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Migraña y autoneuroinmunidad

 

La migraña es una de las múltiples expresiones de un organismo que por exceso de celo en proteger su integridad acaba viendo peligro en todo tipo de escenarios inofensivos.

El residente en ese organismo paga las consecuencias de los excesos de vigilancia. Estará forzado a refugiarse en el cuarto oscuro, eliminar lo comido por sospechoso y ejecutar el ritual de la terapia que ese organismo exige.

La migraña es una enfermedad autoneuroinmune. El organismo está defendido por un sistema de defensa neuroinmune que opta por la dinámica biológica del «error menos costoso»: todo puede contener una amenaza: más vale prevenir -evitando y penalizando un amplio conjunto de «desencadenantes»- que exponerse a sufrir las consecuencias de no hacerlo. Es más seguro el miedo exacerbado, irracional. Además los expertos promueven ese miedo con sus explicaciones y consejos.

– Su organismo no es normal. Los genes de la migraña hacen que lo que para los «normales» sea irrelevante, para su cerebro resulte peligroso. No puede hacer nada salvo aceptar esa condición. Tiene que cuidarse, llevar una vida ordenada…

El organismo migrañoso despliega sus miedos y ejecuta sus acciones defensivas a través de mensajeros químicos que activan el dolor, las náuseas y la intolerancia sensorial. Uno de esos mensajeros es el CGRP (calcitonin-gene-related-peptide), un neuropéptido que ejecuta órdenes que vienen «de arriba», volviendo más sensibles las terminaciones del trigémino.

Los músculos pueden resultar también molestos, con sus nudos y sus contracturas. Estaría bien calmar su tendencia contráctil. Antes se intentó con los «relajantes musculares» hasta que se dio con algo más drástico: el botox: un veneno que bloquea en el lugar inyectado la liberación de acetilcolina, el mensajero necesario que ejecuta la orden de contraer músculos. Puede que, además el veneno viaje aguas arriba por el nervio y bloquee también algún mensajero de las oficinas centrales.

El desorden migrañoso proviene de esa «orden de arriba», absurda, improductiva y mortificadora.

El CGRP  y la acetilcolina son dos don nadies moleculares, simples mensajeros.

Para combatir el despropósito migrañoso caben dos estrategias:

1) modificar la orden

2) matar al mensajero

Tradicionalmente se ha considerado que el organismo migrañoso obedece los designios de algo externo: antes eran los dioses y ahora son los genes. El padeciente es una marioneta movida por hilos divinos o por el ADN. La cultura se limitaría a aliviar las consecuencias de esos despropósitos de dioses y genes. No podemos ni debemos entrar a cambiar el gobierno del organismo. Nuestra voluntad no cuenta. No somos nada. Sólo sabemos que no sabemos nada. Aceptación y dignidad en la conducta de acatar lo que toca.

La opción 1 no está, por tanto, a nuestro alcance. Quizás con fármacos, dietas y sosiego, con el autosacrificio cotidiano, podamos mantener cierta calma en la bestia «de arriba»: antidepresivos, antiepilépticos, ansiolíticos, beta bloqueantes…

No nos queda mas que el consuelo de la opción 2: matar mensajeros.

Con el botox impedimos la liberación de acetilcolina (el mensajero del músculo) y probablemente la de otros mensajeros de las oficinas centrales.

¿Cómo libramos al padeciente de los problemas del CGRP, el mensajero del trigémino?

Exteriorizamos el sistema inmune y conseguimos fabricar anticuerpos específicos contra el CGRP. Los inyectamos periódicamente y así el mensajero migrañoso no puede cumplir con su tarea de sensibilizar los «receptores del dolor» del trigémino.

El sistema neuroinmune propio en ocasiones bloquea patológicamente la liberación de acetilcolina o la del receptor necesario para que el músculo se contraiga. Lo hace fabricando anticuerpos selectivos que neutralizan las moléculas necesarias para que el mensajero acetilcolina se libere y actúe. Es una decisión neuroinmune absurda, patológica y peligrosa, potencialmente letal.  Los expertos intentan en estos casos (Síndrome de Eaton-Lambert y Miastenia gravis) neutralizar la fabricación de esos anticuerpos absurdos contra el propio organismo, utilizando todo tipo de estrategias inmunosupresoras o lavados de anticuerpos (plasmaféresis)

En la migraña, el sistema neuroinmune libera órdenes que acaban segregando acetilcolina en la placa haciendo que los músculos correspondientes se contraigan y que las terminales del trigémino se sensibilicen.

Ya que, dicen, no podemos actuar cambiando esas órdenes bloqueemos los mensajeros, con venenos o con anticuerpos, eso sí controlados. El botox es un veneno antiacetilcolina y los anticuerpos son otro veneno,  antiCGRP.

El tratamiento moderno actúa, por tanto, como un sistemaneuroinmune externo que debe compensar lo que el propio sistemaneuroinmune hace, bloqueando los mensajeros necesarios para que se ejecuten órdenes absurdas.

Con la pedagogía se intenta modificar el sistema de creencias y expectativas que generan órdenes absurdas.

En un porcentaje cercano al 70% de los casos, se consigue.

El bótox y los anticuerpos antiCGRP son parches, comprensibles, pero parches.

Son, además, parches carísimos, inasumibles para el bolsillo medio de la ciudadanía.

Los neurólogos no quieren saber nada de Pedagogías ajenas y contrarias a la suya oficial: la migraña, dicen, es enfermedad misterios e incurable que no deja más opción que la del sabotaje a las decisiones que genera un cerebro genéticamente anómalo.

– Con el botox nos va bien…

Si el botox falla ya dispondrán de otro recurso, más novedoso y más caro, los anticuerpos anti CGRP.

Más o menos, 10.000 euros por año.

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