Antes de ayer tuvimos la revisión de los alumnos de la 21ª edición del curso de migraña.
De los diez alumnos acudieron siete.
Salvo en un caso (“he perdido el tiempo y el dinero”), los otros seis estaban muy satisfechos con la experiencia.
En conjunto los días de dolor han pasado de 176 a 99.
La intensidad media, de 7,1 a 5,8.
El consumo de calmantes, de 182 a 101.
Previsiblemente, el resultado mejorará tras la revisión.
Como sucede en otras ediciones, los alumnos han normalizado, en general, la vida social. Han plantado cara al miedo, a la evitación, y han cambiado el cuarto oscuro por las cenas y chupitos.
Es habitual en las reflexiones sobre dolor, en ausencia de daño que lo explique y justifique, la referencia a la importancia de las emociones.
Si duele y no hay daño se insiste en la importancia de gestionar “lo emocional”, ese espacio soterrado que palpita insensible a la razón.
En los cursos no manejamos las emociones. Nos limitamos a explicar conceptos de biología neuronal.
Sin embargo el dolor es la expresión de más calado evolutivo de la emoción: el miedo a la muerte celular (necrosis).
Cuando se habla de emociones se supone que nos referimos al individuo, a la persona, y no a su soporte físico. En mi opinión cuando hablamos de dolor, la reflexión de lo emocional debe dirigirse al organismo, a la incertidumbre física de los tejidos y no a los problemas del individuo en su interacción social.
El dolor expresa el miedo, la emoción de la muerte física de los tejidos.
Si ese miedo injustificado aparece en la conciencia en forma de dolor, lo que debe hacerse es trabajar el error emocional evaluativo que lo genera. El cerebro no debiera dejarse llevar de la emoción del miedo pues no sucede ni va a suceder nada.
Los alumnos están desconcertados y desesperanzados. Les han dicho que padecen una enfermedad misteriosa, incurable, que deben identificar y evitar una lista extensa de hábitos y costumbres. No han oído hablar de neuronas ni sospechan que el organismo está regido por un cerebro domesticado en el miedo a demasiadas cosas, en la convicción de vulnerabilidad.
No veo la justificación de gestionar las emociones del alumnado, dejando de lado la tarea fundamental de ayudar a comprender el proceso desde la biología.
Una vez cumplido el trabajo pedagógico, será el propio alumno quien evalúe su universo emocional y solicitará, si así lo considera oportuno, ayuda psicológica.
Dedicar doce horas en el curso a explicar la trama biológica del dolor es la acción más empática que podemos y debemos acometer.
El conocimiento es emocionante en sí. El sentir que uno dispone de una herramienta racional de control de los desvaríos emocionales de su organismo produce sentimientos positivos, alegría, sosiego, libertad, esperanza.
Las emociones se construyen, están sometidas al aprendizaje, y se disparan con más o menos racionalidad.
Cuando no hay ningún indicio de racionalidad en las decisiones del organismo, lo que corresponde es disolver el miedo irracional con el conocimiento.
Está bien la compasión, el consuelo, la empatía. El dolorido las agradece pero es más emocionante el apoyo racional, pedagógico.
Una vez más, nos hemos emocionado en la revisión.
Gracias a la racionalidad.
Enhorabuena! Lo que tambien es emocionante es que haya una persona con la capacidad para hacer comprender todo esto como lo haces. Es una gran ayuda, gracias!