Homo sapiens (m.n.t) evolucionó a golpe de exploración de todos los hábitats posibles e imposibles. La opción de sustituir asas intestinales por circunvoluciones cerebrales le permitió hacerse con sustento, cobijo y amparo de la manada en condiciones variadas e inciertas.
Somos una especie de éxito. Nuestra expectativa de vida ha alcanzado cotas inimaginables. La inmortalidad está ahí, al alcance de nuevas tecnologías. Puede que consigamos individuos potencialmente inmortales aun cuando no esté claro que el planeta esté por la labor.
El secreto está en el hábitat garantista que nos hemos procurado, gracias a la cultura acumulada.
Disponemos de lo necesario para la supervivencia física; controlamos enfermedades antaño letales; sabemos lo que es bueno y es malo, lo que debemos hacer y evitar; podemos escoger la temperatura ambiente: disfrutar del fresquito en un día tórrido de verano y de calorcillo en una noche gélida de invierno; nos protegemos de la excesiva luminosidad con una amplia gama de gafas de sol; disponemos de alimentos controlados, sin gluten ni lactosa, libres de gérmenes y productos tóxicos.
Hemos habilitado una amplia gama de burbujas garantistas que nos libran de todo tipo de nocividades. Sólo tenemos que conocer las reglas del buen vivir, del fitness físico, social y mental y seguirlas aun cuando resulten aburridas y exigentes.
Si algo va mal es porque hemos salido defectuosos de fábrica o no cumplimos con las normas.
Homo sapiens (m.n.t.) ha accedido al confort de las burbujas pero sin que sepamos bien por qué y sorprendentemente, no es feliz en muchos casos. Dolor, cansancio, desánimo, desgana…
La vida en la burbuja puede ser la responsable: el sofá, la tele, el coche, el frigorífico… degeneran huesos, músculos y articulaciones. Habría que ir al gimnasio, a natación, seguir dietas… privarse de la vida muelle. Puede que ya sea tarde.
Muchas veces el ciudadano ha seguido todas las normas y a pesar de ello (o quizás debido a ello) no se encuentra bien: anda mortificado e invalidado por el dolor y el cansancio.
¿Quizás el estrés? Para acceder a la burbuja hay que ganarse la pela y eso desquicia. La obsesión por no perder el tiempo nos ha privado del placer de perderlo. No nos queda un momento para mirarnos plácidamente el ombligo y dejar que la mente vagabundee para poner en orden el bureo de cada día..
No hay problema: meditación, yoga, relajación, terapias, talleres…
El 2016 está vencido. Las promesas siguen incumplidas en muchos casos. Los nuevos tratamientos han resultado un fiasco. No pasa nada: vendrán o están ya viniendo otros.
El nuevo año nace con la oferta de viejas y nuevas burbujas. Los mercadillos bullen.
Homo sapiens (m.n.t.) sigue apostando por controlarlo y evitarlo todo. Se ha vuelto hipervigilante e hiperintolerante. Receloso. Miedica. Ninguna burbuja satisface plenamente.
Hemos contaminado demasiado la atmósfera en nuestro afán de conseguir la burbuja perfecta.
Puede que la contaminación alcance especialmente a la capa más sensible: la infosfera, el espacio-tiempo en el que se va acumulando todo el poso tóxico de las recomendaciones que ofrecen el acceso al buen vivir.
El año saliente fue un buen año para hacer un contundente corte de mangas a gran parte de las reglas predicadas, a las insinuaciones equívocas de diversas burbujas.
Si no lo hizo, no se preocupe: 2017 es también un buen año para romper burbujas y respirar el aire fresco de lo incierto.
Homo sapiens (m.n.t.) está especialmente habilitado para explorar hábitats inciertos. Le va la marcha. Necesita ser libre, equivocarse, encontrar su propio hábitat, singular, desconocido para los regidores de las burbujas.
Cuídese lo necesario pero no olvide también descuidarse.
Es saludable.
Que buen pensamiento Arturo, Felicidades
Coincido, muy cierto.
Para pensarlo. Saludos.