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Lo exógeno y lo endógeno

Los expertos gustan de clasificar. Cuando algo va mal y desconocemos su origen y remedio siempre tendremos el consuelo de tenerlo, al menos, clasificado.

Hay desánimos que florecen sin aparente motivo. No hay adversidad detectable. Nada externo (pareja, dinero, aprecio social) parece cojear. El desánimo no es exógeno (“generado desde fuera”) luego sólo cabe lo contrario a “desde fuera”: “desde dentro”, es decir, endógeno.

Los desánimos se clasifican en exógenos (con motivo evidente) y endógenos (sin motivo aparente).

– No tengo ánimos y no entiendo por qué. Todo me va bien.

– Es una depresión endógena.

– ¿?

– No es su vida la que falla. No es usted. Es el organismo, el cerebro. Los circuitos de la animosidad no disponen de la gasolina necesaria. No hay energía. Escasea la serotonina, “la droga de la felicidad”. Hay que hacer algo para normalizarla. Tome esto…

Dicen los expertos que hay cerebros genéticamente vulnerables, con poca capacidad para afrontar la adversidad. No es necesario que las cosas vayan mal. El gasto corriente de contrariedad cotidiana basta para quemar la escasa serotonina disponible.

Genes y desencadenantes. Endógeno y exógeno.

Un cerebro normal garantiza el ánimo debido si la vida transcurre por cauces normales. Si no hay adversidad relevante un ánimo desfondado desvela las carencias del cerebro. Carencias genéticas… o por enfermedad misteriosa.

Si conocemos los desencadenantes libraremos la batalla contra ellos. Si no hay tales desencadenantes no podemos hacer nada. Todo está bien. El individuo hace lo debido. Falla la química cerebral.

Llegados a este punto podríamos intentar clasificar los fallos cerebrales…

Se me ocurre:

1) la química falla por enfermedad. El cerebro no deja de ser una glándula endocrina, compleja, muy compleja, pero glándula, al fin y al cabo. No produce suficiente serotonina. El desánimo es por “hiposerotonismo”. La solución: subir la serotonina: una de estas una vez al día…

2) el cerebro valora adversidad insuperable donde no hay tal. Infravalora la capacidad de afrontar el pasado-presente-futuro y activa la percepción de desánimo para conseguir que el individuo no malgaste energías. El cerebro es normal. Dispone de la serotonina necesaria pero no la facilita para evitar que al individuo le dé por vivir la vida…

Hay dolor sin daño-disfunción relevante y también hay desánimo sin adversidad o incapacidad relevante. En ambos casos existe un error evaluativo cerebral.

¿Solución?

Corregir el error evaluativo. Normalizar la autoestima y la estima del entorno. Dejar de buscar desencadenantes y enfermedades y ponerse en marcha para hacer ejercicio y comprobar, haciendo camino, que uno andaba por caminos equivocados.


Este blog es solo la punta del iceberg, se puede hacer mucho más.


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    11 comentarios en «Lo exógeno y lo endógeno»

    1. Doctor Goicoechea. Cordial saludo. Lo he estado leyendo desde hace poco tiempo. Son muy interesantes sus artículos. Sé que soy sólo una más que lo dice, porque he visto que tiene muchos seguidores entre profesionales de salud y pacientes, lo cual es un orgullo añadido a su labor como profesional, y como escritor de este blog.

      Estoy totalmente de acuerdo en que la autoestima es básica para aprender a modular el dolor y sus causas, sean endógenas o exógenas, y yo diría, con base en esa autoestima enriquecida, exaltar todos los órganos y capacidades que quizás aún están ocultas en el individuo y no se han desarrollado por tener el cerebro focalizado hacia la zona “catastrofizada”.

      Elisa Valencia

    2. Como te siga leyendo, Arturo, me echan del servicio de psiquiatría… Cristina ha escrito en alguna ocasión que hay depresiones justificadas y en las palabras “desánimo sin adversidad o discapacidad relevante” entiendo que tú también. ¿Qué justificaría un desánimo? En la sabana, me hago cargo… pero, ¿en estos tiempos? Como respuesta a corto plazo ante un duelo (por la causa que sea) todavía. Como cuando te haces un corte pequeño en un dedo y te duele unos días. ¿Cómo se establece el lapso de tiempo en que un “desánimo justificado” se convierte en un “desánimo no justificado”? Las clasificaciones psiquiátricas parecen que lo tienen claro (si persisten x síntomas durante dos semanas). Aparte del criterio tiempo, se hace referencia a un criterio de limitación de la funcionalidad/desempeño en la vida cotidiana. Pero aún así me queda la duda de cómo catalogamos qué es una adversidad relevante en estos tiempos. Por pensar, se me ocurre el hecho de estar recluido un campo de concentración, una guerra, no sé… Y ese pensamiento me lleva a asustarme por la epidemia de desánimos no justificados que nos rodea. Y ya puestos a que los psi (incluyo también a los psiquiatras) no tenemos ni puñetera idea de lo que decimos cuando hablamos de depresión. Porque los psiquiatras lamentan amargamente que ya no existan depresiones endógenas (que son las “buenas”) y que ahora son todas exógenas pero las medican igual y nos las derivan a psicoterapia. Primer error. Vale, vamos al segundo. Todas los desánimos son endógenos pero sólo cuando lo exógeno lo justifica es un desánimo correcto, es decir, no hay “enfermedad psiquiátrica”. Si me acabo de romper una pierna y me duele varias semanas no hay disfunción evaluativa cerebral. Como, en estos tiempos, y en el primer mundo, pocas veces lo exógeno justifica el mantenimiento del desánimo más allá de unos días/semanas… se podría catalogar como enfermedad psiquiátrica a un montón de cuadros. Curiosamente a los que se les da el título de depresiones reactivas/distimias y no se les echa mucha cuenta (aunque se las medique también). Bueno, esto es asociación libre ya, pero supongo que se entiende por dónde van mis derroteros, ¿no?

    3. Mar: podemos utilizar el concepto de Neuroeconomía a la hora de cualificar el desánimo como improductivo. Cuando no existe adversidad objetivamente relevante el coste del desánimo supera el beneficio.

      La adversidad objetiva es siempre subjetiva, está contextualizada, pero podemos considerar pérdidas de allegados, enfermedad, carencia económica, rechazo social…

      Lo que me molesta de la clasificación endógeno-exógeno es su simplismo y su posible manipulación. Al final, como dices, hay una tendencia a psiquiatrizar (moléculas) todos los desánimos y dejar de lado el trabajo sobre la resiliencia y el significado biológico (evolutivo) del programa depresivo.

      La Neuroeconomía contempla la racionalidad del gasto neuronal respecto a un supuesto objetivo.

      El desánimo conlleva un modo cognitivo catastrofista. Cierra al individuo en una rumiación pesimista que cumple la función de sesgar a realidad hacia los contextos negativos. Ello produce la prestación de descubrir factores responsables que pudieran ayudar a evitar errores futuros. Concluído el proceso de evaluación causal el individuo debe relanzarse a la vida para buscar papeo y aceptación.

      Tal como sucede con el dolor, el desánimo rampante actual tiene mucho que ver con la cultura y la medicalización.

      Ya no recuerdo bien lo que escribí en la monografía pero espero que aclare mejor todo esto. También escribo a bote-pronto.

      Seguiremos

    4. Arturo: Entiendo lo que me planteas y, a su vez, esto me genera muchas más preguntas. Como estoy leyendo (subrayando en colores y haciendo anotaciones) la monografía, espero a terminarla por si encuentro las respuestas. Gracias (por todo).

    5. Mar: eso que preguntas creo que no tiene una respuesta exacta… en tiempo… Yo te puedo asegurar que todos mis síntomas y en lo que se convirtió mi vida (la mía, la de Ani, la de Maria Jose, la de Ana Pilar, la de Manuel, la de Carmen… la de tantos y tantos…), en la línea de lo que decía ayer Sol de Val, fue tal pérdida a todos los niveles, que teníamos todos nosotros bien seguro razones de sobra para sentir desánimo y depresión. “Pero” si todos los síntomas “físicos” hubieran desaparecido de pronto por arte de magia, el desánimo, también bien seguro, se habría esfumado con ellos. Si los síntomas se hubieran ido y yo me hubiera quedado “deprimida” de por vida con un miedo permanente a que todo pudiera volver, sin hacer cosas por miedo a… hubiera sido una disfunción evaluativa clara, un desánimo “improductivo”.

      Creo que los “psi” como tú dices tenéis un “papelón” en la actualidad, puesto que no tenéis un aparato de resonancia magnética que descarte daño emocional relevante… ni analíticas adecuadas, porque eso de los niveles de serotonina… no es un indicador claro de nada…

      Veo que estás derribando y edificando de nuevo Mar… Por un lado, me das envidia por tu profesión, por otro, no quisiera estar en tu pellejo… supongo que entiendes lo que quiero decir.

      Un abrazo.

    6. Cristina, es un papelón y de los buenos.

      Como tú bien señalas, en el caso del dolor sin daño no podemos hablar de desánimo no justificado. O lo que sería lo mismo, no es una patología “psiquiátrica”. Eso tiene sus consecuencias, positivas y negativas. La última padeciente que incluí en el grupo de dolor crónico la había valorado unos meses atrás uno de mis compañeros psiquiatras. La mujer no quería que la atendiera la misma persona “porque no la había ayudado”. Revisé los datos que el psiquiatra había registrado por escrito. No puedo decir que mi compañero no la hubiera escuchado: había constatado su desánimo, sus limitaciones del día a día, etc. Pero su conclusión fue que el malestar de la mujer era secundario al dolor. Que, limitando su dolor, la sintomatología depresiva remitiría y, por tanto, le dio el alta y la remitió a su médico de atención primaria. Siendo coherente con el planteamiento del blog, hizo lo correcto. En ese momento, me tomé a mal que el psiquiatra no hubiera derivado a la señora a mi grupo y la ligereza con que le había dado el alta. De hecho, uno de mis motivos para iniciar el grupo fue que, como las padecientes de dolor sin daño, no son “de nadie”: ni del reumatólogo, ni del traumatólogo, ni siquiera de la Unidad del Dolor, ni del neurólogo, ni del psiquiatra… se quedaban solas con su dolor y su pena. Pero, claro, para justificar la creación del grupo en mi servicio se necesita incluirlas en alguna categoría diagnóstica. Yo suelo usar la de reacción depresiva prolongada o distimia o alguna cosa no demasiado comprometida. Lamentablemente, tener un diagnóstico psiquiátrico juega en contra del padeciente de dolor sin daño relevante. ¿Qué os voy a contar que no sepáis? Estos grupos deberían hacerse en atención primaria, está claro. A mi me da igual, pero a mi jefe de servicio dudo mucho que le haga feliz la idea de que una profesional del servicio de psiquiatría se vaya a primaria a atender a padecientes sin patología psiquiátrica.

      En fin, que si el psi atribuye el dolor a la depresión malo, si tiene claro que la “depresión” es secundaria al dolor malo también…

    7. Mar: estoy de acuerdo con todo lo que dices, es un papelón. Cuando fui al psiquiatra (ya a la desesperada) quería que me dijera justo eso, que mi supuesta depresión era secundaria al dolor y que no necesitaba tomar antidepresivos, y lo que me dijo fue, no creo que tengas una depresión, eso es muy serio, igual un poco de ansiedad, y sí que hay que medicarte un poco, hay un antidepresivo que está “funcionando” muy bien y va genial para el dolor. Me recetó Zymbalta, dos lexatines más el medio diazepan que yo tomaba por la noche. Menos mal que fue “un poco” (si llega a ser mucho me tumba literalmente porque pesaba yo unos 47 kilos por aquella época y sentía verdadero terror hacia la medicación) y que únicamente lo tomé durante mes y medio… gracias al blog.

      La segunda psicóloga a la que fui (aunque también era una consulta privada), me la buscó mi médico de cabecera para que yo hiciera una terapia orientada básicamente a que yo perdiera mi miedo a la medicación psiquiátrica, este miedo también le parecía a mi médico un síntoma más de mi “especial” personalidad, ella me derivó al psiquiatra (también privado), me llegaba a gastar unos 450-500 euros al mes por aquella época. No cuento nada más sobre esto más que cuando salí de la consulta de Arturo la primera vez ya iba con la idea de despedirme de la “cuadrilla”, como así llamaba yo a la tríada (mi bienintencionado médico de cabecera – la psicóloga que prefiero ni recordar – y el psiquiatra) y comprarme un piso con todo lo que me iba ahorrar (de hecho, me lo compré dos meses después, por eso tuve que ir al notario cuando la salmonella…).

      He estado releyendo una entrada de 2009 y me he sorprendido muchísimo al ver que yo hago varios comentarios que no recordaba ni haber hecho, recordaba haber escrito alguno al principio pero no pensaba que eran extensos ya por aquella época… y en uno de ellos digo precisamente que ese día dejaba la medicación… y se genera un debate bastante interesante y muy en la línea de lo que estamos tratando estos días… Por si le quieres echar un ojo Mar, la entrada es genial y los comentarios la complementan muy bien, la idea de la colecistoquinina es importante, si no la has leído aún, merece la pena romper el orden cronológico que llevas de entradas del blog y leer ésta:

      El conmutador del dolor (Neuronas on y neuronas off)

      Un abrazo.

    8. Cristina, es una de las entradas que más me fascinó. Voy por octubre de 2010 (ya me queda menos). Me ha gustado mucho releerla. Siempre que recomiendas una entrada, la leo, y siempre merece la pena.
      Por cierto, llegué al blog de Arturo a través del blog de Paco Traver.

      Lo de los fármacos es una guerra casi perdida… Justo esta mañana discutía con una compañera psiquiatra sobre la forma de atender las urgencias en las Unidades de Salud Mental. Ella misma consideraba que muchas de las personas que acuden no necesitan un fármaco pero que lo más rápido o lo más eficiente era prescribirle uno. Añadía el argumento de que las propias personas vienen buscándolo. Que era una demanda social. Es cierto que, como Arturo ha comentado en muchas ocasiones, las personas quieren algo tangible. También hay que ser honesto en cuanto a que, como psicóloga, se me permite no dar nada y eso a los psiquiatras les resulta mucho más difícil. Pero a mi se me quedó grabada una frase que nos repetía precisamente el profesor de farmacología de la facultad: cuando no es imprescindible administrar un fármaco, lo que es imprescindible es no administrarlo. No era suya pero tampoco recuerdo de quién. Nunca he conocido a un psiquiatra que desconfíe de la eficacia de los antidepresivos…

    9. Mar: sabía que ibas por esa fecha más o menos, pero no sé por qué pensé que estabas leyendo en sentido inverso, de la actualidad hacia atrás, cuando lo más lógico es empezar desde el principio, je, je… Hay entradas de 2009 que son auténticas joyas como bien habrás podido comprobar.

      En lo de la “demanda social” das en el clavo, la frase de tu profesor me la apunto, es genial y dice una gran verdad, creemos que hay una pastilla “milagro” para todo y no la hay ni mucho menos. Por lo general y gracias a Dios, los psicólogos no son partidarios de la medicación sí o sí, únicamente en ciertos casos y en ciertas circunstancias, lo de mi segunda psicóloga te aseguro que es un caso aparte que da como para escribir un libro de “anécdotas” en clave de humor negro…

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