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El CSIC y el dolor

Curioseando en una librería encontré una serie de breves monografías (¿Qué sabemos de?) editadas por el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), un organismo público cuya misión es… el fomento, coordinación, desarrollo y difusión de la investigación científica y tecnológica, de carácter pluridisciplinar, con el fin de contribuir al avance del conocimiento y al desarrollo económico, social y cultural, así como a la formación de personal y al asesoramiento de entidades públicas y privadas en esta materia…

Seleccioné algunos ejemplares por la temática tratada y, lógicamente, me llevé para casa el dedicado al DOLOR.

No auguraba nada bueno una portada que centra la atención en un muñeco articulado con una rodilla doliente y enrojecida cuya parte superior de la cabeza ya no entra en la imagen… y tenía mis reservas visto que las autoras eran gente de laboratorio, expertas en pipetas y moléculas pero previsiblemente legas en la complejidad multidisciplinar del dolor ajeno encarnado en los habituales padecientes de la consulta. Desde el laboratorio se ven las cosas de otro modo. El mundo del dolor real no se corresponde, en mi opinión, con lo que se sostiene en el texto.

Hay afirmaciones (en mi opinión) discutibles, afirmaciones que se corresponden con las creencias políticamente correctas sobre la materia. De entrada da positivo en el test lingüístico, sembrado como está de léxico inadecuado “científicamente” aunque bendecido por la Normalidad: “receptores de dolor”, “estímulo doloroso”, “señales de dolor”, “transmisión del dolor”…

Una vez acabada la lectura creo que es un buen texto de referencia para reflexionar críticamente sobre lo que se publica sobre dolor. En mi opinión la monografía del CSIC nos permite analizar varias cuestiones, dadas por ciertas siendo (en mi opinión) incorrectas.

Arranca el primer capítulo (Historia del dolor) con una propuesta discutible: el dolor ha acompañado al hombre desde el inicio de su existencia… situada en el texto en el Pleistoceno (entre hace 2.588.000 y 11.784 años). Hay que imaginar que se refiere al primer representante del género Homo: Homo habilis. Parece pues que se niega la experiencia dolorosa a los Australopithecus, aun no dotados de suficiente mollera para disponer de conciencia. Sólo Homo tendría alma o conciencia y desde Descartes sabemos que el dolor no es posible en los desalmados, simples máquinas de respuestas reflejas. A los Australopithecus no les podría doler ni siquiera la espalda a pesar de su recién estrenado bipedismo, por ser gente aún desalmada. Los animales (incluídos los Australopithecus) sólo dispondrían de nocicepción (detección de estímulos nocivos). No podrían sentir dolor por carecer, se supone, de conciencia (alma). Según eso tampoco podrían sentir hambre ni sed, ni verían, oirían, ni olerían. Se limitarían a responder a los estímulos como zombis complejos. Buscarían agua, comida… sin ningún sentimiento consciente, vivido. No habría percepción. Sólo conducta, engranajes.

Más adelante la monografía contiene el error de atribuir al gran René el “mérito” de abrir la época científica del dolor al situar en la piel (rex extensa) el origen del dolor, algo imposible para la burda materia y exclusivo del alma pensante-sintiente (rex cogitans). Descartes, como bien nos hizo saber Carlos Sarrate en su oportuna entrada: Descartes no era periferalista, nunca dijo tal cosa, sino la contraria: el dolor surge sólo del alma, nunca de los tejidos. En la piel del pie del niño del famoso dibujo se genera el daño por la agitación térmica del fuego y esa circunstancia hace que se genere afligimiento del alma (dolor) por constatar que se ha perturbado su morada (el cuerpo). Los nervios para Descartes eran tubos con hilos por los que se transmitía mecánicamente la perturbación del pie hasta los poros del alma, único enclave del que puede surgir el afligimiento por el significado del daño. Proponía la metáfora del campanero que hace sonar la campana (alma-dolor) tirando de la cuerda (nervio).

Las autoras dan por buena la interpretación errónea de lo que sostenía Descartes y sitúan el origen del dolor en el pie en vez de la cabeza. Los tejidos afligidos liberan dolor, algo al parecer físico-químico, capaz de estimular unos receptores (receptores de dolor) convenientemente situados en la membrana de unas necesarias e inexistentes neuronas detectoras de dolor. 

Como el librillo está escrito por gente versada en Química y dado que sostienen que el dolor es un estímulo capaz de activar unas proteínas (receptores) que lo detectan, es exigible, al menos, alguna pregunta sobre la física o química de ese estímulo, ese supuesto algo que tiene la virtud de estimular los supuestos receptores de dolor. No hay preguntas al respecto. El dolor estimula sus receptores. Se generan las correspondientes señales de dolor, se transportan hasta el cerebro y allí se hacen conscientes. Si la consciencia no está disponible en ese momento las señales vagan en una especie de limbo, en espera de que se se reabra el portón de la percatación dolorosa. Otra cuestión.

Soy consciente que para los lectores habituales del blog esta entrada sobra pues ellos saben, a Ciencia Cierta, que tales receptores de dolor no existen y que llevo demasiado repetido con esta cuestión pero la monografía me da pie a repasar los puntos criticables de lo que habitualmente se publica, en este caso por un organismo de tan alta y exigible responsabilidad como el CSIC.

En sucesivas entradas seguiré analizando otros tópicos. Hay mucha tela que cortar.

PD Si ha revisado el enlace del test lingüístico habrá visto que compartía en aquella época (Junio 2010) el error de atribuir al pobre René el sanbenito del periferalismo. Afortunadamente Carlos Sarrate nos situó en el punto correcto de la interpretación (Diciembre 2010)