Homo sapiens (ma non troppo) es una especie condenada a aprender. Por genética.
Nacemos con una red neuronal que contiene unos cuantos programas consolidados, configurados, con respuestas reflejas ante determinados estímulos pero, básicamente, es una red preparada para recibir información y procesarla, a medida que toma la medida al mundo real y a lo que cuentan de él.
Sentiremos hambre, sed, fatiga, mareo… nos aburriremos, reiremos, jugaremos, pensaremos… Aprenderemos a hacerlo, cada uno según dinámicas distintas, moduladas por genes y por lo que el juego exploratorio con el entorno nos depare.
No nacemos con los sentimientos determinados. Estamos abiertos a la influencia de cuanto nos sucede y observamos que sucede a múltiples otros. Vamos seleccionando qué es relevante y qué no.
El sentimiento de dolor tampoco se escapa de la contingencia del aprendizaje. El cerebro irá tejiendo asambleas variables de conectividad que atribuirán a cada momento-lugar y circunstancia una determinada relevancia como amenaza.
Si hay algo relevante para los seres vivos es la pérdida de integridad física. El aprendizaje más importante es el de la evitación de daño (o su aceptación en aras de objetivos más sublimes, altruistas o descabellados). El sentimiento de dolor informa del proceso de aprendizaje que se ha desarrollado en cada cerebro.
– La humedad me afecta a la rodilla. Me duele.
– Su cerebro ha atribuido relevancia de daño potencial a un día húmedo. Piensa, de modo absurdo, que la humedad externa es nociva para tejidos básicamente acuosos.
El cerebro ha aprendido, cándidamente y por imperativo de lo que se cuenta, a ver peligro en estados meteorológicos. El dolor informa de esa atribución de relevancia de amenaza a un día húmedo, frío o ventoso.
Hay una extraña reticencia a aceptar que el dolor pueda aprenderse. Preferimos inculpar a genes o a factores triviales, cotidianos. La referencia al aprendizaje se malentiende como una inculpación.
¡¡¡Yo no aprendí nada hasta que empezó a dolerme!!!
Aprendemos a sentir hambre y a responder a ella de modo individual. Aprendemos a sentir frío y calor y a buscar el alivio térmico con más o menos urgencia y “necesidad”.
– Estoy muerto de frío
– No hace frío. Yo siento calor.
La exposición variable a temperaturas cambiantes, aceptando o evitando fríos y calores, hará que seamos más o menos sensibles a las oscilaciones térmicas.
La exposición variable a estímulos nocivos, aceptándolos o evitándolos, utilizando o rechazando remedios, modulará la tendencia a la proyección del sentimiento doloroso a la conciencia.
La nocividad de los agentes y estados para los tejidos es universal cuando están fuera de los límites biológicos. Las temperaturas extremas, las compresiones, los estirones, los ácidos… matan los tejidos de cualquiera. Es la nocividad real.
El hambre, la sed, la fatiga y el dolor marcan a todos los límites de las situaciones extremas. Cinco días sin conseguir bocado, sin agua, sin reposo y con heridas generarán los sentimientos somáticos correspondientes. No hace falta aprendizaje individual. Manda el aprendizaje evolutivo, de la especie, la genética.
La cultura ha modificado sustancialmente el proceso de aprendizaje. Ya no hay incertidumbre respecto a alimentos o agua. No necesitamos caminatas ni guerras cruentas para acceder a lo básico.
Los sentimientos somáticos andan desbordados, fáciles, cronificados, estacionarios, desquiciados. Ya no dependen de lo que sucede. Hemos controlado la incertidumbre del pan y el agua. Hemos minimizado los estímulos nociceptivos. Paradójicamente, la alerta se ha sensibilizado. Menos parásitos, más picor. Menos daño, más dolor…
Los expertos sospechan de los genes los desencadenantes y la mala vida. Los tejidos se han vuelto sensibles, vulnerables, por puro maltrato “biopsicosocial”. Respecto al dolor cualquier cosa es bio. Todo vale… menos la cultura. Eso es harina del costal psicosocial.
Ya no se trata de los peligros clásicos: temperaturas extremas, compresiones, desgarros, ácidos. Eso ya no se lleva. Lo moderno es el estrés, los alimentos, la depre…
El dolor, se aprende… pero parece que es algo que nos negamos a aprender.
Después de cuatro meses de éxitos pensaba que mi cerebro había entrado en razón. Pero esta noche me ha despertado la horrible migraña y todavía no me he librado de ella. Ya no sé qué decirle a mi cerebro y estoy a punto de ceder a su presión.
Paloma: en el cerebro no se tira nada pues lo que es producto de un aprendizaje ahí queda registrado por si volviera a tener que utilizarse. Siempre cabe la posibilidad de la recaída. Lo mismo sucede con otros aprendizajes como el de fumar. Una vez se adquiere el hábito ahí quedan los programas dispuestos a regenerarse y fastidiar. Es frecuente que así sea. Generalmente son episodios aislados y, con el tiempo, se va consiguiendo la calma definitiva.
Paloma: a lo que te ha dicho Arturo, sólo añadir que el proceso suele tener altibajos, que es frecuente que haya recaídas o que aparezca algún síntoma que antes no había, o que haya cambios en la intensidad del dolor. No dejes que la última crisis consiga que el miedo campe de nuevo a sus anchas, considérala un episodio finalizado, tu cerebro ha reeditado un viejo programa aprendido (la migraña) porque ha valorado amenaza (sus razones habrá tenido aunque éstas sean irracionales), pero como tú ya sabes que lo que hay detrás es una falsa alarma por error de predicción de daño, no des relevancia al episodio y sigue afrontando en la misma dirección que hasta ahora. Por si te sirven de refuerzo para afrontar las recaídas, te pongo unos enlaces a entradas del archivo del blog:
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2009/11/15/%c2%a1que-no-recaiga/
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2010/03/12/mas-dura-sera-la-recaida/
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2010/03/13/ovejas-negras/
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2009/11/03/recuerdos-dolorosos/
Un saludo.
Gracias de nuevo a los dos. Fui débil y me tomé la pastilla. A veces comparo al cerebro con un niño con rabieta. La madre sabe que no tiene que darle lo que pide pero tiene días en los que ya no puede más y le compra el caramelo para que se calle. Luego se arrepiente porque intuye que las rabietas se repetirán.
He hablado con personas que han padecido de migraña y hablan en pasado. Un chico que padecía de continuas migrañas desde que estaba en cuarto de primaria y le daban crisis de dos o tres meses al semestre todos los días. Cuando se graduó de la universidad comenzó a hacer ciclismo y sus migrañas amainaron hasta que cesaron definitivamente. Según él, la oxigenación que le brindaba el deporte acabó con sus migrañas. Es cierto que no se le puede decir a una persona que las migrañas no cesan. Esa actitud solo crearía más migraña. Paloma sigue luchando, yo creo que estar 4 meses seguidos sin síntomas de migraña es más que un logro.