Todo lo que percibimos emerge en la pantalla de la conciencia como resultado de la actividad continua de la red neuronal, conectada a cada rincón del organismo y al entorno a través de diversos canales sensoriales.
En esa red se funden señales de lo que sucede en cada instante con lo que el conocimiento y el miedo han construído desde el pasado hacia el futuro.
No existe una jerarquía. A veces mandan los hechos, las señales sensoriales, y otras el organismo y su entorno imaginado. A veces se imponen los miedos y otras la racionalidad.
El dolor, como cualquier otra percepción, emerge de la actividad neuronal desde la integración de las predicciones de amenaza con las señales de los tejidos.
Siempre puede haber daño allí donde y cuando el cerebro proyecta dolor y ese daño debe descartarse.
En ausencia de daño podemos concluir razonablemente que el dolor surge de la actividad imaginativa neuronal, de predicciones infundadas de amenaza, alimentadas por el miedo biológico y la instrucción cultural.
Una percepción que no surge de la llegada actual de la señal sensorial correspondiente es una alucinación.
El cerebro imagina durante el sueño sin la perturbación de las entradas sensoriales. El material memorizado alimenta la percepción de lo soñado.
El contenido imaginativo puede imponer su fuerza estando despiertos pero en este caso la entrada sensorial está abierta y sensibilizada a lo que la red predice. Todo el sistema neuroinmune está activado y vigilante ante la amenaza imaginada.
El resultado es una espiral autoalimentada que no se contiene sino que crece hasta alcanzar un nivel estable con un dolor más o menos intenso.
El dolor generado por el proceso imaginativo, en ausencia de daño, es una alucinación, una percepción carente de soporte real.
El dolor alucinatorio puede alcanzar una intensidad extrema pues lo imaginado tiene menos limitación que la realidad.
– Es como si me estuvieran golpeando con un martillo en la cabeza…
El dolor es realmente así, como si… pero no hay nada que golpee la cabeza.
La cuestión está en qué hacer para disolver el proceso alucinatorio y recuperar el peso de lo real.
La actividad imaginativa contiene también previsiones sobre lo que se debe hacer, por ejemplo, refugiarse en el cuarto oscuro, vomitar, tomar un fármaco, etc. Si no se cumplen esas exigencias del guión imaginado, el dolor arrecia.
– Probé a no tomar el calmante pero al final tuve que tomarlo.
Tenemos dos armas para disolver la alucinación:
El conocimiento: sabemos que no sucede nada, que lo que percibimos no existe como realidad. La percepción es tan real como la de una pesadilla pero como sucede con la pesadilla, no existe lo soñado. Podemos intentar influir en el contenido imaginado proyectando una idea de normalidad en la zona doliente.
La gestión de la atención: podemos desviar la atención hacia las tareas que nos interesan aun sabiendo que el intento puede resultar tremendo por la competición entre la voluntad de actuar como individuos y la resistencia del organismo.
Esta es la teoría, al menos lo que yo pienso.
– ¿Por qué me duele?
– Es una alucinación. No sucede nada.
Los neurólogos no contemplan el proceso alucinatorio como una opción en la migraña. Afirman que, necesariamente, tiene que generarse señal de daño en las terminales trigeminales perivasculares.
Esta afirmación equivale a sostener que una alucinación visual necesariamente debe surgir de la retina o una auditiva de los oídos.
Muchos profesionales prefieren aceptar que en los dolores que atienden puede y debe haber señal de daño que alimenta la percepción de dolor.
El dolor sentido sobre la columna puede y debe provenir de músculos, articulaciones y huesos.
Defender el origen alucinatorio del dolor no resulta fácil pero negarlo puede pasar factura.
Usted mismo.
Doctor Goicoechea una primera lectura de este articulo me ha dejado la impresión de una gran sabiduria, un profundo conocimiento de la mente humana y un claro dominio de la ciencia paara afrontar el dolor.
Si me permite le propongo cambiar una palabra de la última frase: “(No) Aunque tenga miedo, juegue”.
Muchas gracias por sus aportaciones.
Disculpeme. Creo que el comentario que acobo de hacer (¿en esta página?) debe ir en la siguiente: “Jugar”,
Hola,
antes de asistir al curso del dolor del Doctor Goicoechea jamás me había planteado los errores evaluativos del dolor.
Era consciente que, a veces, el cerebro se equivoca, pero jamás antes había reflexionado sobre ello como hasta ahora, gracias a las palabras de Arturo.
Asimilar que hay daño sin dolor y dolor sin daño es un primer paso hacia la curación.
Un saludo.