La condición cerebral que contiene una probabilidad genética de ser migrañoso, según van madurando a lo largo del aprendizaje los circuitos, se expresa en la infancia de muy diversos modos.
La forma más precoz es la del tortícolis cervical. A los pocos meses aparecen episodios de duración variable (generalmente días), en ocasiones acompañados de vómitos y disconfort abdominal. Nada hace presagiar que anda la migraña dando sus primeros pasos. En unos pocos años el cuello deja de torcerse obstinadamente hacia un lado para dar paso a otras expresiones de la “migrañosidad”.
No es infrecuente que “lo migrañoso” genere dolor abdominal repetido. Tampoco son raros los episodios de vértigo paroxístico transitorio. Ya más raras serían las alucinaciones del síndrome de Alicia, el coma o la parálisis alternante.
Sea lo que sea la condición migrañosa recibida a través de los genes, lo cierto es que no se concreta en dolor de cabeza hasta pasados unos cuantos años. Vértigo, tortícolis, dolor de tripas, parálisis, alucinaciones visuales complejas, vómito…
Probablemente alguno de los angustiados padres de la criatura padece migraña.
El cerebro del recién nacido contiene una inmadurez notable, con tendencia a la conectividad exacerbada, pendiente de modularse por experiencia y buen consejo y ejemplo de los cuidadores. Las neuronas compiten entre sí por la conexión (darwinismo neuronal) desde el miedo a la incertidumbre y el riesgo del error, por su evidente falta de conocimiento del mundo.
Que el cerebro se equivoque en sus primeros ensayos, que decida que el mundo se está moviendo, que congele la rotación de la cabeza hacia un lado, dude de lo comido… no tiene nada de particular. El miedo a lo desconocido, la inmadurez… son estados biológicos propios de los primeros pasos por el mundo.
Resulta complicado defender teorías genéticas a la vez que mecanismos del trigémino o las arterias para explicar la migraña del adulto si al hacerlo nos obligamos (como debiera ser) a considerar estos primeros pasos equivocados del cerebro hipervigilante migrañoso. No se trata de unas arterias inflamadas ni unas terminales sensibles del trigémino que vigilan esas arterias (“teoría trigéminovascular”) sino de un estado cerebral vigilante, inexperto y asustado que toma la medida al mundo, un mundo que se mueve, que debe ser enfocado con fijeza, a los alimentos que quizás contengan una amenaza…
El dolor es la expresión más común de la valoración de amenaza. Después de la infancia los estados vigilantes van convergiendo en síndromes más propios de la madurez neuronal. Esos estados reciben una etiqueta y se organizan como “enfermedades”. Se responsabiliza a genes y desencadenantes, a intolerancias varias, a déficits enzimáticos… pasándose por alto el complejo período del aprendizaje tutelado e instruído que nos caracteriza como especie humana.
– Mi hijo de seis años tiene migraña. No puede ser cosa de la cultura a esa edad.
– Efectivamente. No sólo hay cultura. También hay un cerebro que inicia la andadura del miedo y comete errores propios de la inmadurez asustada. El aprendizaje no empieza en la edad adulta. La imitación, la dependencia del cuidador… están ahí desde el primer momento. De la interacción compleja entre el miedo biológico y la pedagogía consciente e inconsciente del entorno surgen primero los balbuceos migrañosos y, finalmente, la migraña en su expresión más común.
Cualquier teoría migrañosa tiene que dedicar alguna reflexión a estos “equivalentes migrañosos” infantiles, a estos estados precursores.
Ya con unos meses puede andar “lo migrañoso” creando problemas, haciendo mirar tozudamente al bebé hacia el lado equivocado.
La tortícolis cervical del bebé migrañoso se convierte en el adulto en la tortícolis cerebral de mirar obstinadamente hacia la explicación errónea:
Cualquier teoría que no contemple el aprendizaje y la dependencia cultural como algo a tener en cuenta.
Acerca de situar de nuevo al cerebro a la banda de sensatez, utilizando su propia plasticidad.
El otro día estaba leyendo un libro de su bibliografía, y había un apartado que hablaba sobre esto, dentro de “tópicos típicos”. Que al parecer el cerebro no es tan plástico como dicen. Pero ponía por ejemplo un caso de una persona con una lesión en el hemisferio izquierdo, en la zona del lenguaje. El cerebro trasladaría la función a la misma zona pero en el hemisferio contrario, y que las funciones reservadas de esta zona se verían entorpecidas. También hablaba sobre las ventanas de plasticidad del lenguaje, que se cierran a una determinada edad. Supongo que para el caso del aprendizaje cultural y alarmista, que nada tiene que ver con una lesión, el cerebro sí que puede reorganizarse y volver a la cordura, no exento de un trabajo de desaprendizaje y reposición con conocimiento correcto. Creo que me estoy autocontestando….
Un saludo
Antonio: la potencialidad plástica varía mucho en función del objeto o tarea a considerar. Hay, efectivamente períodos ventana críticos.
Por la experiencia con los grupos de migraña, sabemos que con la Pedagogía la migraña se modifica aun a pesar de que se llevaran padeciendo crisis en varias décadas. Pienso que la plasticidad para los programas de dolor siempre está abierta. El problema no reside en si existe esa potencialidad plástica sino si la rigidez cultural permite el cambio al presentar los nuevos paradigmas.
Como sé que hay muchos lectores del blog padecientes de síndromes de sensibilización central distintos a la migraña, por ejemplo fibromialgia, complemento la entrada de hoy con esta otra lectura:
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2012/01/05/fibromialgia-creencias-crianza-
Antonio: te has contestado tú mismo, se le llama reprogramación, 😉
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2009/12/13/el-dolor-es-una-accion-decision-cerebral-consecuencia-de-un-proceso-evaluativo/
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2010/09/22/tratamientos-treatments/
Un saludo.
Lo de que el cerebro considere que algo se ha comido es malo y hay que sacarlo me da mucho que pensar. Si, se que va a parecer de chiste. Hay veces que me entra un extraño mareo con un dolor como si me clavaran algo a la derecha de la base del craneo. Esto suele pasar despues de comer, por la tarde y casi siempre cuando he comido algo que lleve cebolla. El dolor y el mareo me duran hasta que no me puedo aguantar mas y por la noche vomito lo que tengo en el estomago… y lo curioso es que lo que sale, aparte de jugos gastricos, es la cebolla intacta (bueno, mas que intacta está masticada) pero no digerida.
Será mi cerebro tan enrebesado de conseguir que mi organismo no digiera la cebolla, que me duela un sitio en el cual solo hay hueso (que yo sepa) y que me sienta mareado?
Que jodío el cerebro!!! Con lo que me gusta a mi la tortilla de patatas con cebolla.
Unpocdeseny: el cuerpo está representado en el cerebro, por lo que éste puede proyectar dolor sobre cualquier zona donde valore una amenaza, incluido hueso, pelo, uñas, un miembro fantasma…
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2010/03/06/somatotopia/
Espero que la información del blog te ayude a poder comer tortilla de patatas con cebolla y sin incidentes, 😉
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2012/02/27/comida-incierta/
Un saludo.
Llevo tiempo evitando la cebolla… Veo que es un error. No hay que evitar. Pero antes de no evitar hay que interiorizar que la cebolla no es mala!
Le estoy cogiendo mania a mi cerebro…
Gracias Cristina.
Esto de la comida me recuerda al efecto García…pero creo que no tiene que ver. Acerca de los mareos por comer algo que te sienta mal es algo que me intriga, y que creo que le pasa a casi todo el mundo.
Entre la cebolla y el pánico que me entra a saber que voy a morir cuando tengo la depre lo llevo claro…
Antonio: el efecto García sí tiene que ver, o más bien, el cerebro anda detrás del efecto García, 😉
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2009/07/04/efecto-garcia/
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2009/07/03/aprender-a-conducirnos/
Un saludo.
Unpocdeseny: te pongo unos enlaces a entradas del archivo del blog que creo te resultarán interesantes.
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2011/03/18/este-deprimente-cerebro/
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2011/03/19/esta-usted-deprimido/
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2011/03/21/dolor-depresion-e-indefension/
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2011/09/29/dolores-del-alma/
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2012/02/13/estres-y-dolor-2/
http://arturogoicoechea.wordpress.com/2009/06/09/estres-y-dolor/
Un saludo.
Bueno, tendría que ver en parte, pero yo lo que tengo entendido, después de releer las entradas, es que tiene que haber un estímulo nocivo externo que no tiene que ver con lo que se ingiere, y el cerebro culpabilizaría a lo que se ha comido.
Saludos
Antonio: Tiene que ver con todo lo que se dice en el blog en este sentido: el cerebro aprende, establece relaciones de causalidad (causa-efecto) y, en muchas ocasiones, se equivoca en sus atribuciones de peligrosidad. Como chocolate y me duele la cabeza, quien hace esta afirmación no miente, le duele tras comer chocolate, faltaría a la verdad si dijera “me duele la cabeza porque como chocolate”, ya que el chocolate no es la causa, lo es la disfunción evaluativa cerebral, atribuir relevancia y peligrosidad a un alimento que, de por sí, no tiene ninguna capacidad biológica para desencadenar una crisis de dolor.
“El efecto García indica que la evolución ha establecido un fuerte vínculo entre enfermedad y alimentos y codifica como sospechosa la comida que se haya ingerido unas horas antes de que el individuo se sienta mal. La aparición de nauseas y vómitos en contextos de dolor indica que se activa una sospecha ancestral biológica de que, mientras no se demuestre lo contrario, los males provienen de algo inconveniente que hemos comido”.
Un saludo.
Entonces lo que pensé en principio anoche sí es correcto 😛
Saludos