El prototipo H. sapiens (ma non troppo) sobrevivió evolutivamente gracias a su movilidad física y mental y a actuar en grupo, compartiendo y debatiendo logros y fracasos dentro de la manada.
Antaño moverse requería tanto el esfuerzo físico como el mental pues la actividad muscular iba dirigida a un objetivo y un subjetivo: conseguir comida y pareja sin riesgo ni despilfarros y con estima propia y ajena.
Actuar es algo más complicado que mover el esqueleto. Contiene muchas facetas. Hay algo más que una musculación y una puesta a punto de la maquinaria metabólica necesaria.
El obstinato de flexiones y extensiones y los estiramientos activos y pasivos del gimnasio no suplen la riqueza y complejidad biológica de las acciones necesarias para buscarse la vida y salvar el pellejo en el Paleolítico.
La actividad debe ser inteligente en todos los sentidos. Los movimientos, económicos, con una melodía elegante y fácil, con múltiples grados de libertad articular, sin cánones rígidos. La postura, indeterminada, liberada, para facilitar el flujo de acciones que aconseja cada objetivo. Los objetivos y subjetivos, rentables, individual y colectivamente.
La inteligencia motora se pierde con el miedo a actuar, a moverse con libertad.
El miedo al daño impone un patrón motor costoso, lesivo, torpe y patoso, feo… y, lógicamente, doloroso.
Una idea de aparato locomotor vulnerable, lesionado, sobrecargado, inestable, asimétrico, desestructurado, genera una actividad restringida, penalizada, bajo mínimos.
El organismo actúa para sí mismo como una madre-padre hipocondríaca(o) con su hijo o como un coche “inteligente” que ve todo tipo de riesgos en ser conducido por falta de convicción de seguridad en su estado o en el conductor.
El ejercicio es un término más pobre que el de actividad y el deporte es más arriesgado y menos saludable.
Evidentemente moverse, estando activo, haciendo ejercicio o deporte, es más saludable que el sedentarismo del sofá y el coche y siempre será una buena idea salir de la inactividad pero hay algo peor que el sedentarismo por pereza física y mental: el sedentarismo o inactividad por miedo a moverse, por convicción de lesión-enfermedad, el movimiento doloroso.
El dolor puede cualificarse dentro de una escala de inteligencia del “sistema” u organismo, como casi todo en esta vida: del cero al diez.
Hay dolores de inteligencia cero y dolores de inteligencia diez.
El dolor es inteligente cuando hay una lesión reciente que debe repararse.
No lo es cuando no existe ninguna vulnerabilidad ni riesgo en recuperar la actividad perdida.
La inactividad, la adinamia son inteligentes cuando las condiciones del organismo (enfermedad) o del entorno aconsejan requisar las ganas de comerse el mundo.
La inactividad no es inteligente ni saludable cuando no existe lesión-enfermedad y el mundo está disponible para disfrutarlo y/o soportarlo.
Hay dos maneras de vencer el miedo:
Sabiéndose razonablemente sano actuar con confianza, con libertad incondicional.
Sabiéndose vulnerable, hacerse con varias fajas musculares, aplicarse bandas de kinesiotape, estirar y relajarse, meditar, seguir una dieta… para poder conseguir del organismo la carta de libertad, condicionada al cumplimiento de todos esos requisitos previos cotidianos.
Es mejor pelear por la inteligencia propia y no domesticarse a inteligencias ajenas.
Actividad y dolor inteligente.
Inteligencia inteligente.
Miedo inteligente.
La actividad y la inteligencia debieran ser libres pero lo único libre es el miedo.
Arturo, Lo has clavado!! Absolutamente de acuerdo con el concepto “domesticación”. Un abrazo!
Àlex Pérez