Para entendernos podemos considerar que la red neuronal es un circuito con neuronas que recogen estímulos y conducen las señales correspondientes a unos centros de análisis de los que se deriva una respuesta: neuronas sensitivas o aferentes, neuronas pensantes y neuronas que conducen las órdenes a músculos, vísceras, glándulas etc. es decir, neuronas eferentes.
No es así pero así nos lo han contado y así aparenta ser en muchos casos.
Por ejemplo: me pincho con el tallo de una rosa…
1- Las neuronas sensitivas de la piel pinchada recogen el estímulo pinchante y generan las señales correspondientes.
2- Las señales llegan a un centro que contiene el programa que genera la decisión de apartar la mano.
3- La orden de alejar la mano va por las neuronas motoras a los músculos. La mano se aparta.
¿Y el dolor?
El sencillo y peligrosamente convincente esquema anterior dice o deja que se diga y piense que el dolor surge ya del dedo pinchado, de las terminales de las neuronas sensitivas de ese dedo. Supongamos que sea así aun cuando no lo sea… Funciona.
Supongamos ahora que en la zona doliente no sucede nada que explique el dolor. No hay ningún equivalente al pinchazo con el rosal.
Supongamos que duele la cabeza pero podía ser cualquier otra región corporal.
¿De dónde surge el dolor si no hay estímulo doliente?
En el esquema de estímulos, decisiones y respuestas, el dolor pertenece al universo de las neuronas sensitivas. Se dice (aunque no sea cierto) que el cerebro no duele, no tiene neuronas sensoras de dolor (lógicamente) y, por tanto algo les pasa a las neuronas sensitivas, las que (dicen) recogen estímulos nocivos y generan señales que hace que esas señales se disparen sin que pase nada. Se produciría un paroxismo, un escape de señal, un chispazo.
En el caso del dolor de cabeza las neuronas del trigémino serían las causantes. Su umbral de disparo estaría muy bajo y producirían falsa información de daño, sin haberlo. Las neuronas pensantes recibirían esas falsas señales de peligro y decidirían la respuesta correspondiente, como si la cabeza estuviera amenazada o dañada. Las neuronas pensantes estarían a merced de lo que las neuronas sensitivas digan, con señales acertadas o erróneas. Las neuronas pensantes-decidientes no se enteran. Se limitan a canalizar la respuesta según llegan señales.
La cabeza y parte del cuello es territorio trigémino. Hay que identificar el foco de señal. Hai dos opciones:
1- Aun cuando no esté sucediendo nada sustancial dar por sentado que sí está sucediendo. Cada especialista ve nocividad según sus gafas de ver.
2- Vale. No hay peligro actual pero las neuronas del trigémino son sensibles por imperativo genético (neurólogos) o por agresiones pasadas que han dejado un trigémino sensibizado (el resto).
En cualquier caso el componente sensitivo del circuito, las neuronas aferentes convierten en señal de daño estímulos irrelevantes con resultado de dolor. Las neuronas pensantes se limitan a disparar respuestas de alivio del dolor. No cabe ignorar las señales erróneas.
No sólo el cerebro (se dice, aun cuando no sea cierto) no duele sino que parece sostenerse también que el cerebro ¡no piensa!
Lo cierto es que el cerebro duele (“duelea”) y piensa y que todo dolor es una opinión-decisión del cerebro que nos protege, resultado de un proceso evaluador de amenaza, consumada, inminente o imaginada.
No hacen falta trigéminos sensibles, dados al paroxismo, por genes o huellas de daños pasados. Basta con que el cerebro pensante sea receloso, alarmista y creyente en los peligros que el aprendizaje proyecta en los circuitos.
Podemos encontrar trigéminos sensibles. Si está doliendo esa será su condición. Lógico. Si el cerebro barrunta peligro sensibiliza las neuronas sensitivas vigilantes. Lo contrario sería un despropósito.
Los paroxismos cerebrales, los que surgen de las neuronas pensantes-decidientes, dan lugar a la epilepsia. En condiciones de desequilibrio mental se producen paroxismos alucinatorios, pensamiento aberrante…
No hace falta epilepsia ni desvarío mental para que se enciendan programas que debieran estar silenciados. Basta con que el cerebro pensante-decidiente olfatee peligro y decida proyectar a la conciencia su miedo en forma de dolor para forzar al individuo a compartirlo y conseguir la respuesta conductual que el cerebro exige.
Frente a la decisión doliente errónea recomiendan los neurólogos fármacos anti(falsa)señal y antiparoxismos (antiepilépticos) a la vez que difunden pedagogía sensibilizante.
La historia del dolor y el cerebro se sigue contando de mala manera. es una historia falsa y mortificante.
No es un problema de neuronas sensitivas sensibles, hiperexcitables.
El cerebro existe. Duele(a) y piensa… y se equivoca… de buena fe.
Por años tuve jaquecas básicamente en fines de semana. Jaquecas de huída, claro.
Hola Arturo; se me había escapado esta entrada, no me lo perdono. Y me he acordado de una anécdota. Estaba con un especialista en medicina legal, muy afamado en la zona, y quiso vacilarme con el tema del dolor de los pacientes accidentados de tráfico…le dije que eso no era así, respondiéndome que en temas no se qué “anatómico” no le rechistara….me reí. Al final de la consulta de mi cliente, y de unas risas, le volví a preguntar haciéndome la que no tenía ni idea…. como es eso de que existe un dolor en la cadera, creo que dijo, que no pasa por neuronas…y yo entendí el cerebro, evidentemente… Me dio una explicación con mucha palabrería técnica, y al final le terminé hablando de la copia eferente. Si vieras la cara con la que me miró!!!! Me dijo que como sabía eso- yo sé que a él solo le sonaba si acaso- y de risas terminé diciéndole que había hecho un master en neurobiología. Bueno Arturo… que sepas que tus alumnos siguen aprendiendo todos los días de tus entradas.Un abrazo.
Hola LOURDES: está claro que los alumnos migrañosos, versados en Neurociencia del dolor, saben más que muchos ilustrados en la oficialidad. Un abrazo