La irritabilidad es una propiedad de los seres vivos que les permite detectar un cambio negativo, externo o interno, y reaccionar, tratando de minimizar su impacto.
Dentro de los síndromes de “sensibilización central” hay una entidad titulada “colon irritable” que expresa esa condición: el colon detecta alguna inconveniencia y responde con dolor y cambios en el patrón de evacuación de heces.
La cabeza también parece expresar la propiedad irritable pues se muestra sensible a variables externas e internas y responde a ellas de modos diversos.
Al estado de cabeza irritable, los expertos han dado en llamarla “migraña”, un término que procede del griego y que en castellano significa: “media cabeza”.
“Migraña” resalta una característica notable de la irritabilidad de la cabeza: a veces sólo se da en una de sus mitades: izquierda o derecha, siempre en el mismo lado o alternando.
Así como en el abdomen se atribuye la irritabilidad al colon, por motivos obvios, no queda claro dónde asienta esa propiedad irritable en la cabeza.
Cada profesional ubica la irritabilidad en lugares distintos.
Los neurólogos sostuvieron hasta hace unos pocos años que la irritabilidad asentaba en los vasos: arterias y venas. Sus paredes se mostraban irritables periódicamente, a veces en un lado, a veces en los dos y la irritabilidad se expresaba en forma de un dolor violento, a veces “pulsátil”.
Más tarde se sugirió que no eran los vasos los irritables sino las terminaciones nerviosas del trigémino que los vigilaban. La irritabilidad migrañosa era “trigéminovascular”.
La disponibilidad de nuevas técnicas de registro de la actividad cerebral ha desplazado finalmente la propiedad irritable a las neuronas del cerebro.
La migraña (“media cabeza”) es un cerebro irritable. Todo tipo de variables externas e internas se encuentran en ocasiones con un cerebro que ha tenido un mal día y se muestra irritable, intolerante. A veces es el cerebro izquierdo, otras el derecho, otras ambos cerebros.
La irritabilidad fluctuante cerebral la notan los padecientes. Algo anda desasosegado en la azotea, el cerebro no tiene buen día, algo se barrunta. Los neurólogos llaman a estos presagios: “pródromos”. Indican que el cerebro está irritable y que cualquier fruslería le va a hacer explotar.
Los malos augurios acaban cumpliéndose y al desasosiego le sigue el dolor, creciente, insoportable.
Sostienen los neurólogos que el cerebro no duele y que su irritabilidad sólo puede generar dolor si contagia a las terminales del trigémino, ya que dichas terminales sí duelen si se las irrita. No dicen cómo pero lo cierto es que el contagio sucede. No puede ser de otra manera… a no ser que el cerebro sí pueda doler… pero esa es otra historia.
El cerebro irritable viene así de fábrica, por obra de los genes. La irritabilidad es específica para algunos estados o agentes, absolutamente inofensivos: el queso, el chocolate, los cambios meteorológicos y hormonales…
En ocasiones el cerebro se irrita con el trajín que impone el individuo, con el estrés, con el mal dormir. El cerebro irritable expresa su ira con el individuo cuando éste se dispone a descansar en el finde, con aires de venganza o castigo por haber abusado de la actividad, cosa que parece sacarle de sus casillas.
La ira del cerebro medio o entero se extiende no sólo a las terminales del trigémino sino también al estómago, volviéndolo irritable, intolerante. Para el padeciente eso supone nauseas y vómitos.
El cerebro irritado tampoco quiere que el individuo haga su vida y acaba haciendo irritables a todos los sentidos. No hay estímulos tolerados por más amables, apetitosos e inofensivos que puedan ser.
Otros profesionales sostienen que no son las terminales del trigémino las que se irritan contagiadas por la ira cerebral previa, sino los músculos y articulaciones de cabeza y cuello, que soportan una carga mecánica excesiva y acaban expresando su hartazgo.
Nacemos, según dicen, con una predisposición genética a la irritabilidad, a la detección sensible e intolerante de diversas variables. Si es así, sólo queda el vivir quedo y cauteloso, entre algodones. De otro modo los tejidos, órganos y vísceras irritables expresarán su ira con todo tipo de respuestas mortificadoras.
No cabe el aprendizaje, el entrenamiento, la habituación, la tolerancia … Todo está determinado. Si uno rebasa el límite marcado por los genes pagará la pena correspondiente.
Al individuo sólo le queda contagiarse de la ira primigenia cerebral contenida en los genes y volverse también irritable.
– No se te puede decir nada…
– Soy irritable
-Doctor, últimamente se han repetido a menudo las crisis de migraña.
-Veamos -dice el médico-
¿Edad?
-20
-¿Fumas?
-No. No he fumado nunca.
-¿Bebes? ¿Cerveza? ¿Cubatas? ¿Algo de vino de vez en cuando?
-No. Desde que me duele la cabeza ni eso. Agua y algún refresco.
-¿Duermes bien? ¿Cuántas horas?
-Perfectamente. Duermo 8 horas. Desde que empezaron las migrañas procuro no trasnochar.
-Entonces -dice el médico- lo que te pasa es que eres una santa y ¡te aprieta la corona!
…
No es un chiste. Viví esta conversación cuando la migraña empezó a condicionar mi vida y este artículo me la ha traído a la memoria. La verdad es que aquel médico de cabecera logró arrancarme una amarga sonrisa.
Me pregunto qué hubiera pasado si no me hubiera acabado derivando a “uno de los mejores neurólogos” especializados en dolor de cabeza…
Artículos geniales.Yo creo que con leerlos se puede cambiar y hasta dejar de padecer jaquecas(o migrañas,que es lo mismo).
Gracias Arturo Goicoechea,es un lujo leerte.
Belinda (médica internista jubilada y padeciente de migrañas o jaquecas.