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¿Qué es el dolor?

En la monografía del CSIC sobre dolor queda patente la dificultad para definir el dolor. Echa mano de la obvia definición del Diccionario de la Real Academia que lo describe como un objeto subjetivo y el de  la IASP (Asociación Internacional para el Estudio del Dolor) que pretende objetivar lo subjetivo, situándolo como algo nocivo que acontece en el teatro de los tejidos reales o virtuales.

Se reconoce que “en algunos casos” no es posible establecer una relación causa-efecto entre lesión y dolor y finalmente propone la definición del dolorido: “dolor es todo aquello que un paciente dice que le duele”.

Definir algo es siempre complicado. Definir el término definición aún lo es más.

El dolor no es mas que uno de los infinitos contenidos de la percepción. Todos son igualmente indefinibles.

¿Qué es la rojez del color rojo? ¿Qué es la tristeza? ¿Qué el picor?

Un modo de definir lo percibido es referirlo a las acciones que propone:

El picor es una experiencia desagradable que incita a rascarnos la zona picajosa. La percepción es, siempre, por “definición”,  la antesala de una acción. El dolor sería esa propuesta cerebral que nos incita a alejarnos del peligro externo (un pincho, una cazuela caliente), exteriorizar (expulsar al exterior) un peligro interno (cólico) o minimizar el daño interno. En algunos casos el dolor propone luchar-huir y en otros quedarse quieto, como un enfermo…

El empeño en querer ver al dolor en sí mismo, como un algo dimensional, material, físico o químico atasca la pregunta del ¿Qué es? La pregunta sólo encuentra el sosiego con la respuesta tisular local (daño) o sistémico-misteriosa (etiqueta de enfermedad). Por eso los padecientes sin daño ni etiqueta sufren por no disponer de causa legitimante.

El dolor queda definido así por lo que lo justifica. En ausencia de causa se remite al etéreo mundo de “lo psicológico”.

El dolor es una infección, un cáncer, una quemadura, una artrosis, una migraña, una contractura, una fibromialgia, una neuralgia…

El hambre es un llevar varios días sin comer por no tener alimento disponible… pero también el hambre es tener “obesidad”… Las dos son hambres…

Deberíamos sustituir la pregunta del ¿Qué es? por la de ¿Para qué-Por qué existe? Tiene más raíz biológica.

¿Para qué el dolor? ¿Para qué el hambre?

Desde esa perspectiva de la utilidad de las percepciones podemos olvidarnos del lastre de las definiciones y centrarnos en el sentido y propósito biológico de lo que sentimos. En la monografía se aplica esta cualidad conductual de evitación de daño del dolor a los animales a los que se les niega o, al menos, discute el afligimiento (“en los animales debiéramos hablar de nocicepción, no de dolor”) reservando el término dolor, en exclusiva (desde el Pleistoceno) al género Homo. Luego se vuelve a liar todo al aceptar la pregunta del ¿Por qué el dolor? Para evitar daño, lógicamente. Hasta una ameba tiene recursos para olfatear y detectar daño actual o potencial y salir pitando de allí. ¿Dolor? ¿Fría evitación refleja? Si se propone que el dolor se genera, necesariamente, en los tejidos y se detecta allí por “receptores de dolor” las amebas tienen esos “receptores” los mismos que nosotros… luego tienen dolor. Si hay llaves es que hay cerraduras…

En definitiva: el dolor sólo se entiende como propósito cerebral: evitar-minimizar daños consumados, inminentes o imaginados (posibles). La cualidad doliente garantiza el éxito del propósito cerebral: ¡Huye! ¡No te muevas!

¿Qué es? ¿Para qué liarse con la pregunta?

Eso es… ¿Para qué duele? ¿Por qué? Las respuestas están en la Biología, es decir, en la Evolución. En Homo gran parte de lo biológico está impregnado de cultura, es decir, significados (veraces o falaces) y propuestas conductuales (racionales o irracionales)…

Realmente lo que importa es la gestión de la defensa de la integridad de los tejidos, la idea de lo que puede resultar amenazante. En la red no se modula ni procesa el dolor sino la información disponible sobre amenaza. Las señales portan información. Es esa información la que se modula y procesa. Es un debate permanentemente abierto entre todas las capas de generación y tráfico de datos pasados, presentes y futuros sobre nocividad. Del resultado de ese debate surge en un momento, lugar y circunstancia el dolor, un output, una respuesta, una información hacia el individuo para que este se conduzca del modo propuesto por la valoración de amenaza.

La cultura guía el proceso evaluativo: cuándo y dónde puede haber una amenaza y qué puede estar pasando allí donde duele. La central evaluativa de un sistema de alarma condiciona el que salte el aviso, la sirena y, cada vez que salta evalúa lo que puede estar pasando… En muchas ocasiones (no sólo en “algunas”) no sucede nada. Es una falsa alarma.

¿Qué es el dolor? Depende. Muchas veces es una falsa alarma.