“El hecho de que haya recaídas o personas a las que la pedagogía del dolor no ayuda lo más mínimo, no invalida el marco teórico. Pero sí debe abrir una puerta a la reflexión sobre por qué hay personas que, haciendo lo mismo que otras, no consiguen darle la vuelta a la tortilla. Cada persona, una vez interiorizada la teoría, inicia su particular forma de afrontar la situación, pero el hecho de que no se logre una reducción en el número de crisis de migraña, o en el consumo de fármacos, o en el dolor crónico proyectado sobre la parte del cuerpo que sea, o en el mareo crónico, o en situaciones de sensibilización central con múltiples síntomas, etc., no significa que, quien no lo logra, no hace un afrontamiento “correcto”. No debe aparecer culpa o sensación de “yo algo NO hago bien”, porque no todos obtienen el beneficio esperado de la pedagogía”.
Sólo añadir a lo ya dicho en el tercer punto de la introducción que debe quedar muy clara la idea de que aquí no hay buenos alumnos (ganadores) y malos alumnos (perdedores), porque los que más saben y más se esfuerzan no son siempre los que mejores resultados obtienen y eso, desde el punto de vista educativo, “no cuadra”. Preferimos decir que hay alumnos que “progresan adecuadamente” y otros que “necesitan reorientar” su proceso. Ana María se encuentra ahora en el primer grupo, progresa adecuadamente, pero tras haber hecho un trabajo de reflexión que le ha llevado a reconducir su propio proceso de aprendizaje en una dirección digamos que menos “fundamentalista” a la que expuso en su primera colaboración en este blog (“Buenos días, Mr. Brain”).
Gracias Ana por tu aportación.
¡MENUDO CUENTO…!
Ana M. Reyes Ramos
Me rindo, doctor. No soporto más los cuentos de mi cerebro. ¡Es un descerebrado! Y no sé cómo librarme de él. Quiero decir, de sus absurdos relatos, claro.
Es más, acabo de darme cuenta de que quizás nunca me gustaron los cuentos, esas historias que desde niño te van inoculando lo que está bien, lo que está mal (¿según quién?) y un ponzoñoso sentimiento de culpa, porque… hay que ser bueno para que el cuento acabe bien y felices para siempre. ¡Mentira!
Reconozco que desde que inicié el proceso pedagógico mi cerebro y yo habíamos empezado a ser amigos. Cuando él iniciaba su relato absurdo intentaba comprenderlo, le hablaba con paciencia y conseguía reducir su historia al absurdo, cada vez con mayor facilidad. El dolor acababa desapareciendo sin más: colorín colorado.
Un buen día, mientras me regodeaba en mi poder de convicción, mi cerebro llegó con un relato severo y persistente decidido a someterme de nuevo. Me cogió por sorpresa. El dolor y los vómitos llegaron a límites casi olvidados. Un insufrible cuento de terror que duró más de 70 horas.
Ilusa de mí, cuando todo terminó levanté mis dedos victoriosa porque lo había superado sin ningún calmante.
A pesar de los tres días (y los tres kilos de peso) perdidos me sentía victoriosa: libre del dolor, el estómago en su sitio y la cabeza increíblemente lúcida, sin los efectos secundarios de la química, que seguía intacta en su cajita.
Seguí con mi vida, ingenuamente segura de progresar adecuadamente en el aleccionamiento cerebral, y viví felizmente los días que siguieron.
Al séptimo día mi cerebro empezó un nuevo relato y, supongo que envalentonado por la última reyerta, fue subiendo de tono a pesar de mi tozudez en proseguir mi jornada laboral, que afortunadamente doy por terminada a las cinco de la tarde. Buena hora para sentarse en el sofá y hablar cara a cara con quien sea, hasta con un cerebro tan descerebrado como el mío.
En ese momento yo no era consciente, pero durante la guerrilla de una semana atrás había ingerido una dosis de pócima letal: el pánico.
Es la única explicación que puedo hallar para justificar que, después de los episodios de dolor, náuseas, mareos… incluso un «destierro de mi vida» que había soportado «a pelo» en los tres meses que llevaba con mi reprogramación cerebral, resolviera yo solita romper mi autodisciplina y tomar un gramo de paracetamol. ¡A sabiendas de que éste jamás me había calmado el dolor de cabeza!
-Quizás ahora, como hace tanto que no tomo nada, bla bla bla… me argumenté -¡Cuentos a los cuentos! Historias que no llevan a ningún otro sitio más que al profundo agujero del dolor… Pues ¡a la cama sin cenar! a ver si el «modo off» acaba con la pesadilla.
En plena noche el monstruo del dolor me despertó de nuevo. La ventana estaba cerrada. -¿La abro y salto de una vez?- me dije. -No puedo, mañana tengo una cita importante asunto de mi hija… Mejor bajo por las escaleras hasta el botiquín y cojo el frasco donde dice: ¡tómame!- Y lo hice.
Así, como Alicia cuando aterrizó en su peculiar País de Maravillas, sintiendo que no tenía nada que perder, sino algo que aprender, tomé mi primer triptán de 2015. Para estar a finales de marzo, no estaba nada mal -me dije, «modo pseudovictoriosa on». Y antes de dormir de nuevo noté cómo el dolor cedía, sin más.
¡Y sin menos! Al día siguiente ya no era yo, sino la de tres meses atrás, aquella niña perdida en un «mundo sin maravilla alguna», donde el sol no brilla igual y un velo opaco amortece el dolor que, sin llegar a doler, palpita siempre, clandestinamente, en mi cráneo.
“El dolor sigue aquí” -gemía mi cerebro socarrón- aunque el triptán que te convirtió en zombi lo tenga a raya.
Efectivamente, lo noto y sé que la crisis de migraña no acabará hasta que mi cerebro esté seguro de que todo está bien, pero mi yo-zombi ha conseguido interpretar el papel de mi persona en mis quehaceres cotidianos.
……………………………………………
Hoy, estimado doctor, un mes después de escribir el relato anterior, me decido a enviárselo, sin cambiar ni una coma.
Eso sí, ahora puedo afirmarle que aquel triptán, además de facilitarme la «actuación sin dolor para salir del paso», me ofreció un valioso avance en mi aprendizaje:
Conseguí romper el «triptan-celibato» que me había autoimpuesto sin vivirlo como un fracaso. Y digo autoimpuesto porque si bien en sus planteamientos se propone el no tomar medicación para la migraña como parte de la reprogramación cerebral, yo no lo he aprehendido como condición sine qua non, sino como un objetivo que me permite progresar adecuadamente en el proceso.
¿Cómo? Actuando en base a fundamentos pedagógico-didácticos.
Sí, doctor, mi decisión de no tomar ni una sola pastilla para aliviar el dolor no responde directamente al conocimiento del dolor-sin-daño que usted me ofrece, sino que forma parte del método didáctico que uso para con mi cerebro.
Han sido necesarias dos crisis más de migraña para comprobar que mi cerebro no puede aprender nada ofreciéndole simplemente conocimiento, hablando con él y negándole una medicación… El conocimiento del dolor es imprescindible para mí, para saber cómo reeducarlo, pero para mi cerebro «hechos son amores y no buenas razones».
Me siento en condiciones de afirmar que el «click» que se produjo al conocer la «Pedagogía del dolor» se produjo en mí, no en mi cerebro (he comprendido que mi sistema neuronal y yo no somos uno). Fue mi momento ¡ahá! y no el de mi cerebro.
En estos cuatro meses de aleccionamiento he comprobado que mi cerebro se comporta como un chiquillo que cree que con una escandalosa rabieta va a salirse con la suya. Si ha aprendido que pataleando va a conseguir el caramelo, no es suficiente con no dárselo para que se calme. Tampoco puedo esperar que entre en razón de buenas a primeras contándole un cuento: seguramente ni tan siquiera me escuchará. Debo darle motivos «de peso» para que entre en razón aunque a veces suponga ofrecerle el maldito caramelo. Después de todo es a lo que ¡yo misma lo tenía acostumbrado!
Sería largo exponer las bases pedagógicas que me guían en todo este proceso. Conductismo, cognitivismo, constructivismo, conectivismo… todas las teorías del aprendizaje aportan algo al complejo reto que me he propuesto: reeducar a mi cerebro.
No obstante, los resultados conseguidos en sólo cuatro meses de enseñanza/aprendizaje son palpables y concisos:
- Un consumo total de 2 rizatriptanes en los 4 meses, el primero alivió el dolor. El segundo no.
- Un total de 3 crisis invalidantes de migraña: la primera de 3 días, la segunda de 2 y la última duró 1 día.
- Un récord de tiempo continuado sin dolor: ¡15 días!
Teniendo en cuenta que mi modesto objetivo era tan solo conseguir rebajar mi consumo de triptanes (unos 24/mes, máximo autoimpuesto) y, si era posible, conocer lo que es un día sin dolor de cabeza… en mi deformación profesional (soy maestra de Primaria) calificaría los resultados con un “progresa adecuadamente”. 🙂
Ana:
Supongo que lo que tienes pendiente desarrollar en una entrada son las bases pedagógicas que te guían. Yo conecté con el modelo de Arturo al reconocer precisamente las teorías del aprendizaje. Es algo básico en la formación de un psicólogo, pero será interesante leerlo desde la visión de una profesional de la educación.
Gracias por el relato.
Un abrazo,
Esa es la idea, Mar, compartir las estrategias de enseñanza que utilizo para reeducar a mi cerebro.
Gracias por los ánimos, 😉
Un abrazo
Hola Ana,
Estoy leyendo el libro del Doctor. Por ahora no he aplicado teorias fundamentalistas, más vale y por el momento, vamos con el método del “solo por hoy” utilizado por grupos de Alcoholicos Anónimos. He leido sobre el Mr. Brain tuyo, hace un tiempo, y me resultó gracioso cómo lo llamabas !!! Con el mío soy menos indulgente… lo llamo Monstruo Estafador, porque estoy convencida de que eso es lo que es.
Me acuerdo cuando, después de 25 anos de fumar adictivamente, tomé la desición de no hacerlo más, de eso hace más de 20 anos ya.!!!! El “solo por hoy” en esa oportunidad me sirvió. Veremos cómo me vá con el “Monstruo Estafador” ahora. Les iré contando. Muchos saludos desde la República Argentina !!!
Hola, Mari Luz.
Estuve muy desconectada durante Junio, justo un mes tan productivo en el blog que me costó seguir las publicaciones. Así que no había visto tu comentario hasta hoy.
Espero que tu Monstruo Estafador vaya entrando en razón.
Mr. Brain no se porta mal, aunque me ha montado algunos “espectáculos” este verano.
Quizás tienes razón y soy indulgente con mi cerebro pero también debo reconocerle todo lo bueno que hace por mí, que no es poco. Al fin y al cabo su única debilidad es que es tan temeroso que se asusta sin motivo y no se me ocurría cómo sacarlo de su error. Seguiremos trabajando en ello.
Un saludo desde Barcelona.