Define la IASP (Asociación Internacional para el Estudio del Dolor) que el dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable, asociada a daño tisular real o potencial… o vivida como tal daño.
No precisa qué quiere decir con esa última frase (“vivida como tal daño”) pero da a entender en los comentarios que si el dolor no está asociado a daño de los tejidos, real o potencial, deben valorarse aspectos psicológicos. Tampoco precisa qué debe entenderse por tales “factores psicológicos”.
– Es como si me golpearan con un martillo…
– Es como si me quemaran…
– Es como si se comprimieran las vértebras…
– Es como si hubiera presión dentro de la cabeza…
– Es como si estuviera inflamado…
Como si algo hubiera, pero no lo hay.
Nada está comprimido, inflamado, quemado ni golpeado en los diversos “como si…”
El daño es virtual, imaginario. Ninguna realidad nociva lo alimenta.
– Es como si algo hubiera comido que me hubiera sentado mal…
En una crisis de migraña las náuseas y vómitos son los mismos que los que se producen en una intoxicación alimentaria pero lo comido no contiene ninguna amenaza.
¿Cómo puede generarse esa realidad virtual con tanta apariencia de realismo?
¿Qué hace que sintamos dolor en la columna como si hubiera un daño real o potencial… sin haberlo?
¿Qué propiedad contiene la red neuronal para proyectar el dolor brutal de una crisis migrañosa?
El dolor asociado a daño real se ajusta a los límites que impone ese evento nocivo. Los fármacos generalmente son eficaces.
El asociado a daño potencial se desvanece al instante al evitar el agente-estado causante.
Sin embargo cuando no hay nocividad alguna el dolor tiene tendencia a perdurar, recurrir y alcanzar una intensidad extrema.
El cerebro evalúa amenaza en un lugar, momento y circunstancia. Aparece el sentimiento de dolor en la conciencia y engorda alimentándose a sí mismo sin asomo de daño que lo explique-justifique.
La epidemia actual de dolor inexplicado e injustificado pertenece a este apartado del daño virtual, imaginario.
No es que las columnas actuales sean pésimas, los estreses nos sobrepasen o el medio ambiente lo hayamos vuelto tóxico. No necesariamente.
Puede que la dinámica imaginativa del cerebro actual haga más caso a lo temido que a lo que realmente sucede.
El cerebro humano organiza su conectividad en base a la experiencia propia y observación de la ajena y también a la instrucción más o menos experta.
En mi opinión no es el organismo (vulnerable) ni la supuesta mala vida que le damos, tanto física como psicológicamente, sino la información con la que nutrimos la conectividad de la red neuronal protectora.
El dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable, asociada a daño tisular real o potencial o … a una evaluación imaginaria de tal daño, en base a un proceso de aprendizaje tutelado por información alarmista.
Aprendemos a golpe de ensayo-error pero para ello necesitamos detectar el error para corregir el tiro.
Cuando las creencias andan a sus anchas el error no sólo no se detecta y corrige sino que se consolida con la experiencia (sesgo de confirmación).
Las creencias están disputadas. Todos quieren hacerse con las ajenas ofreciendo el oro y el moro con las propias.
Si no lo creo no lo veo…
Créame. Tenga cuidado con lo que cree…
– No es que lo crea. Me duele.
No es usted. Es el organismo. Usted sólo es una parte, una cara…
No ponga la otra mejilla.