En mi opinión la acción más importante frente al dolor, una vez se ha descartado una causa realmente relevante que no sólo lo explica sino que lo justifica, es la informativa.
El padeciente debe conocer la trama neuronal del dolor, su sentido evolutivo, qué es una percepción, la trascendencia de la función evaluativa, las expectativas y creencias, la dependencia cultural en nuestra especie, qué es el sistema de recompensa y un largo etcétera.
Asumir la importancia de la información obliga al profesional a dedicar el tiempo necesario para adquirir el conocimiento que después deberá transmitir… si dispone a su vez del tiempo que exige la exposición.
Con 10 minutos por paciente y consulta no basta.
El padeciente pide analgesia, no un discurso inesperado sobre la complejidad biológica de su dolor.
– Todo esto es muy complejo
Puede que la explicación neuronal sea mal interpretada como una sugerencia de origen psicológico.
– Entiendo lo que me quiere decir pero no es mi caso. Yo no soy así… A mí me duele.
La información en grupo solventa estos problemas. Durante unas horas, intensivas o repartidas en sesiones y una revisión al cabo de unos meses, se explican los conceptos básicos de la actividad neuronal, se desmontan conceptos falsos vendidos como verdaderos y se intenta desactivar los miedos acumulados en el período de aprendizaje inconsciente.
Se gana y se optimiza el tiempo. Los padecientes descubren que los compañeros del grupo soportan el mismo infierno y se deshace con facilidad el posible malentendido de la psicogenia.
La atención en la clase está enfocada al conocimiento y no al remedio, a la terapia.
En la revisión cada uno cuenta su peripecia tras las explicaciones, sus fórmulas de afrontamiento desde el nuevo esquema. Unos van bien, otros igual o peor. Muchos han reducido o abandonado las terapias a la vez que han decidido retomar actividades y hábitos perdidos por ser temidos.
Siempre existe el riesgo del alumno atascado que no consigue nada a pesar de aceptar y comprender el nuevo marco teórico y plantar cara a su organismo. El ejemplo de los pequeños o grandes éxitos ajenos puede servir de acicate o, al contrario, provocar la desesperación, la convicción del fracaso tras haber puesto toda la carne en el asador.
Este sábado tenemos la revisión de un grupo. Ya les contaré.
Previsiblemente habrá de todo pero es un encuentro necesario, productivo. El impacto pedagógico se potencia después de compartir la experiencia de otros y exponer la propia.
En cualquier caso siempre ha resultado una experiencia positiva.
El conocimiento aporta una base desde la que el padeciente explora, juega, desde la condición plástica de los procesos biológicos suspirando por el cambio de conexiones.
Dicen que en el futuro podremos apagar y encender áreas cerebrales a demanda. El conocimiento ya no tendrá sentido. ¿Duele? Apagamos el área responsable. ¿No podemos dormir? Apagamos el cerebro vigilante. Los recuerdos que antaño nos mortificaban los podremos neutralizar con un campo magnético o un rayo lasser, aplicados en el lugar adecuado.
Yo no estaré aquí para comprobar si ese futuro prometido se hará realidad.
De momento sigo pensando que podemos actuar con el conocimiento y el juego libre y confiado para modificar, es decir, racionalizar, la actividad de las áreas que construyen y aplican el miedo como única estrategia.
“No hay cosas que temer, sólo comprender” decía Marie Curie.
Cierto.