Modular es un verbo complicado. Puede utilizarse en sentido estricto en el ámbito científico o en sentido vago, ambiguo, en otros ámbitos más o menos científicos.
La modulación en el ámbito científico tiene que ver con la transmisión de información codificada en señales, en un soporte electrónico que aporta muchas mejoras en orden a proteger la calidad y fidelidad de la señal (información).
Una de las formas de modular el transporte de señal informativa es sobre una onda portadora de frecuencia (“frecuencia modulada” o, mejor, modulación en frecuencia).
Así es como las neuronas transmiten información de la variable intensidad. Si aplicamos un estímulo nocivo, por ejemplo “calor” (temperatura elevada peligrosa), los nociceptores locales detectarán esa temperatura potencialmente nociva y generarán una señal eléctrica que viajará hacia el cerebro. Esa señal tendrá una frecuencia determinada. Pues bien: a mayor temperatura, más frecuencia de la señal. La intensidad del estímulo se ha codificado (modulado) en una onda de frecuencia.
Podemos modificar farmacológicamente la generación de la señal en los tejidos, por ejemplo con antiinflamatorios (antiprostaglandinas) o su transmisión por el nervio con anestesia local o con antiepilépticos (carbamazepina en la neuralgia del trigémino). En ambos casos hemos modificado la frecuencia de la señal, es decir, la información de los tejidos. Al cerebro le llegará una información manipulada. A las áreas cerebrales que proyectan dolor en la conciencia les llegará información atenuada sobre peligro y, en consecuencia el dolor, previsiblemente, será más leve.
También podemos modificar la frecuencia de la señal a la entrada en la médula espinal. Aplicamos estímulos inofensivos en la zona dolorida (por ejemplo un estímulo táctil suave) y la señal generada inhibirá el paso de señal de peligro de las neuronas nociceptivas. Es el mecanismo descrito por Wall y Melzack de la “puerta de entrada”.
Lo mismo se puede conseguir aplicando estímulos eléctricos de baja intensidad (“estimulación eléctrica transcutánea”) en la zona.
Otro modo de modificar la frecuencia de la señal de peligro sería inhibiendo la salida de señal en la segunda neurona nociceptiva, en el asta posterior medular. Diversos fármacos modifican el estado de respuesta respecto a la señal que llega a la médula. Si el nociceptor porta una señal cuya intensidad está modulada en una frecuencia de 15 potenciales por segundo, la acción del fármaco puede hacer que la frecuencia de salida de la segunda neurona esté codificada en una frecuencia inferior, por ejemplo 10 por segundo. Al cerebro le llegará información trucada. Previsiblemente, menos dolor proyectado a la consciencia.
Podemos seguir modificando la frecuencia de la señal neuronal a niveles superiores. Podemos aplicar campos electromagnéticos a distintas áreas cerebrales implicadas en la generación de la percepción de dolor. Podemos activarlas o inhibirlas modificando los parámetros de la estimulación.
En definitiva, podemos modificar la frecuencia de las señales que portan información de los tejidos y también la de las áreas cerebrales que pueden modificar por vía descendente la generación y tráfico de la señal de nocividad. De abajo-arriba y de arriba-abajo.
Sin embargo no es tan sencillo pues la red neuronal tiene sus propios criterios y puede reorganizarse tras la aplicación externa de una “neuromodulación” y salirnos el tiro por la culata o por sitios insospechados. A la modificación externa de la frecuencia puede seguir una respuesta de la red de signo contrario. También, a través de la expectativa puede liberarse el efecto placebo, es decir, una “modulación” favorable.
Una interpretación ambigua y poco estricta del verbo “modular” es el de “regular”, “reordenar”, “restituir”.
A través de fármacos o aplicación de estímulos electromagnéticos se propone una “neuromodulación” en sentido ambiguo, laxo. Se sugiere que podemos restituir un equilibrio perdido, algún exceso o defecto de algún neurotransmisor “modulador” (serotonina, dopamina…).
Evidentemente una intervención cognitivo-conductual también “neuromodula” Cualquier intervención “terapéutica” “neuromodula”. La vida es un proceso continuo de “neuromodulación”.
El problema reside en asumir ese proceso como una cuestión propia, del aprendizaje responsable e inevitable, o abandonarse en manos de diversas “neuromodulaciones” externas, farmacológicas, electromagnéticas, músculoesqueléticas o dietéticas.
Lo importante son los hechos, el daño real y/o potencial, y las hipótesis que el cerebro construye para valorar la probabilidad de esos hechos.
El cerebro evalúa realidades imaginadas, con más o menos fuste y racionalidad.
La cultura puede “neuromodular” la red nociceptiva en una dirección sensibilizante, facilitar la generación y tráfico de señales erróneas de peligro, aumentar su frecuencia, aun cuando tal peligro no se esté produciendo.
No hay problema. Siempre podremos “contraneuromodular”, aplicar terapias que devuelven la modulación a las frecuencias razonables.
Imagine un plato cocinado con errores, según los cánones de la buena cocina. Podríamos añadir un “modulador” que detectara y corrigiera dichos errores, cualesquiera que estos fueran.
Todo es posible.
También cabe aprender a cocinar.