Sol del Val. Psicóloga
Hace más de 20 años que ejerzo la psicología y otros tantos desde la primera vez que experimenté lo que significaba tener una migraña (ser migrañosa, que hubiera dicho antes).
Algunos expertos opinarían que el noble oficio que practico pudiera ser un desencadenante de las crisis y, de hecho, en algún momento estuvo en algún lugar de mi larga lista de sus causas.
Se ha hecho referencia en múltiples ocasiones a lo largo de la vida de este blog al término “psicológico” en relación al dolor crónico sin daño relevante y creo, sin duda, que el término ha sido utilizado en ocasiones por detractores y defensores y por todos los colectivos de profesionales implicados en la cuestión que nos ocupa otorgándole significados que no le hacen mucho honor.
El título de esta entrada pretende servir de invitación a los lectores a conocer qué papel juega exactamente en todo esto un profesional de la psicología y cómo trabajamos los psicólogos.
Quiero aclarar que mi exposición no pretende representar a todo mi colectivo ni siquiera a parte del mismo. Es la descripción de un trabajo que se asienta sobre todo lo descrito en este blog acerca del dolor crónico sin daño y del papel que juega el cerebro en la construcción de la percepción de habitar un cuerpo que no es de fiar.
Los psicólogos trabajamos de forma habitual (yo diría que cada vez con mayor frecuencia, aunque es sólo una impresión sin datos contrastados) con personas que, en ausencia de daño cuando todas las pruebas dicen que están sanos, padecen dolores insoportables que hacen de su vida algo difícil de manejar y de disfrutar. Los padecientes de dolor crónico sufren y su sufrimiento tiene que ver con una amenaza cuyos componentes son la incapacidad, el miedo al dolor, la falta de control, el aislamiento, la incomprensión….. y la percepción de no tener recursos disponibles para afrontarla o haberlos agotado.
La amenaza va ligada a pensamientos y emociones que la acrecientan a medida que los recursos se van agotando y que dejan al individuo en una situación de clara indefensión y sin posibilidad de escapatoria.
Con daño y sin daño hay sufrimiento, con él o sin él hay percepción de enfermedad.
El abordaje que se plantea tradicionalmente desde la psicología en ambos casos es el mismo porque la terapia parte del hecho de estar enfermo, de residir en un cuerpo limitado por una dolencia que siempre ha comenzado con algún tipo de daño que no tiene por qué ser físico y que se ha cronificado y es desde esta base que se comienza a trabajar. El planteamiento clásico de la psicología ha sido y es la aceptación de la enfermedad, del dolor como primer paso para iniciar cualquier trabajo terapéutico, de entender que es algo con lo que hay que aprender a vivir teniendo un mayor y mejor afrontamiento, aceptando las limitaciones que supone y adoptando hábitos saludables. El cerebro no se contempla como constructor del dolor.
Algunos psicólogos trabajamos en otro sentido, partiendo de las siguientes premisas:
- El dolor es real, no es imaginado, inventado o “psicológico” (que parece utilizarse como sinónimo de imaginado).
- El dolor, en ausencia de daño, es un producto cerebral, fruto de un cerebro en alerta, alimentado por la cultura, la información de los expertos, la propia experiencia y la contemplación del dolor de otros y el entorno en el que hemos crecido entre otros factores.
- El individuo contenedor de ese cerebro es también un individuo siempre en alerta, que busca desesperadamente información que le provea de control sobre lo que está por venir que en ningún caso es bueno. Es un individuo temeroso, que tiende a la auto observación de si mismo y del dolor de otros buscando protegerse de posibles catástrofes.
- Las sensaciones, emociones, pensamientos y conductas que manifiesta están en todo o en parte en relación a su padecimiento, las lleva a todas partes, las hace protagonistas en cada uno de sus planes y controlan y dirigen su vida. Ocupan gran parte de su espacio mental y vital.
- Las personas llegan a nuestras consultas cuando la medicina les ha desahuciado (lo suyo es psicológico) y su objetivo es encontrar la causa que provoca su dolor que seguro debe ser responsabilidad suya.
Algunos psicólogos trabajamos desde otro punto de partida bien distinto: el cerebro ha creado una “megacreencia” que dirige la vida del padeciente, el cuerpo está enfermo, no funciona bien, no es de fiar, no es como el de los demás, tiene una tara, necesita hiperprotegerse, el individuo ha de estar en alerta, no se debe exponer, ha de construir sus planes de huida, hay que buscar salidas, evitar, evitar, evitar….
Algunos psicólogos trabajamos desmontando esa megacreencia, hablamos de cerebro, de neuronas, de construcción del dolor, de dolor sin daño, de cómo el individuo ha llegado hasta donde está. Una vez aprendida la base teórica trabajamos las emociones, las conductas y los pensamientos, sobre todo los pensamientos que irrumpen de manera súbita, inesperada e involuntaria y a los que es necesario poner freno, los que llevan al individuo en ocasiones al abismo de la desesperación.
¿Utilizamos las mismas o parecidas herramientas que otros psicólogos? SI, pero la base de la que partimos es diametralmente opuesta.
¿Hay soluciones mágicas, naturales, sobrenaturales, paranaturales, occidentales, orientales……? NO
¿Hay trabajo por hacer? SI
¿Hay ocasiones en las que se trabaja desde este paradigma y el cerebro no entra en razón aunque el individuo entienda y ponga todo su empeño ? SI
¿Hay muchas otras en las que el cerebro entra en razón ? SI
¿Todos los padecientes necesitan un psicólogo para encontrar el camino? NO, menos aún si el punto de partida es la certeza de enfermedad.
Y para terminar hay muchos caminos que nos pueden llevar al mismo lugar, uno para cada individuo. Aprender, entender y arriesgarse son las claves, el cerebro tiene la última palabra.
¿ Quién sabe qué..? que dirían algunas.
Lo has explicado muy bien, Sol. A mí muchas veces me dicen con cara de incredulidad: o sea, que si piensas que no te duele se te pasa. Y tengo que aclarar: si pienso que no me duele no se me pasa porque me duele de verdad, si pienso que no me tiene por qué doler. En fin, que no es fácil transmitir la idea.
Querida colega Sol:
Me siento totalmente representada por tus palabras.
Un abrazo.
Otra inyección de sabiduría para cerebros como el mío, que sigue necesitando artículos como los de este blog para “aprender a entrar en razón”.
Muchas gracias por seguir dedicándonos vuestros textos. Cada uno de ellos allana más mi camino “hacia una vida normal”.
Sólo una intriga incordia mi reprogramación cerebral: ¿Por qué se desencadena una primera crisis de migraña? ¿Por qué justo aquél día y no otro? ¿Quién enseñó a mi cerebro aquella forma de “protegerme de un peligro inexistente” si yo no sabía ni que existían las crisis de migraña? Tenía 18 años y nunca había oído hablar de ellas…
Entiendo que a partir de aquella primera “pesadilla” que me llevó en ambulancia hasta el C.A.P. mi cerebro empezara a montarse su “megacreencia”…¡no fue para menos! Pensé que iba a morir y, una vez superada, moría de pensar que pudiera repetirse. Treinta años de migraña crónica me han demostrado que no voy a morir de esto, aunque es cierto que no me ha dejado vivir.
En fin, aunque voy ganándole batallas a mi cerebro, creo que esa es la última pieza que le falta a mi puzzle para sentirme plenamente “empowered” y ganar la guerra.
Gracias de verdad al Dr. Goicoechea, su equipo y a todos sus colaboradores por vuestra dedicación.
Un saludo.
Ana: la pregunta del millón es mejor no hacérsela porque no lleva a ninguna parte. No tiene respuesta, no se sabe el porqué de una primera crisis de dolor, en el caso de dolor no asociado a daño relevante me refiero. En una meningitis está claro cuál es… en una migraña… ¡a saber qué fue lo que alarmó al cerebro!
Por supuesto que todos nos la hemos hecho alguna vez y todos recibimos la misma respuesta por parte de Arturo, no hay que enredarse en eso…
No creo que es una pieza relevante en el puzzle, el conocimiento es lo que hace encajar las piezas. Ganar batallas es lo importante, la guerra es más complicado porque el cerebro no olvida, “puede” reeditar los programas aprendidos, puede que la migraña no vuelva jamás, pero es más habitual que reaparezca de vez en cuando… y que tú consigas ganar otra batalla gracias al cambio de creencias y modo de afrontarla.
Un saludo.
Sol: como siempre, una entrada genial. Este marco teórico debería ser conocido por todos los profesionales de la salud mental, ya que, como bien dices, muchos acaban tratando a personas con dolor u otros síntomas no asociados a daño relevante. Un buen profesional en la materia debería dotar de conocimiento y herramientas al padeciente, liberarle de culpas y, con perdón, no llenarle la cabeza con chorradas al estilo “tu dolor es puramente psicológico”. Parece un poco difícil que esta nueva corriente inunde por completo el mundo de la Salud Mental pero… quién sabe qué, 😉
Mientras tanto, un aplauso para los profesionales como tú.
Me gustaría saber si hay algún psicólogo que entienda el funcionamiento de las migrañas aquí en Sevilla, y que me pueda ayudar a volver a ganar las batallas como antes, y mientras tanto, a estar más animada. Un saludo y muchísimas gracias por todo el bien que hacéis.