Un organismo es un complejo sistema dotado de recursos para sobrevivir en entornos imprevisibles y cambiantes. La Biología de la supervivencia es extremadamente compleja e incluye evaluacion, detección y evitación anticipada de amenazas, reparación y regeneración de tejidos lesionados y dinámicas de pertenencia cognitiva y conductual a un grupo.
La cultura de organismo ofrece un variopinto abanico de explicaciones y soluciones para ayudar al organismo a protegerse y cumplir con sus objetivos.
Gracias a esa cultura podemos ayudar al organismo a controlar infecciones con antibióticos, compensar déficits y excesos endocrinos, reponer líquidos, transplantar órganos, eliminar cánceres y otras muchas situaciones que superan la capacidad del organismo.
El deseo de ayudar puede sobrepasar los límites de lo razonable y la ayuda puede convertirse en suplantación.
Se predica que el organismo es genéticamente deficiente, inadecuado; el entorno peligroso; las conductas, desviadas.
La vivencia de vulnerabilidad se construye así con facilidad y se justifica la necesidad de la tutela continua con todo tipo de consejos, reglas y terapias.
En esas condiciones resulta complicado disfrutar de la convicción de residir en un organismo razonablemente sano y capaz.
El instinto de supervivencia individual y social facilita la labor del miedo al daño y el sometimiento a lo que la cultura de la enfermedad proclama.
Los vaivenes del aprendizaje normal se convierten en etiquetas de enfermedad.
En vez de ayudar en el aprendizaje favoreciendo la libertad de exploración y la adaptación a entornos cambiantes, se promueven cánones rígidos de evaluación y conducta, guiados por la aceptación de condición de enfermedad y la necesidad de someterse a un exigente y muchas veces inútil régimen de rituales de alivio de los síntomas.
Cumplir con los manuales que prometen salud se hace imposible o, simplemente, aburrido.
La cultura de enfermedad invade así el espacio de la salud y condena a los residentes en organismos colonizados por esa cultura a soportar un modo vigilante y restrictivo, rebosante de síntomas que no expresan sino el encendido continuo de los recursos de protección, aun cuando objetivamente ese organismo debiera disfrutar de la libertad para afrontar con garantías la incertidumbre cotidiana.
La Bio-Logía es el tratado de la vida.
Conocemos sólo una pequeña parte del quehacer cotidiano celular, pero este conocimiento debiera bastar para promover la confianza en las capacidades del organismo, para que éste gestione la seguridad, sin que ello implique la domesticación y sometimiento al modelo medicalizado que la cultura promueve.
Urge rescatar una idea de organismo más acorde con la real.
Urge divulgar la bio-logía defensiva neuroinmune, de la que el dolor, el cansancio y otros síntomas no son sino la expresión consciente de un estado de alerta inmotivado.
Explicar a los ciudadanos la bio-logía defensiva, su dependencia cultural y el peligro de domesticación les protege del sufrimiento e invalidez injustificados y les facilita el ejercicio cotidiano necesario para gozar de una salud razonable.
Ni siquiera hay que explicar nada. Bastaría con desactivar todas las falacias sensibilizadoras que conforman esa cultura alarmista.
No basta con conocerse a uno mismo si ese conocimiento no incluye una idea básica del organismo y los peligros de esa idea.
