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Variaciones individuales del dolor

Se dice en la monografía del CSIC sobre dolor: El dolor es una percepción desagradable que se genera y se transmite de forma bastante similar en todos los individuos.

Lo que se sostiene es insostenible pero nos permite ahondar en las carencias y errores habituales en la comprensión del dolor.

De acuerdo con el arranque: El dolor es una percepción desagradable. El dolor no es un estímulo, una variable física o química detectable por determinados receptores sino el resultado final del procesamiento complejo de muchos contenidos. Es, por tanto, una respuesta. Toda percepción lo es. Lo que percibimos contiene una evaluación, un significado, una relevancia actual o potencial. El carácter desagradable de la cualidad dolorosa implica una evaluación amenazante, algo debe ser evitado o minimizado.

Lo que sigue ya no es sostenible: … que se genera y se trasmite… Da a entender que el dolor se genera allí donde se siente y sus señales se transmiten por nervios y circuitos. Sabemos que no es así. Es un error descomunal, importante, con consecuencias… pero ahí sigue, haciendo estragos…

Lo que mal anda, mal acaba: … de forma bastante similar en todos los individuos… La afirmación sólo se soporta en condiciones de laboratorio. Si aplicamos a un grupo de individuos estímulos nocivos (temperaturas extremas, pinchazos, compresiones, falta de oxígeno en tejidos…) a zonas corporales normales, el umbral, intensidad y tolerancia de la “percepción desagradable” proyectada a la conciencia de los individuos es similar. En la vida real no se cumplen las condiciones de laboratorio y sucede justamente lo contrario: hay una extraordinaria variación en la conformación de la percepción de dolor. Hay dolor torácico sin infarto e infarto sin dolor torácico. Ni siquiera hace falta estímulos nocivos para percibir dolor. Basta con que el cerebro valore amenaza para que salte la alerta dolorosa. Incluso si a los estímulos nocivos del laboratorio se acopla una expectativa: “le hemos puesto una crema con potente efecto analgésico” la percepción de dolor se alivia aun cuando la crema sea absolutamente inerte (placebo). Si al mismo individuo le decimos que la crema “tiene un efecto sensibilizante al dolor” el estímulo nocivo experimental dará lugar a una percepción más desagradable.

 Conscientes de que lo dicho provocará desacuerdo se precisa: ¿Quiere esto decir que no hay ninguna diferencia en la forma de percibir y reaccionar frente al dolor? Aquí percepción se entiende por transducción, el proceso de conversión de un estímulo nocivo en una señal eléctrica. Más adelante hay un apartado dedicado a la cuestión: ¿Cómo se perciben y transmiten los estímulos dolorosos? Los sensores de daño (nociceptores) no perciben, transducen. Son sólo proteínas, moléculas orgánicas desprovistas de vida. Se limitan a sufrir una modificación en su estructura que permite la entrada de unos iones a través de un canal que se ha abierto, es decir, una corriente eléctrica. Al parecer, el dolor sale de los tejidos afligidos y el papel del cerebro se limitaría a retocarlo con experiencias pasadas, expectativas, cultura, emociones… Sin embargo en otro momento se precisa que sólo tenemos certeza de que exista dolor en los seres humanos (desde el Pleistoceno). En los animales, habría nocicepción, detección de nocividad (no de dolor, ¡en qué quedamos!) y disparo de conductas motoras emocionales y defensivas. Realmente la estructura de los llamados impropiamente “receptores de dolor” o de las también impropias “señales y vías del dolor” son las mismas entre los animales inhumanos y los humanos por lo que hay algo que no cuadra. Si el dolor surge en los tejidos y allí se detecta hay dolor en todo bicho viviente. Si el dolor se generara en el cerebro (alma para Descartes) sería comprensible que sólo las especies del género Homo (habilis, erectus, ergaster, neanderthalensis, sapiens…), con suficiente nivel de desarrollo cerebral pudieran generar y trasmitir la percepción dolorosa…

La cultura oficial del dolor concede a los tejidos (¿sólo humanos?) la facultad de generar dolor aunque luego la niega, contradiciéndose (sólo Homo siente dolor) y relega al cerebro a un papel secundario (“el cerebro no duele”) de amplificador o silenciador de una “percepción” que le llega por las “vías del dolor”.

El factor humano sería, por tanto, consustancial al dolor. Las emociones humanas, el estrés humano, los genes humanos, la cultura humana, las expectativas humanas… podrían complicar el problema procesando mal el dolor, previamente generado en los tejidos… humanos. El cerebro, se dice, procesa el dolor, no lo genera. Ni siquiera tiene “receptores de dolor” (nociceptores)… ¿Cómo puede procesar algo que no puede “recibir”?

Los ojos no ven. Detectan luz y no luz. El cerebro tampoco ve. Proyecta visión a ese espacio misterioso que llamamos consciencia. Allí, sólo allí hay visión. Soñando, vemos. Alucinando, también vemos…

Los nociceptores no sienten dolor. Detectan nocividad. El cerebro tampoco siente dolor. Lo proyecta a ese misterioso espacio que llamamos consciencia. Allí, sólo allí hay dolor. Si el cerebro sueña amenaza, despierta al individuo:

– No es que piense. Me duele. Hay veces que el dolor me despierta…

– No es el dolor. Es el cerebro que sueña, imagina amenaza…