El cerebro del niño rebosa conectividad, pendiente de ser validada. La interacción con el mundo va escribiendo sendas a fuerza de pasos repetidos y borrando las huellas de lo que pudo ser pero no sucedió. Las terminaciones neuronales compiten por la conectividad (darwinismo neuronal). Excitación e inhibición. Relevancia e irrelevancia. Tolerancia e intolerancia.
La conectividad no la dirigimos nosotros a capricho. Tenemos sólo una pequeña (aparente) cuota de voluntad para influir en el curso complejo de los estados neuronales. Hay límites y condicionamientos.
El cerebro va atribuyendo y negando relevancia al espacio-tiempo biográfico, a las señales que pueden anticipar estados futuros, a lo que se dice y proclama como informativo. Sensibiliza y habitúa. Niega recursos atencionales a lo que considera superfluo y los dispara cuando atribuye trascendencia a algo.
Soltar el lastre de las irrelevancias no es una tarea fácil, especialmente si ese lastre viene etiquetado por el label de la cultura socialmente bendecida. Una cuota variable de realidad irrelevante se nos cuela y ocupa la atención de la red. Allá donde debiera haber inhibición, filtro, aparece excitación, conectividad, amplificación.
Los síndromes de sensibilización central se caracterizan por el exceso de relevancia aversiva. Bien porque se considere que el organismo es vulnerable o el entorno especialmente peligroso, el caso es que lo que debiera inhibirse, las conexiones que debieran desaparecer, ocupan el espacio y la relevancia de lo que debiera estar activado y, sin embargo, anda inhibido, penalizado.
Las nuevas tecnologías de imagen y registro neuronal objetivan estos estados de déficit de inhibición, en los que la paja ocupa el lugar del grano y, sin entrar en consideraciones sobre orígenes y significados, sostienen que en el sufrimiento físico y psicológico no hay sino un problema de desinhibición cortical.
El fumador fuma porque le falla la inhibición cortical, el obeso come por andar desenfrenada la red y el padeciente sufre porque cualquier estímulo irrelevante dispara unos circuitos que deberían estar silenciados. Falla el cerebro de la tolerancia y el sentido común.
El dolor tiene esa propiedad: sensibilizar lo que debiera estar habituado.
El dolor es casi un germen que se cuela en los circuitos y mantiene vivas las conexiones que debieran estar anuladas o apagadas.
Por eso es importante controlarlo, matarlo, para que no pueda perturbar el ambiente de la red. Los analgésicos serían equivalentes a los antibióticos.
También se puede ver el problema de otro modo:
El dolor no es la causa sino el efecto. Duele porque el cerebro decide mantener relevancias e intolerancias y ello impide que haya inhibiciones deseables, tolerancias.
El cerebro es un órgano que construye hipótesis, atribuye significados… y lo hace guiado por el qué dicen y qué dirán…
El cerebro está enfermo. Tiene un problema con la inhibición cortical.
¿Dónde empieza y/o acaba el universo del error y comienza el de la enfermedad?
Para gustos, convicciones e intereses…
Mandan tiempos en los que lo que debiera imputarse al aprendizaje, a la responsabilidad del individuo y los grupos que le tutelan, se traslada al organismo o al hábitat físicoquímico.
La inhibición cortical. Otra tapadera más…
A propósito de la afirmación “Tenemos sólo una pequeña (aparente) cuota de voluntad para influir en el curso complejo de los estados neuronales.” Entonces, si hay límites es que dentro de estos límites ciertamente HAY cierta capacidad, la que sea, de influir desde la voluntad (consciente). ¿cuál es (o crees que es) la relevancia de esta capacidad?
Me preguntaba también si encontrará respuestas a estas preguntas en “El cerebro y el mito del yo”, porque lo que es encontrar el libro, desde luego, está siendo difícil…
Gracias por la entrada del día; en los días de “monotonías” siempre se agradece el empujoncillo hacia lo desconocido. Un abrazo
Tamara: tu pregunta no tiene una respuesta exacta, no hay un porcetaje establecido para esa cuota de participación del yo en las opiniones y/o decisiones cerebrales pero lo cierto es que esa capacidad sí es relevante y está demostrada. En cifras de los resultados obtenidos en los cursos de migraña, más del 80% de los alumnos han mejorado, tienen menos crisis o éstas son menos intensas o han desaparecido por completo, lo que conlleva un cambio en las conexiones neuronales debido al cambio de creencias y conductas de afrontamiento, es decir, el yo ha conseguido ganar la batalla a la irracionalidad cerebral. Esta otra entrada de Arturo creo que responde a tu pregunta: “El poder de nuestra mente reside en el poder de nuestras creencias”.
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2011/05/11/mis-neuronas/
Sobre el libro no te puedo ayudar, yo también traté de comprarlo en papel y me dijeron que estaba agotado y que ya no se editaba. Tendrás que probar con el formato electrónico.
Un saludo.
El libro está descatalogado, lo más que he encontrado ha sido en google books, pero quitan ciertas páginas, y leerlo así no vale la pena.
Saludos
Muchas gracias, Cristina. Conocía el artículo, y tiene gracia porque esa misma frase la he citado muchas veces… (mis amigos, aburridos ya, pueden dar fe de ello). Sin embargo, sigue quedándome la incertidumbre, inevitable supongo, de en qué medida esas mismas creencias son de nuestro “yo” consciente, y hasta qué punto podemos modificar el curso de las conexiones… Queda claro que lo que nos llega filtrado por la conciencia a través de la pedagogía por ejemplo, como hacéis en los cursos sobre migraña, acaba conformando dicha conectividad; pero si es el inconsciente el que decide dónde se centra la atención consciente… entonces ¿qué posibilidades le quedan al yo consciente de ser el verdadero conductor de dicho proceso…? Supongo que esto es entrar en un debate sobre la existencia de la libertad, aunque son dudas que le asaltan a uno cuando piensa en cuestiones concretas y prácticas… habrá que seguir leyendo y reflexionando, o mejor todavía, asumir la incertidumbre y vivir con ella 🙂
En cualquier caso, gracias de nuevo.
Un saludo!
Tamara: Es evidente que el yo consciente puede intervenir en el proceso, si no, por más información racional que introdujéramos en la red neuronal, nadie conseguiría revertir una situación de dolor crónico no asociado a daño relevante a través de la pedagogía y el cerebro reeditaría una y otra vez y otra vez más el programa aprendido, la migraña, la crisis de dolor lumbar, el mareo, etc. Cuando el planteamiento cuadra y se entiende pero no se consigue que desaparezcan los síntomas, es comprensible sentir un poco de incertidumbre y hacerse preguntas, pero como suele decir Arturo, no hay que darle demasiadas vueltas a las cosas una vez se han entendido y se les ha visto la lógica. Por ejemplo, cuestionarse si el viento Sur o los cacahuetes tienen poder para afectar a la integridad física de la cabeza y, por tanto, justificación biológica para que aparezca una migraña, es necesario en un primer momento, pero entrar en un bucle cuestionando si el yo consciente, a través de las creencias, puede o no cambiar las conexiones neuronales me temo no ayuda demasiado, sobre todo cuando lo que aquí se defiende es que sí puede y hay tantísimas personas (y cada vez más) que lo corroboran.
No digo que tú no te lo creas, es que me ha venido a la cabeza esta otra entrada según escribía, la importancia de adquirir una firme convicción…
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2009/07/24/me-lo-creo-a-medias/
De todas formas, creo recordar que eres fisioterapeuta, así que me gustaría destacar que para conseguir que el paciente se lo crea del todo (momento Ajá), es fundamental que el profesional que le está guiando en el proceso le transmita una firme y absoluta convicción en que el cambio es posible.
Un saludo.
Totalmente de acuerdo… ¡Gracias una vez más, también por ser tan atenta y contestar tan pronto!
Un saludo.