sugiere.

El organismo real, razonablemente sano y apto para la sencilla e inocente brega del día a día, se transforma en el sueño en un organismo vulnerable, degenerado, intoxicado, inflamado, contracturado, infectado, malnutrido, estresado, indefenso, desmotivado.

El cerebro necesita mantener despierto al individuo para que rumie la miseria de ese organismo y encuentre una salida para ese despojo.

– Estoy agotado, dolorido. No consigo dormir. No me concentro.

– Estás enfermo.

Haz esto. Haz lo otro. No hagas esto ni lo otro. Relájate. Anímate. Duerme. Haz ejercicio.

El sueño catastrofista monopoliza la idea que el organismo se hace de la realidad.

¡Despierta! ¡Es un sueño, una pesadilla!

– No. No es imaginación. Me duele todo. Estoy agotado…

– Estás alimentando el sueño de tu cerebro…

Dicen que padecemos enfermedades misteriosas, emergentes, incurables.

Dicen que el prototipo de Homo sapiens (m.n.t.) no está hecho para este perro mundo nuestro sino para las idílicas sabanas de antaño.

Dicen que sobrepasamos los límites de lo que nuestro cerebro ancestral puede tolerar.

Dicen. Dicen…

Puede que lo que nuestro cerebro no pueda tolerar sea ese bombardeo de información alucinatoria que puebla el imaginario de la idea de organismo.

¡Despierte!

¡Es sólo un sueño!

– Necesito dormir…