Decía Sherrington que el dolor es el adjunto psíquico de un reflejo defensivo, es decir, el componente consciente de ese reflejo o respuesta-propuesta defensiva, proyectado a la conciencia para implicar al individuo en una conducta adaptada a una evaluación de amenaza.
Las respuestas defensivas abarcan varios niveles: local (en los tejidos amenazados); regional (en el área en el que se ubican esos tejidos) y global (del organismo, en su conjunto). El dolor sólo es uno de los componentes de la respuesta defensiva. Lo importante es la conducta motriz de minimización de la amenaza. La percepción de dolor trata de forzar esa conducta, está a su servicio.
En toda respuesta existe una probabilidad variable de error. Las decisiones del organismo no tienen ninguna garantía de acierto. Nacemos con programas defensivos que se activan, de modo reflejo, ante el estímulo de situaciones de amenaza consumada o inminente. No necesitamos el aprendizaje individual. El genoma contiene la receta de la producción de nociceptores, neuronas capacitadas para detectar estados consumados o inminentes de muerte celular violenta, inducidos por temperaturas extremas, compresiones, desgarros o estados químicos incompatibles con la vida de los tejidos. Sin embargo, existen múltiples situaciones de daño potencial que los nociceptores no pueden detectar. El organismo desconoce esos estados y agentes nocivos pero puede aprender a reconocerlos, a través del aprendizaje individual. Ese conocimiento no lo adquieren los nociceptores sino las áreas centrales, superiores, de procesamiento.
Las neuronas nociceptivas son células defensivas, capacitadas para detectar daño consumado o inminente y responder de modo reflejo. Constituyen la capa más elemental del reflejo defensivo de Sherrington. Responden sensibilizándose y liberando in situ mensajeros que promueven la respuesta inflamatoria defensiva local.
Los nociceptores sensibilizados no se limitan a inflamar la zona dañada sino que emiten señales informativas a la red neuronal promoviendo las respuestas de nivel regional y global. Hay una jerarquía cambiante en la toma de decisiones. La respuesta defensiva varía según los escenarios. A veces se imponen las capas centrales y otras los tejidos dañados. El dolor es una decisión central, cerebral, y puede estar bloqueado si el escenario pone en peligro al individuo y la percepción dolorosa impide la conducta de huída-lucha.
Esos nociceptores incapaces de detectar algunos estados amenazantes responden, sin embargo, a las evaluaciones de amenaza, liberadas por los órganos centrales de procesamiento. Si en la azotea se valora amenaza, los nociceptores reciben la orden de alerta y adoptan el estado sensibilizado, generando señal ante cualquier estímulo, aun cuando este sea inofensivo. Hay evaluación de amenaza-vulnerabilidad en los centros que imaginan (predicen) el daño y toda la red neuroinmune, defensiva, se adapta a esa evaluación. No mandan los hechos, los sucesos consumados o inminentes, sino lo imaginado, las creencias y las expectativas.
Los ciudadanos, y muchos profesionales, creen que el dolor surge, necesariamente, de tejidos sensibilizados, dañados o vulnerables y que si no se objetivan esos tejidos dañados allá donde duele hay (necesariamente) factores psicoemocionales que buscan a través del dolor un camino torcido de expresión, por hallarse bloqueada la vía deseable de su relato. Para ellos no cuenta la función evaluativa, predictiva, de imaginar el daño y anticipar respuestas defensivas, conductas del individuo.
Para muchos lo fundamental son los tejidos. Si duele en su ubicación, debemos cuidarlos, empoderarlos, protegerlos con cascos musculares, ejercitarlos, nutrirlos adecuadamente. Si no encontramos amenaza local suficiente, complementamos los cuidados de los tejidos con el consejo psicoemocional.
El dolor sin daño relevante, cronificado, insensible a los alivios químicos, físicos y psicológicos, es la expresión de un organismo empeñado en ver amenaza donde no hay y exigir al individuo una conducta defensiva no justificada.
El organismo puede equivocarse y puede no reconocer su error.
La intervención profesional debe tratar de señalar el error y corregirlo. En ningún caso debe confirmar, bendecir el error evaluativo de enfermedad.
Hay gérmenes que consiguen imponer en el organismo infectado conductas que favorecen sus intereses.
Hay creencias que consiguen imponer en el organismo colonizado conductas que las fortalecen y difunden.
Las creencias erróneas de amenaza no generan daño tisular directo pero mortifican e invalidan, con más severidad que el daño consumado.
El dolor es la expresión de un estado evaluativo de amenaza.
Si el cerebro anda equivocado ¿por qué nos empeñamos en alimentar el error?
¿Cómo justificar la resistencia a aceptar los nuevos paradigmas del dolor?
¿Cui bono?
Sonia@tolonoseleccion.com
Excelente!!
Genial post!! Soy un apasionado del dolor. Hacen falta más blogs como este que ayuden a entender como funciona el dolor, y sobretodo cual es el objetivo principal del dolor. Des de mi punto de vista si entendemos porque tenemos dolor, nos ayudará a aliviar la sensación dolorosa. Este blog tiene propiedades analgésicas. 😉 Felicidades!!
Quim: gracias por los halagos. Me alegra siempre saber que hay lectores que sienten la emoción de conocer.
Excelente artículo efectivamente con usted y sus artículos he aprendido q aveces tenemos creencias erróneas q no generan un daño como tal pero q si modifican en gran manera eso me pasaba y a partir de q lo leo estoy aprendiendo a cambiar muchas cosas y así sentirme bien y feliz gracias x su gran labor