El dolor es una percepción, un sentimiento que emerge de un sistema complejo en el que interactúan de modo no lineal múltiples factores. Podemos utilizar la percepción visual como referencia. Percibimos el mundo exterior en forma de imágenes coloreadas, móviles y direccionadas y percibimos el mundo interno y la colisión con el externo a través de percepciones agradables, desagradables o neutras. La percepción visual contiene una interpretación de la realidad, sus significados potenciales, sus ofertas de interacción. La percepción de dolor también contiene una interpretación de la realidad, con sus significados potenciales y una oferta conductual aversiva de evitación.
Los antiguos pensaban que la visión se generaba por la interacción de una supuesta luz que emanaba del ojo y/o un efluvio que emanaba de los objetos.
Hoy sabemos que la visión es el resultado de un complejo procesamiento de los datos ofrecidos por la luz reflejada de los objetos. Este procesamiento requiere un aprendizaje a lo largo del tiempo. La visión no emana de los objetos. No existen efluvios, minipartículas que informan del objeto a nuestros ojos.
Los antiguos han pensado muchas cosas sobre el dolor y l0s modernos seguimos preguntándonos por el qué, el por qué y por el cómo librarnos de ese sentimiento aversivo tan común.
La neurociencia nos permite saber que el dolor es una percepción compleja que emerge de la activación integrada de múltiples áreas neuronales. Estas áreas reciben datos sensoriales continuados de todos los rincones del organismo. Con ellos y con el conocimiento adquirido sobre el significado potencial de la realidad espaciotemporal pasada, presente y futura del organismo, aparece en la conciencia de vez en cuando la percepción de dolor. A veces a causa de una incidencia de daño violento y otras sin que nada aparentemente nocivo haya perturbado la salud de los tejidos.
Muchos profesionales y muchos ciudadanos creen que los músculos, los huesos, las articulaciones, y muchos otros tejidos, duelen. Generan efluvios de dolor cuando hay algo que los perturba. Emitirían minipartículas dolorosas, al igual que hay sustancias que emiten moléculas volátiles (“efluvios”) que activan nuestros receptores del sentido del olfato.
Los tejidos contienen neuronas que captarían esos efluvios, gracias a disponer de sensores de dolor. La detección del dolor generaría señales eléctricas de dolor y la información de que ha habido emisión de efluvios dolorosos musculares, óseos o articulares llega al cerebro. El cerebro minimiza o exagera la importancia de la información recibida y de ahí las diferencias individuales del dolor: ante los mismos efluvios unos sufren más que otros; ante las mismas sustancias volátiles unos perciben olores tolerables y otros pestilencias.
Realmente no es así. Se sabe a ciencia cierta. No hay efluvios dolorosos. Sólo energías peligrosas (térmicas, mecánicas y químicas) que ponen los tejidos al límite de su supervivencia o lo superan, generando la muerte violenta (necrosis).
Las neuronas vigilantes de los tejidos no detectan efluvios de dolor. No existen. Sí detectan esas energías peligrosas y las señales moleculares de daño consumado o inminente. La detección genera la señal eléctrica correspondiente y esa señal se conduce a las áreas evaluativas que deben dar una respuesta integrada.
Hay energías peligrosas y escenarios peligrosos. El dolor sólo debiera activarse cuando contactamos con el peligro no cuando lo “olemos” a distancia. La peligrosidad es una condición subjetiva, probabilística, variable. No siempre se correlaciona con el peligro real. El cerebro puede “olfatear” peligro desde la racionalidad o desde el miedo fóbico. El dolor en ausencia de daño contiene irracionalidad, miedo no contenido.
Los profesionales tratan de neutralizar los efluvios dolorosos aromatizando los tejidos malolientes, tapando las narices del oliente o ayudándole a sobrellevar su condición apestosa.
Los ciudadanos creen a pies juntillas en los efluvios aunque no sean conscientes de ello. Los huesos rozan y generan dolor (efluvios)…
Cualquier emoción negativa puede generarlos. El dolor es un efluvio que surge de todo lo negativo, sea cual sea su esencia: física, psicológica o social.
Andamos todavía en la época de los efluvios y seguiremos andando en ella por mucho tiempo por más que la ciencia contradiga la teoría.
Por qué no pensamos en el dolor como lo hacemos con la visión?
Misterio.
El dolor crónico no explicado genera etiquetas y terapias pero se resiste a borrar su condición precientífica de efluvio.
¿Cui bono?
Esta entrada no forma parte de la serie… que no se líe nadie. “Pero” ya hemos dicho que la información es el punto de partida, NECESARIA siempre, aunque no suficiente siempre, así que Arturo seguirá aportando para instruirnos. Las entradas de la serie “Escuela de dolor: explorando vías de afrontamiento” las vamos a espaciar un poco para que “reposen” y nos permitan reflexionar.
Gracias Arturo por “complementar” el complemento, 😉